La Astroteología estudia la relación entre la religión y la astronomía.
En realidad, estudiando Astroteología descubrimos que la religión originalmente es una forma de culto astronómico: una Astroteología.
La Astronomía: la ciencia de la anatomía de Dios
Religión y Astronomía
La religión y la astronomía están unidas en el origen de nuestra cultura: en las estrellas y en su arcano lenguaje yace el legado más profundo del misticismo común a diferentes civilizaciones y que une a la ciencia con la religión.
El lenguaje de cielo
El hombre, en el acto de observar el cielo, ha creído encontrar un lenguaje y ver narrada una historia.
Este lenguaje escrito por estrellas y planetas en la bóveda celeste es el lenguaje primordial con el que se ha construido el pensamiento religioso, común a la mayoría de las culturas.
La concepción religiosa del hombre antiguo partía del sencillo principio de que el cielo influía en la tierra: en las estrellas y en sus movimientos percibía ciertos patrones: reconocer, imitar y honrar esos patrones constituía la esencia de la práctica religiosa, una forma de homeostasis o existencia armónica.
En la actualidad este “lenguaje de las estrellas”, que fuera tan fértil, es racionalizado con una frialdad desencantada.
Aunque hayamos olvidado a leer el texto más antiguo, el código que el hombre creyó observar hace miles de años en el cielo, en su rueda flamante, es el fundamento de nuestra cultura.
Los primeros Dioses
Aquello que le ocurre al Sol, a la Luna y a los planetas en el cielo se convierte en las historias que nos contamos y que vivimos, cifradas en símbolos.
Las grandes historias capaces de crear religiones y amalgamar a millones de personas.
No sólo los dioses romanos y griegos son astros, la gran mayoría de los dioses en casi cualquier cultura están asociados a un planeta o a un cuerpo celeste y sus peripecias en la Tierra narran los movimientos de los orbes en el cielo.
Las civilizaciones antiguas tenían una visión del mundo preponderantemente espiritual; creían que las cosas materiales tenían causas espirituales.
Instintivamente buscando estas causas, el hombre antiguo volteó hacia arriba, a aquello que consideraba los estratos superiores del mundo y así asumió que el cielo además de estar poblado por estrellas y planetas también estaba habitado por dioses y seres invisibles.
La universidad de las estrellas
Las culturas antiguas no hacían una marcada diferencia entre el arte, la ciencia y la religión.
El primer acercamiento a lo que hoy llamamos ciencia fue la observación de la naturaleza, que poco a poco fue revelando patrones y permitiendo hacer predicciones.
Manly Hall, nos recuerda que los primeros observadores de las estrellas lo hacían en los ziggurats: “los templos fueron las primeras universidades, y los palacios de los dioses fueron los primeros observatorios de las estrellas”.
El mundo de los antiguos egipcios, de los sabios de los Vedas o de los sumerios, es un mundo de astrónomos-sacerdotes que construyeron los cultos entre los que hoy vivimos como mitos y códigos morales simbolizando sus observaciones astronómicas.
La Madre de las Ciencias
Hoy en día se ve a la astrología como la versión chapucera de la astronomía, pero más allá de que creamos o no en los principios de influencia sideral de la astrología, el simbolismo con el que se cifró esta vieja “ciencia”, particularmente el zodiaco, tiene una importante influencia en religiones que en la superficie parecen estar inoculadas del antiguo paganismo.
Fueron los antiguos reyes-pastores que cuidando su rebaño nombraron las constelaciones, conectando estrellas para formar patrones, en semejanza a algunos animales.
Y en este acto primordial de ver en el cielo imágenes zoomórficas y antropomórficas crearon un marco íntimo de referencias para regular los ciclos naturales y la práctica religiosa.
Un libro en el cielo
“La bóveda estrellada del cielo es en verdad el libro abierto de la proyección cósmica, en el que se reflejan los mitologemas y arquetipos”.
En esta visión la astrología y la alquimia, las dos funciones clásicas de la psicología del inconsciente colectivo, se unen”, escribió Carl Jung.
El hombre antiguo proyectó sus ideas y costumbres en el firmamento, así entrando en una especie de bucle de retroalimentación o casa de espejos, ya que sus ideas y costumbres estaban basadas en sus observaciones de la naturaleza y de los movimientos de los astros.
En la búsqueda de sentido, un proceso infinito.
El Sol, el Dios por exelencia
Como sabemos muchas de las religiones antiguas rindieron principalmente culto Sol.
Esto obedece a cierta lógica cuando entendemos que “la religión era una experiencia de crecimiento en la naturaleza”, sólo con el poder del Sol podía crecer la semilla y sin el Sol el hombre pierde su vitalidad.
Así el hombre antiguo que basaba su existencia en la agricultura reconoció su deuda con el Sol y éste se convirtió en Dios, el Ojo que Todo lo Ve, el Ojo de Horus, el Ojo de la Providencia.
Jesús, como Osiris, como Siegfried y como Quetzalcoatl, es una divinidad solar, encarnación del Sol.
Esto puede verse en que algunas de las fechas principales de la religión cristiana –cuyo día de adoración es el día del sol, el domingo- son fechas relacionadas a fenómenos astronómicos, como el solsticio de invierno y el nacimiento de Jesús.
Sol, Metáfora de Dioses y Reyes
Curiosamente todos estos dioses de la luz siguen un mismo patrón heróico: el niño divino que nace superando los obstáculos que impone la oscuridad y muere traicionado o viaja al inframundo para volver a renacer: Jesús es traicionado por Judas, Osiris por Set, Quetzalcoatl por Tezcaltipoca y Siegfried por Gunnar y Hoge.
Esta historia seminal del dios o el héroe que muere para luego renacer tiene su paralelo en el curso del Sol que muere cada año en el solsticio y renace para ascender hacia el punto máximo de la luz.
Este ciclo anual ocurre en el microcosmos de cada día: el sol también muere y en la noche atraviesa el inframundo para volver a nacer en el amanecer y entregar su fuerza dadora de vida.
Es, a su vez, una descripción de todo proceso iniciático, en el que es necesario morir simbólicamente para renacer con renovado brío, habiendo asimilado el pasado, todo el substrato de ancestros que forma al héroe.
“El rey ha muerto, viva el rey”: hasta nuestros días persiste la simbología del Sol en la realeza, recordemos que las coronas son símbolos del Sol con sus rayos de luz y, aunque se haya perdido ese sentido, el rey es la representación del Sol en la Tierra.
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