CONFERENCIAS DEL MAESTRO OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV , Sobre el tema LOS PODERES DEL PENSAMIENTO. “El poder más estupendo que Dios podía otorgar, lo dio al espíritu. Y puesto que cada pensamiento está impregnado del poder de este espíritu que lo ha creado, evidentemente actúa. Sabiendo esto, cada uno de vosotros puede convertirse en un benefactor de la humanidad: a través del espacio, hasta las regiones más alejadas, puede enviar pensamientos como si fueran mensajeros, criaturas luminosas a las que encarga ayudar a los seres, consolarles, iluminarles, curarles... Aquél que hace conscientemente este trabajo penetra poco a poco en los arcanos de la creación divina.” Omraam Mikhaël Aïvanov. Las Conferencias que se adjuntan a continuación sobre el tema “PODER DEL PENSAMIENTO” son: 01.- LA REALIDAD DEL TRABAJO ESPIRITUAL. 02.- COMO PENSAR EN EL FUTURO. 03.- LA POLUCION PSIQUICA. 04.- LA VIDA Y CIRCULACION DE LOS PENSAMIENTOS. 05.- COMO SE REALIZA EL PENSAMIENTO EN LA MATERIA. 06.- BUSCAR EL EQUILIBRIO ENTRE LOS MEDIOS. MATERIALES Y LOS MEDIOS ESPIRITUALES. 07.- LA FUERZA DEL ESPIRITU. 08.- ALGUNAS LEYES DE LA ACTIVIDAD HUMANA. 09.-LAS ARMAS DEL PENSAMIENTO. 10.- EL PODER DE LA CONCENTRACION. 11.- LAS BASES DE LA MEDITACION. 12.- LA ORACION CREADORA. 13.- EN BUSCA DE LO MÁS ELEVADO. INICIO DE LA CONFERENCIA; LA REALIDAD DEL TRABAJO ESPIRITUAL. Es evidente que el hombre está mejor preparado para el trabajo en la materia que para el trabajo espiritual, porque los instrumentos que posee para actuar en la materia - los cinco sentidos - están mucho más desarrollados que los instrumentos que le permiten acceder al mundo espiritual. Por eso, muchos de los que se lanzan a la vía de la espiritualidad tienen la impresión de no conseguir nada y acaban por desanimarse. ¡Cuántos exclaman!: « ¿Qué clase de trabajo es éste cuyas realizaciones nunca se ven? Cuando trabajamos en el plano físico, por lo menos obtenemos resultados: algo cambia, algo se construye o se destruye. E incluso, un trabajo intelectual produce resultados visibles: nos instruimos, somos más capaces de razonar, de decidir sobre tal o cual tema.» Sí, todo eso es cierto. Si queréis construir una casa, al cabo de unas semanas ya podéis verla, tocarla. Mientras que si queréis crear en el plano espiritual, nadie ve nada, ni vosotros ni los demás. Así, ante semejante incertidumbre, quizá os pongáis a dudar hasta el punto de desear dejarlo todo y de lanzaros como todo el mundo a una actividad cuyos resultados sean más fácilmente constatables. Podéis hacerlo, pero un día, aunque hayáis conseguido el éxito, sentiréis que interiormente os falta algo. Es inevitable, porque no habéis alcanzado lo esencial, todavía no habéis plantado nada en el terreno de la luz, de la sabiduría, del amor, del poder, de la eternidad. Lo que hay que comprender de una vez por todas con respecto al trabajo espiritual, es que éste concierne a una materia extremadamente sutil que escapa a nuestros medios de investigación habituales. Los trabajos que es posible llevar a cabo en el plano espiritual son tan reales como los que realizamos en el plano físico. Construir un edificio, desencadenar fuerzas, orientar corrientes, iluminar conciencias en el plano espiritual es algo tan real como puede serlo, en el plano físico, cortar madera o preparar una sopa. Si no lo vemos, es porque se trata de una materia diferente. Y, por otra parte, el que vive verdaderamente en el mundo espiritual no tiene necesidad de que estas realidades, que siente a su alrededor, sean tan visibles y tangibles como las del mundo físico. Pero, con el tiempo, pueden también materializarse. Si no conocemos estas leyes, si esperamos ver inmediatamente los resultados de nuestro trabajo espiritual, nos desanimamos y echamos abajo lo que ya hemos construido. Porque esta materia, tan sutil, es muy fácil de modelar. Por eso, según esté o no convencido y según sea o no perseverante, el hombre construye o destruye. A menudo construye, e inmediatamente después destruye, impidiendo así la realización definitiva de su trabajo. Pero la concreción material debe, inevitablemente, producirse un día. Si interrogáis a los Iniciados, os dirán lo siguiente: todo lo que veis en la tierra no es otra cosa que la concretización de elementos etéricos que, con el tiempo, han llegado a este grado de densidad y de materialización. Por tanto, si tenéis fe y paciencia para continuar el trabajo emprendido, llegaréis a concretar en el plano físico todo lo que deseéis. Y si decís: « ¡Pues yo hace años que deseo cosas que no se realizan!», se debe a que no sabéis cómo trabajar, o a que, por determinadas razones, vuestros deseos todavía no pueden ser atendidos. Si vuestros deseos conciernen a la colectividad, a la humanidad entera, evidentemente son mucho más difíciles de realizar que si os conciernen sólo a vosotros. Mientras que vosotros deseáis la paz en el mundo, ¡cuánta gente desea la guerra! Y, evidentemente, su deseo se opone a la realización del vuestro. Pero no hay que desanimarse. ¿Qué dice Jesús en los Evangelios?: «Buscad el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura.» La búsqueda del Reino de Dios lleva en sí misma su propia recompensa. El trabajo espiritual y el trabajo material son dos cosas diferentes. Hay que saber qué se puede y qué no se puede esperar. Del trabajo espiritual podéis esperar la luz, la paz, la armonía, la salud, la inteligencia; pero si esperáis que os dé dinero, gloria, reconocimiento y admiración de las masas, estáis confundiendo ambos mundos y seréis desgraciados. No hay que esperar ningún beneficio material de vuestras actividades espirituales. Lo que creéis permanecerá todavía durante mucho tiempo invisible, impalpable. Utilicemos ahora una imagen, y digamos que la diferencia entre un espiritualista y un materialista consiste en que... el espiritualista ¡se lleva consigo su casa donde quiera que vaya! Sí, el espiritualista nunca puede ser separado de sus tesoros, que son internos, ni siquiera por la muerte. Porque únicamente pertenecen al hombre las realizaciones internas, sólo éstas enraízan en él, y cuando debe irse al otro mundo, en su alma y en su espíritu posee piedras preciosas - como cualidades, como virtudes - que puede llevarse consigo, inscribiéndose su nombre en el libro de la vida eterna. Un espiritualista, pues, sólo es rico en la medida en que ha tomado conciencia de que las verdaderas riquezas son espirituales. Si no tiene clara conciencia de esto, no posee nada, no es más que un pobre diablo. Mientras que al materialista, en cambio, siempre le queda alguna posesión externa, al menos durante un cierto tiempo, y ello le da una superioridad aparente sobre el espiritualista. El espiritualista tiene que comprender dónde radica su verdadera superioridad, de lo contrario está perdido. Ved: «Grandeza y miseria de los espiritualistas»... ¡Hay que escribir un libro sobre eso! La riqueza de un ser espiritual es algo extremadamente sutil, imperceptible, y sin embargo, si es consciente de ella, posee el Cielo y la tierra, mientras que los demás sólo poseen un pedazo de tierra en algún lugar. ¿Por qué no se comprende esto? Algunos dirán: «Lo comprendo. Comprendo que sólo las posesiones espirituales son seguras y duraderas, que nada de lo que es material nos pertenece verdaderamente, que un día debemos abandonarlo todo porque es imposible llevárnoslo con nosotros al otro mundo. Pero, aun sabiendo que me equivoco, prefiero seguir viviendo esta vida materialista; me gusta.» Sí, desgraciadamente, así es: cuando el intelecto comprende la ventaja de una cosa pero el corazón desea otra, ¿qué hará la voluntad? Seguirá el deseo del corazón; la voluntad sólo hace lo que le gusta al corazón. Para vivir esta vida amplia, vasta, rica, hay que amada; comprender no basta. Mi papel es el de daros explicaciones, argumentos, y puedo encontrar otros todavía, pero no puedo obligaros a amar la vida espiritual. Claro que, de alguna manera, puedo influir en vosotros. Si alguien ama algo, este amor es contagioso y puede influir en los demás, porque cualquier ser humano puede comunicar a los demás un elemento de lo que él posee; hasta las flores, las piedras o los animales pueden hacerlo. Es posible, pues, que algo de mi amor por el esplendor del mundo divino se os comunique. Pero depende de vosotros el que aceptéis esta influencia. Yo hago siempre todo lo posible para haceros comprender qué camino os interesa seguir, pero el gusto de andar por este camino debéis tenerlo vosotros. Cuando amáis algo, os sentís impulsados a acercaros a ello. Cuando tenéis hambre, experimentáis amor por el alimento, e inmediatamente os levantáis para ir a buscado en los armarios o en las tiendas. Lo mismo sucede con todo lo demás. Si amáis la vida espiritual no podréis quedaros así, parados, con los brazos cruzados: os sentiréis impulsados a dar salida a este amor, y haréis todo lo que podáis para satisfacer esta necesidad de vida espiritual. En resumen, podemos decir que hace falta un Maestro que exponga claramente al discípulo en qué consiste la vida espiritual, y por qué es importante acercarse a esta vida, pero quien tiene que amada y vivida es el discípulo. El Maestro da la luz, y el discípulo decide con su corazón: ama o no ama, y la aplicación sigue automáticamente. ¿Veis qué claro es?: la luz viene del Maestro, el amor viene del discípulo; y el movimiento, el acto, es el resultado de ambos. Suponed que el Maestro sea una lámpara: el discípulo que tiene amor por la lectura se acercará a la lámpara y empezará a leer. Toda la riqueza de un espiritualista se encuentra dentro de él y en la conciencia que tiene de ello; si no es consciente de esta riqueza es más pobre que todos los materialistas: por lo menos los materialistas poseen algo, mientras que. Él no posee nada. Pero si aprende a ensanchar su conciencia comulgando a través del pensamiento con todas las almas evolucionadas del universo y a recibir su ciencia, su luz, su gozo, ¿qué materialista podrá comparársele? Hasta las piedras preciosas y los diamantes palidecen ante el centelleo de todos los tesoros internos, ante el esplendor de un alma deslumbrante, de un espíritu radiante. El espiritualista que tiene la conciencia vasta e iluminada es rico como el Señor; mucho más rico, por tanto, que el rico que sólo posee riquezas terrenales. El materialista no sabe que es heredero de Dios; siempre piensa que es heredero de su padre, de su abuelo o de su tío, y esto j es poca cosa. El espiritualista, en cambio, siente que es heredero de Dios y que esta riqueza de la que es heredero se encuentra en su espíritu. En tanto que no lleguéis a pensar así, seréis siempre pobres y miserables. Diréis: «Ser heredero del Señor. ¿Qué cuentos nos está contando?» No son cuentos. Si vuestra conciencia se ilumina, sentiréis que sois verdaderamente herederos del Señor. Los humanos que se ejercitan especialmente en desarrollar sus facultades intelectuales lo hacen, desgraciadamente, a expensas de otras posibilidades de exploración y, sobre todo, de realización: la vida sutil del universo escapa a sus investigaciones y a su actividad. Descendiendo a la materia olvidaron su origen divino; ya no recuerdan cuán poderosos, cuán sabios y hermosos eran. Ahora lo que les preocupa es la tierra: explotarla y asesinar para enriquecerse. Pero llegará un tiempo en que, en lugar de dirigir su atención hacia el mundo externo, volverán a tomar el camino hacia lo interno: no perderán ninguna de las posibilidades que han adquirido durante siglos y milenios - porque su descenso a la materia seguirá siendo para ellos una adquisición extraordinaria - y, sin embargo, ya no estarán exclusivamente concentrados en este aspecto del universo, animándose a descubrir otras regiones todavía más ricas y más reales, donde realizarán su obra como hijos de Dios. Porque es preciso que lo sepáis: cuando un ser ha consagrado verdaderamente su vida a la luz, su trabajo es de una importancia decisiva para los asuntos del mundo. Dondequiera que esté, conocido o desconocido, es un centro, un foco tan poderoso que nada se hace sin él: armoniza las fuerzas del universo con un objetivo luminoso, e incluso participa en las decisiones de lo alto. ¿Os extraña esto? Sin embargo, es natural. ¿Por qué los espíritus luminosos que velan por el destino del mundo no tomarían en consideración la opinión de los demás espíritus que se les parecen por su irradiación y sus emanaciones? No sería lógico ni justo que aquí en la tierra nadie pudiese expresar su opinión cuando hay que tomar decisiones que afectan al futuro de la humanidad. Debéis saber pues, de ahora en adelante, que vuestra voz puede ser oída para decidir el destino del mundo, y que podéis participar en los consejos de lo alto. Así, vuestra vida tomará un nuevo sentido. Comprenderéis mejor cuán importante es empezar a vivir una vida divina que os haga dignos de que se oiga vuestra voz junto a la de las entidades sublimes. Diréis: «Pero, ¿es consciente el discípulo de este papel?» Puede llegar a serlo, pero al principio, ciertamente no lo es. Hay en él algo que participa, que es tenido en cuenta, escuchado, pero ello sucede en las esferas superiores de su conciencia, a las que no tiene acceso su conciencia ordinaria. El plano físico es tan opaco, tan denso, que hace falta mucho tiempo y muchos esfuerzos para que los acontecimientos que se producen en las regiones celestiales vengan a reflejarse en él. Por tanto, en los primeros momentos, en los primeros años, esta participación no será demasiado consciente; pero será, de todos modos, real. De otra manera, ya os lo dije, no sería justo que algunos se hubiesen apropiado de todos los poderes y que ni siquiera quedase para los pobres espiritualistas la posibilidad de hacer oír su voz en las votaciones celestiales. Pero, para votar arriba, hay que estar verdaderamente despierto, hay que ser verdaderamente consciente, sabio, puro; no es como en la tierra, donde todo el mundo tiene derecho a opinar, incluso los insensatos y los criminales. Cuando Jesús decía: « Mi Padre Celestial trabaja y yo también trabajo con Él», expresaba la idea de que el Padre asocia a sus hijos en sus decisiones. Y Jesús no es el único que puede participar en este trabajo del Padre, puesto que también dijo: «El que cumpla mis mandamientos podrá hacer las mismas cosas que yo, e incluso las superará.» Si cumplimos las condiciones, también nosotros podremos participar en este trabajo. ¿Cuándo comprenderán los cristianos que las verdades celestiales les permiten liberarse y hacer algo glorioso para el mundo entero? ¿Por qué vivir una vida desdibujada, inútil? ¿Acaso el ideal de un cristiano consiste en mojarse los dedos con agua bendita, encender unas velas, comerse unas hostias, y después volverse a su casa para dar de comer a las gallinas y a los cerdos, tomarse unas copas y pegar a su mujer? Ya es hora de que los cristianos comprendan la Enseñanza de Cristo de manera más amplia, y de que empiecen verdaderamente a trabajar en el sentido que Él les mostró, en vez de descansar tranquilamente con la seguridad de que ya no tienen nada que hacer, puesto que les ha salvado derramando su sangre por ellos. Estáis en la tierra como en un campo que hay que cultivar. Cualesquiera que sean vuestras ocupaciones, aunque os vayáis de paseo por el bosque o a descansar, debéis evitar todo lo que pueda parecerse a estancamiento, e introducir en vosotros un estado de actividad ordenada y armoniosa, es decir, armonizar y hacer que converjan todas las corrientes y energías que hay en vosotros y fuera de vosotros hacia la fuente de la vida, hacia la luz. Éste es el único trabajo en el que un discípulo debe pensar. Una nueva luz viene al mundo para dar nuevamente un sentido a todo lo que hacemos; esta luz es otra comprensión de la palabra trabajo. Le preguntáis a alguien: « ¿Qué haces? Trabajo.» ¡Bien! Pero aún está lejos de saber lo que es el trabajo: hace chapuzas, vacila, se fatiga, pero eso no es todavía el verdadero trabajo. Muy pocos, incluyendo a los Iniciados, pueden decir «Trabajo». Lo que pueden decir la mayoría de los seres humanos es, más bien, «Hago chapuzas», o «Hago ensayos desafortunados», o «Me rompo la crisma con ciertos problemas.» Pero, para decir «Yo trabajo», como lo dijo Jesús, hay que haber podido elevarse hasta el Espíritu divino para tomarle como modelo, para inspirarse en Él. En realidad: únicamente Dios trabaja. Aunque también lo hacen los Ángeles y los Arcángeles, sus servidores, porque le han tomado como modelo. Por eso, en la enseñanza del futuro la palabra trabajo irradiará una nueva luz y tomará un sentido mágico, porque, gracias a este trabajo, el hombre conseguirá transformarse. En dos mil años no se ha profundizado todavía el significado de esta frase: «Mi Padre trabaja, y yo también trabajo con Él.» Ni siquiera se han preguntado en qué consistía este trabajo de Dios, cómo trabajaba, ni porqué Jesús se había asociado con Él. En realidad, ¡es algo gigantesco! Ni siquiera yo pretendo haberlo comprendido. Sí, es algo vertiginoso. Este trabajo de Cristo es un trabajo del Espíritu, del pensamiento para purificar, para armonizarlo todo... para hacer que todo converja hacia la Fuente divina, a fin de que el Agua de esta Fuente pueda vivificar la tierra y a sus criaturas. Por eso Jesús rogaba también al Señor que diese a sus discípulos una vida fértil, porque la vida es el agua divina que todo lo hace crecer. Privado de esta agua, de esta vida, el hombre no es más que un desierto. El trabajo de Cristo consiste en hacer que fluya la vida, y éste es el trabajo que el hombre, hijo de Dios, debe aprender a ejecutar. Ciertamente antes de llegar hasta ahí, los humanos deberán pasar por trabajos físicos duros, penosos, como le está ocurriendo a la mayoría en el momento actual. Es necesario, es una etapa; mientras no sean capaces de ejecutar el otro trabajo, tienen que realizar éste, porque, de cualquier forma, algo hay que hacer. La naturaleza no tolera a las criaturas que no hacen nada. Todo el mundo debe ser movilizado; no se tolera que una partícula permanezca inactiva, debe integrarse en un conjunto, en un sistema. Los que dan vueltas desorientados, sin objetivo, son atraídos y engullidos por otros centros terribles; y entonces, todo se ha terminado para ellos. Así pues, hay que luchar siempre contra estas fuerzas de inercia y decidirse a trabajar como el propio Cristo trabajaba. En realidad, todo trabajo puede convertirse en un trabajo espiritual. Para mí, todo es trabajo. La palabra trabajo está en mi cabeza día y noche, y procuro utilizarlo todo para el trabajo. No rechazo nada, todo lo utilizo. E incluso cuando estoy inmóvil, sin hacer nada aparentemente, trabajo con el pensamiento, enviando vida, amor y luz por todo el universo. Hacedlo también vosotros y entonces encontraréis, por fin, el sentido de vuestra existencia. Sigue por la tarde II Según la Ciencia iniciática, el, espacio está colmado de una materia sutil, de una quintaesencia que está repartida por todas partes, a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Y les corresponde a los hijos de Dios tomar esta materia informe, como si fuese pasta de modelar, con el fin de producir fantásticas realizaciones. El mundo invisible se interesa por nuestras creaciones, las observa, y después decide. Si ve que algunos no contribuyen a la armonía universal, sino que la perturban y la destruyen, les priva de las condiciones y posibilidades idóneas, con lo cual retroceden, cayendo de nuevo en un nivel de evolución más bajo. ¡Y hay tantos niveles desde la piedra hasta Dios! La cuestión que se plantea, por tanto, es saber cuáles son los trabajos más adecuados para el discípulo de una Escuela iniciática, y yo puedo indicaros algunos. El discípulo se preocupa en primer lugar de perfeccionarse, de recobrar la imagen que poseía de sí mismo en un pasado lejano, antes de abandonar el Paraíso, y que ahora ha perdido. Se ocupa de esta imagen: quiere recobrar su rostro original, que emanaba una luz, un esplendor y una perfección tales que todas las fuerzas de la naturaleza le obedecían. E incluso los animales se extasiaban a su paso. Era un rey, y todo le obedecía debido a la perfección de su rostro. Más tarde, cuando abandonó el Paraíso para experimentar en el mundo, perdió esta perfección, y las demás criaturas ya no le reconocieron: al no ser tan bello y expresivo, no se maravillaban al verle, le volvían la espalda, dejando de obedecerle. El discípulo, que se acuerda de este pasado lejano, sólo piensa en recobrar este rostro que perdió. Y como este rostro era el de Dios mismo, porque el hombre está hecho a imagen de Dios, puede volverlo a recuperar pensando en el rostro de Dios. Al pensar en la luz, en el esplendor y en la perfección de Dios, que es infinito, todopoderoso, y todo amor, aún sin quererlo, recupera nuevamente su propia imagen. Si Moisés afirmó en el Génesis que el hombre fue creado a imagen de Dios, no lo hizo vanamente, inútilmente, sino con la intención de indicarles, de mostrarles a los Iniciados que deben ocuparse de esta imagen. Así pues, el discípulo aprende a concentrarse en la perfección de Dios, en su amor, en su sabiduría, o en su poder... Dios tiene tantas cualidades y atributos que nunca llegará a agotar tanta riqueza. Y de esta manera, se va modelando y acercando a la perfección. Se trata, desde luego, de un trabajo larguísimo, infinito, pero fantástico: recuperar la realeza perdida. Evidentemente no se puede forzar a los seres humanos, y cada cual reacciona según su grado de evolución. ¿Qué queréis que haga un gato? Explicadle lo que queráis, y sin embargo, os dirá: «No sé tocar el piano, no sé seguir cursos en la Universidad, no sé mandar un ejército, pero sé atrapar un ratón.» Así que, explicadle lo que queráis, os escuchará amablemente, ronroneará un poquito, después os dejará repentinamente para echarse sobre un ratón, y luego volverá relamiéndose. Cada cual comprende según su grado de evolución. Yo hablo para aquellos que sienten que hay un trabajo a realizar con el pensamiento. Estos se alegrarán y dirán: « ¡Ah! ¡Ésta es una actividad para nosotros!» Los demás irán a buscar «ratones», placeres inferiores. ¡Claro que sé que muy pocos aceptarán estas ideas tan avanzadas y extrañas! ¿Cuántos han oído hablar de la existencia de una quintaesencia etérica que podemos modelar? Pero ahora llegan nuevos tiempos y el hombre debe emprender nuevos trabajos. Hay otros muchos que aún puedo indicaros. Quizá algunos de vosotros se sienten atraídos por una actividad más impersonal que la de ocuparse siempre de su propia imagen. Estos pueden pensar que el mundo entero forma una familia cuyos miembros se aman, se comprenden, se sonríen; ya no hay guerras ni fronteras, y todos viajan y se reúnen libremente. La tierra entera canta un himno de gozo y de agradecimiento al Creador... Sí, ¡hay tantas cosas buenas en que pensar para conseguir la felicidad del género humano! ¿No es esto mejor que pensar en tantas otras cosas prosaicas y egoístas? También podéis pensar en la vida de las entidades celestiales: Ángeles, Arcángeles, · Divinidades, todas las Jerarquías... Pensad en sus cualidades, en la luz en la que viven, en su amor, sobre todo en su pureza, y desead que este esplendor descienda a la tierra. De esta manera construís puentes y creáis comunicaciones para que la perfección, la riqueza, y la belleza de arriba desciendan un día, realmente, a la tierra. Sí, en vez de dejar que el pensamiento vague por cualquier parte, debéis darle un trabajo. Tanto si esperáis en una estación como en la antesala del dentista, orientad vuestro pensamiento en una dirección para continuar vuestro trabajo divino. ¿En qué creéis que ocupa la gente su pensamiento en los metros, los autobuses y los trenes? Uno piensa en vengarse de fulano o de zutano que le han dicho esto o aquello; otro piensa en quitar la mujer a su mejor amigo; un tercero, en eliminar a su colega. Todos tienen algo en la cabeza, desde luego, y a menudo algo negativo/perjudicial, dirigido a satisfacer la ambición de ajustar cuentas con el vecino. Apenas encontraréis a uno o dos que se comuniquen con el Cielo; los demás están sumergidos en preocupaciones vulgares o criminales. Lo veo. Lo cual, por otra parte, no es difícil, porque todo se refleja: lo que piensan, lo que desean, nada hay más claro que eso. Se imaginan que pueden esconderlo; no, de una forma o de otra trasluce... ¡Sobre todo cuando quieren esconderlo! Sí, es mejor abandonar ciertas ocupaciones que no os aportan nada y dedicar más tiempo a las actividades espirituales. Mediante estas actividades vais, por fin, a respirar, a renacer; ellas os liberarán del Príncipe de este mundo, porque esta esfera no le pertenece; no tenéis, por tanto, nada que ver con él, y todas las riquezas y bendiciones que recibís os son dadas por otros, por entidades celestiales, y entonces os sentís libres, libres, libres... Tratad de meditar sobre estos tres métodos de trabajo. Porque en nuestra enseñanza lo esencial es la forma de trabajar: los conocimientos, los conocimientos dispersos pueden encontrarse en los libros. ¡Hay tantos libros, bibliotecas enteras! Pero la gente lee y no hace trabajo alguno. Mientras que aquí lo que cuenta es el trabajo. Lo que os he dicho hasta hoy son explicaciones teóricas, preliminares, que son indispensables; pero aún no son el trabajo. El trabajo apenas comienza ahora. Ahora es cuando vais a empezar a trabajar. Con estos tres métodos hay trabajo para todo el mundo y para toda la eternidad, pero, ¿estáis preparados para este trabajo? He encontrado a muchos que me han dicho: « ¡Ah! la vida espiritual es formidable. Me gustaría consagrarme a ella, pero primero debo cumplir ciertas obligaciones con mi marido, mi mujer, mis hijos... etc.» Bien, de acuerdo, pero diez años, veinte años después les observo, Y compruebo que todavía no han logrado liberarse de estas obligaciones; e incluso algunos murieron sin haber conseguido consagrar un minuto a la vida espiritual. ¿Por qué? Porque razonaban erróneamente. Para empezar el trabajo espiritual no hay que esperar a tener arreglado esto o aquello, porque nada es perfecto; siempre hay algo que falla por alguna parte. No esperéis: aunque nada esté arreglado, vivid desde ahora, la vida espiritual y todo irá mejor. Porque en el terreno material, por mucho que hagáis, nunca está nada definitivamente arreglado. Es exactamente como si trataseis de devolver su forma esférica a una pelota agujereada. Cuando llegáis a suprimir un hueco en un lado, se forma inmediatamente otro en otra parte. Creéis haber alcanzado la tranquilidad, porque, por fin, llegáis a la jubilación y vuestros hijos ya están educados, colocados, casados... y entonces se producen problemas en sus familias y tenéis que resolverlos. O bien empiezan a llegar nietos y hay que ocuparse de ellos; y así sucesivamente. La casa es ahora demasiado pequeña y tenéis que mudaros... Y, después, uno u otro caen enfermos. .. Os lo digo, es interminable. Así pues, no os demoréis y empezad enseguida el trabajo espiritual, el trabajo del pensamiento porque, gracias a este trabajo, encontraréis las soluciones precisas a todos los problemas que se os planteen. No esperéis otra cosa. Mientras no pongáis este trabajo en primer lugar, os decepcionaréis y no conoceréis la satisfacción ni la plenitud. Si interrogáis a los cristianos, os dirán que cuentan con el Señor, con la Providencia. Pero, ¿por qué, entonces, se sienten desgraciados, miserables y están enfermos? ¿Por qué el Buen Dios no viene a curarles y a hacerles felices? Sencillamente porque no puede. No puede ayudarles porque no han plantado ni sembrado nada que permita a las fuerzas del universo ponerse en marcha. ¡Que siembren una semilla y verán cómo la lluvia y el sol la hará crecer!.. Sí, sembrad una semilla - simbólicamente hablando - y todos los poderes del Cielo y de la tierra estarán con vosotros, y podréis contar con ellos para conseguir vuestros fines. Esto es lo único en lo que creo: en el trabajo del pensamiento que dé un sentido divino a todas las actividades de vuestra vida, beneficiándoos a vosotros mismos y a todas las criaturas del mundo. Este trabajo es el que os va a ayudar, a sostener, a proteger. Las actividades profesionales, en general, sólo pueden afectar superficialmente a los hombres: ir a la fábrica, a la oficina, trabajar en un laboratorio, dedicarse a la política, cuidar enfermos, instruir a los niños; todo esto está bien, pero aún no es capaz de despertar los poderes que el Creador ha depositado en ellos, a no ser que hagan al mismo tiempo un trabajo con el pensamiento que llegue hasta las raíces de su propio ser. Aprended, de ahora en adelante, a hacer este trabajo que producirá resultados hasta el infinito y que nadie os podrá quitar, porque es un trabajo que realizáis en vosotros mismos, allí donde nadie puede acceder. Aunque tengáis un oficio muy importante e interesante, empezad al mismo tiempo este trabajo interno que dará sentido a todo lo demás que hagáis. Conservad vuestro oficio, pero haced también este trabajo, porque es el único capaz de mejoraros en profundidad y de dar sabor a todas vuestras actividades. De lo contrario, poco a poco perderéis el gusto por las cosas, y perder el gusto por las cosas es la mayor de las desgracias. Por eso, os lo digo francamente sólo cuenta para mí este trabajo que podemos hacer cada día y gracias al cual conseguiremos remover todo el universo. Os daré una imagen. Estáis al borde del mar y con un bastón os divertís agitando el agua: al cabo de un rato empiezan a girar unas briznas de paja, luego unos tapones y después pequeños trozos de papel. Continuáis, y he ahí que algunos barquitos se ponen en movimiento. Continuáis... continuáis... y luego conseguís arrastrar buques y, finalmente, ¡al mundo entero! No es más que una cuestión de continuidad. Interpretemos ahora esta imagen. También el ser humano está sumergido en un océano, en el océano etérico, cósmico, pero no sabe qué movimientos tiene que hacer para influir en su medio y conseguir algo positivo. Pues bien, precisamente estos movimientos son el trabajo del que os estoy hablando. Tanto si meditáis, como si rezáis o coméis, u os laváis o paseáis, podéis aprovechar cada actividad para volveros más puros, más luminosos, más inteligentes, más fuertes, más sanos. ¡Hay tantas ocasiones en que la palabra, el pensamiento, pueden añadir un elemento capaz de aportar mejoras en vosotros mismos y en vuestro entorno! Porque una mejora interna acaba siempre por producir, con el tiempo, mejoras en el exterior. Ved que lo que cuenta es el trabajo, y cuando el discípulo ha encontrado el verdadero trabajo, ya no se detiene. Me acuerdo que, cuando era joven, el Maestro Peter Deunov acostumbraba a repetirme estas tres palabras: «Rabota, rabota, rabota. Vrémé, vrémé, vrémé. Véra, véra, véra.» Es decir: Trabajo, trabajo, trabajo. Tiempo, tiempo, tiempo. Fe, fe, fe... Nunca me explicó porqué repetía estas tres palabras; pero durante años la cosa me preocupó, hasta que comprendí que había condensado toda una filosofía en estas tres palabras. Así que: trabajo, pero también fe, la cual es necesaria para emprenderlo y para continuarlo y, sobre todo, tiempo. ¡Porque hace falta tiempo! No hay que imaginarse que todo va a realizarse de golpe. Ahora conozco lo que es «vrémé»: han pasado los años, ¡Y me doy cuenta que vrémé es algo! ¡Y el trabajo! ¡Cuánto falta por decir aún sobre esta palabra! Los humanos trabajan, naturalmente, pero hacen chapuzas para ganarse la vida, y ése no es el verdadero trabajo... Siembran, sudan, se fatigan, y se imaginan que trabajan porque se ocupan de asegurarse su pan cotidiano. No, aún no han empezado, porque el verdadero trabajo, tal como lo comprenden los Iniciados, es la actividad de un ser libre, una actividad noble, grandiosa. El trabajo espiritual sobreentiende actividades de una naturaleza especial. Hoyos he hecho entrever, por lo menos, tres de estos trabajos, pero todavía hay otros muchos que os están esperando. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV Sobre el tema COMO PENSAR EN EL FUTURO. El futuro, especialmente el lejano, ofrece siempre una perspectiva magnífica para el mundo entero, porque está inscrito en la evolución del hombre que éste debe acercarse cada vez más a la Divinidad. Tratad, pues, de imaginaros este estado extraordinario de plenitud, de belleza, de fortaleza, y así lo saborearéis, lo viviréis, será una realidad para vosotros. He ahí un ejercicio formidable que es capaz de transformar completamente vuestra vida. Los humanos están lejos de pensar así, y su vida sigue siendo apagada, triste, desgraciada. Hay dos grandes verdades que debéis conocer: primero, que el pensamiento es un poder real, y segundo, que os permite transportaros al futuro y vivirlo con anticipación. Ved, por ejemplo, que si tenéis que afrontar una situación terrible, pasar un examen o comparecer ante un tribunal, ya estáis temblando varios días antes, os inquietáis: ¿qué va a pasar?.. Y cuando pensáis qué vais a reuniros con aquél o aquélla que amáis y qué vais a abrazarla, estáis ya saboreando el gozo de estos minutos próximos o lejanos. Si pensáis qué vais a ir al teatro a ver una representación, que estáis invitados a cenar, y que el menú va a ser delicioso, pues bien, entonces estáis viviendo con antelación esta velada y ya la estáis disfrutando. Si el pensamiento puede, pues, proyectaros hacia un futuro muy próximo, ¿por qué no a un futuro lejano? El poder del pensamiento es real, tanto para lo negativo como para lo positivo, y tenemos, por tanto, que servimos de él para lo positivo. Los Iniciados que han observado todos estos hechos, han descubierto en ellos unos medios extraordinarios para mejorar su existencia, mientras que la mayoría de los humanos nunca se fijan en las experiencias de la vida cotidiana para aprovecharse de ellas: viven de una manera inconsciente y negativa, con el ceño fruncido, preocupados por todo aquello que no funciona, por lo que es terrible y catastrófico. Las desgracias no vienen solas, pero piensan tanto en ellas, que acaban por venir: ¡de tanto pensar en ellas, acaban por atraerlas! Todo el mundo ha podido constatarlo: uno vive aterrorizado o esperanzado antes de que el acontecimiento se realice. Pero, ¿por qué vivir en el futuro próximo, el de hoyo el de mañana?.. Yo, cuando hablo del futuro, sobreentiendo este futuro lejano que está reservado a la humanidad para mucho más tarde, quizá para dentro de unos millones de años... Cuando veo a la gente pensar en el futuro, encuentro que este futuro está demasiado cerca para mí, que ya es pasado. Porque yo llamo pasado a las penas, a los sufrimientos, a las dudas, a los tormentos, a las angustias. Y la gente repite eternamente este pasado, puesto que lo proyecta hacia el futuro. Estando a la espera de sufrimientos futuros ya los viven hoy, sin saber que su pretendido futuro no es, en realidad, más que pasado. El pasado, tal como yo lo comprendo, es un estado de conciencia deplorable en el que falta siempre algo; mientras que el futuro es un estado de conciencia perfecto. Por tanto, todos los estados de conciencia imperfectos por los que atravesáis, las aprensiones, los temores, etc., por mucho que se refieran al futuro, pertenecen al pasado, puesto que el pasado no es más que el desorden, el vicio, la enfermedad, la animalidad. El futuro es, por el contrario, la mejora, el perfeccionamiento y todos nosotros caminamos hacia esta perfección. En tanto proyectéis la imperfección del ayer a los días futuros, seguís reproduciendo, repitiendo el viejo pasado, y vuestro futuro no es más que un residuo del pasado que habéis proyectado hacia adelante. Se trata, efectivamente, de una proyección hacia el futuro, pero de una proyección de todo lo vicioso y carcomido. Mientras que si proyectáis todo lo hermoso, lo luminoso, lo perfecto, vivís ya el verdadero futuro que os espera. Este futuro es ya una realidad, puesto que lo vivís. Y sentir en el presente cosas que todavía no se han realizado, es la prueba de que tales cosas son ya reales bajo otra forma; no en el plano físico, sino en el plano del pensamiento, lo cual es formidable. He ahí, pues, lo que tenéis que aprender a hacer: ejercitaros en este sentido y veréis que ya no podréis seguir viviendo la misma vida que en el pasado; os será imposible. Conocer estas verdades es para vosotros una bendición porque de ahora en adelante, si os proveéis y enriquecéis cada día con nuevos conocimientos, podréis formaros un futuro que será enteramente diferente al pasado. Esto es seguro, matemático y absoluto como las grandes leyes universales. No tenéis más que lanzaros hacia este trabajo espiritual. Y la primera tarea es la de vigilar el pensamiento. Hagáis lo que hagáis, echad siempre una mirada en vuestro fuero interno para saber qué hace vuestro pensamiento, por dónde anda. Hay que estar siempre vigilantes, ser lúcidos, conscientes... Cuántas veces he preguntado a alguien: «¿En qué está pensando?» Y no le sabía; nunca se había ocupado de saberlo. Es extraordinario, todo el día están pensando ¡y ni siquiera saben lo que piensan! ¿Cómo queréis que lleguen a ser capaces, en estas condiciones, de dominar las fuerzas instintivas, de orientarlas, de concentrarlas, de utilizarlas? Es absolutamente imposible. Si dejáis entrar cualquier cosa inconscientemente y sin ningún control, estas fuerzas llegarán un día a dominaras. Para ser dueños de ellas tenéis ante todo que controlar la situación, es" decir, ser siempre conscientes de los pensamientos y de los sentimientos que pasan por vosotros. Ésta es la cualidad más importante en un discípulo: ser consciente y saber, en cualquier momento, la naturaleza de las corrientes que le traspasan; en cuanto se desliza en él un pensamiento o un sentimiento negativo, lo detiene de inmediato, reemplazándolo o transformándolo. Éste es el primer trabajo: dominar y orientar todo lo que sucede en nosotros. Anotadlo bien, porque se trata de algo absoluto. La verdadera Ciencia iniciática comienza ahí: en no dejar jamás que se produzca un acontecimiento interno, un fenómeno psíquico, una emoción sin estar al corriente. La mayoría de los hombres sólo son conscientes de su vida interna cuando pasan por tragedias o catástrofes. Entonces sí, sienten que les sucede algo espantoso. Pero cuando los acontecimientos no son tan manifiestos, no son conscientes de ellos: y así es como dejan que se acumulen en ellos elementos negativos que poco a poco les destruyen, y cuando se dan cuenta ya es demasiado tarde para remediarlo. Como veis, vuestra primera tarea es ser lúcidos, estar vigilantes de todo lo que sucede dentro de vosotros, y en cuanto se presente un elemento negativo, haced todo lo posible para remediarlo; de esta manera podréis adquirir los verdaderos poderes. La base de todos los poderes está en eso: en la capacidad de observarse a sí mismo. Y esto no impide la actividad, el trabajo, la creación. Algunos se imaginan que si empiezan a observarse y a analizarse, ya no harán nada más. No, ocurre lo contrario; y el análisis debe convertirse en un hábito. Aquéllos que se imaginan que su vida psíquica va a organizarse por sí sola sin tener que hacer ningún esfuerzo de análisis y de lucidez, quedarán decepcionados. Es inútil esperar grandes realizaciones si uno carece de las cualidades más elementales para empezar el trabajo. Y el comienzo consiste en estar siempre despiertos, vigilantes, para ser conscientes inmediatamente de las corrientes que pasan a través vuestro. Hay momentos en los que, por ejemplo, estáis concentrados en lo que hacéis. Pero, en realidad, una parte de vosotros está sumergida en pensamientos y sentimientos negativos, en rencores, etc.... y eso puede durar horas sin que os deis cuenta. De eso es de lo que tenéis que ser conscientes, porque, de lo contrario, es como si hubiese dentro de vosotros unos ríos subterráneos que nunca cesan de fluir mientras no intervengáis para cambiar su curso. Ved que volvemos siempre al precepto enunciado por Jesús: «Velad y orad». «Velar» significa, desde luego, no dormir, pero no dormir en el plano espiritual. Hay que estar siempre despiertos y vigilantes en nuestros pensamientos para damos cuenta de que existen corrientes y elementos impuros y nocivos que hay que evitar. Aquél que no está vigilante, que no vela, está expuesto a todos los peligros. No hay nada peor que vivir con los ojos cerrados. Hay que mantener los ojos bien abiertos para darse cuenta continuamente de lo que sucede en uno mismo. Únicamente el que mantiene los ojos bien abiertos posee la inteligencia de la vida interior y no se deja atar por cualquier fuerza, por cualquier entidad. ¡Es tan claro que cualquiera puede venir a atacar por sorpresa a un hombre dormido! Así pues, hay que velar. Y ahora «orar». ¿Qué significa «orar»? Después de haber velado, es decir, de haber echado un vistazo para saber lo que sucede, debéis intervenir e implicaras directamente en los asuntos para suprimir tal elemento, añadir tal otro, y haceros dueños de una situación para impedir que los enemigos os invadan y os saqueen. Esto es orar. Orar es aportar un remedio, una mejora, y para conseguirlo el mejor método es conectaras con el Cielo, El cerebro humano es un aparato de radio o de televisión: capta ciertas estaciones, determinadas longitudes de onda. En vuestro transistor, apretando un botón podéis escoger distintas emisoras: música, informaciones... Pues bien, interiormente también es así: si por error pulsáis determinados botones, oís una música infernal, estrépito, disputas. Así que, ¡cambiad de longitud de onda! Con el pensamiento, con la imaginación apretad otro botón, es muy fácil; y entonces oiréis las emisiones celestes. Orar no es otra cosa que apretar el botón de las longitudes de onda más cortas y más rápidas, las cuales conectan con el Señor, y de esta manera cambiáis los movimientos y las vibraciones en vuestro interior. Orar es desencadenar dentro de vosotros un movimiento positivo, luminoso, divino. No lo olvidéis: el primer paso hacia la libertad, el primer paso hacia el poder es echar en primer lugares un vistazo en vuestro propio interior para ver en qué situación os encontráis y luego ponerle remedio en la medida que podáis. Este precepto «Velad y orad» es, pues, de una gran importancia en la vida espiritual. Al cuerpo físico hay que darle las horas de sueño que necesita; es el espíritu que hay en vosotros el que no debe dormir jamás. Dormid, pero que vuestro espíritu continúe trabajando, incluso durante el sueño. Hay muchos hombres en la tierra que son desgraciados, que sufren, que viven en tinieblas: y precisamente durante la noche es cuando un Iniciado puede ayudarles. Su cuerpo físico descansa, 'estirado, inmóvil, pero su espíritu va por todas partes ayudando e instruyendo a las criaturas. Su espíritu no duerme, continúa activo. Y vosotros también podéis empezar este trabajo, pero sólo si aprendéis a prepararos para el sueño. Antes de dormiros, decid: «Esta noche voy a dejar mi cuerpo para ir a instruirme en el mundo invisible y ayudar a los humanos.» Nunca os olvidéis de dormiros con un ideal magnífico para ir a ejecutar trabajos en el otro mundo, porque gracias a este ideal construiréis vuestro futuro y el de toda la humanidad. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV Sobre el tema LA POLUCION PSIQUICA. Todo el mundo piensa, pero, ¿en qué piensa?.. Van a un montón de estiércol, lo remueven y entonces sale de él un olor nauseabundo. Pues bien, a menudo es así como la gente piensa: remueven el estiércol, ¡y todo apesta! Todo el mundo piensa, no hay nadie que no piense, hasta los perezosos que no hacen nada piensan, pero sus pensamientos flotan como una hoja al viento. Muchos piensan en cómo engañar, robar o asesinar. Los seres humanos utilizan el pensamiento continuamente, pero al no saber cómo hacerla no les aporta gran cosa, y no sólo no les aporta gran cosa, sino que les sirve incluso para atormentarse y destruirse. El pensamiento es una fuerza, un poder, un instrumento que el Señor ha dado al hombre para que pueda llegar a ser creador como Él, es decir, creador en belleza, en perfección. En realidad con su pensamiento el hombre puede contactar con toda clase de materiales, de quintaesencias, de criaturas en el mundo divino o en el mundo infernal, y aquél que no sabe que el pensamiento es creador, se ocupa a menudo de cosas tan negativas que se destruye a sí mismo. Por eso la única cosa esencial estriba en ser consciente y en saber si lo que hacéis con vuestro pensamiento, lo que deseáis, lo que trabajáis, es verdaderamente positivo para vosotros y para el mundo entero o, por el contrario, resulta perjudicial. De esto es de lo que tenéis que ocuparas, sin inquietaras de que vuestros pensamientos y vuestros deseos se realicen o no. Porque ciertamente, tarde o temprano, sean buenos o malos, se realizarán; y si son malos, vosotros seréis sus víctimas cuando se realicen. Desgraciadamente la naturaleza humana todavía no está muy evolucionada, y lo primero que el hombre desea cuando se le revelan ciertos medios y posibilidades es utilizarlos en provecho propio para adquisiciones personales y egoístas. Y esto es lo peligroso. Por esta razón en el pasado los Iniciados preferían guardar silencio sobre esta cuestión del poder del pensamiento, y sólo hacían revelaciones a discípulos de probada pureza y autodominio. Pero independientemente de que se les hagan o no revelaciones sobre este tema, los humanos utilizan inconscientemente este poder del pensamiento. Lo sepan o no, piensan, desean, codician, imaginan. Por lo tanto, no explicarles nada no supone ninguna seguridad ni para ellos ni para nadie; por eso es preferible instruirles, pero advirtiéndoles que están en posesión de unos medios que pueden ser terribles. Cada uno debe saber, pues, que dispone de ciertos poderes que la naturaleza le ha dado, y que, gracias a estos poderes, él mismo es el artífice de su destino. Le diremos: «Haga Vd. lo que quiera, pero cuidado, será Vd. quien sufra las consecuencias. Si desea dinero, éxito, gloria... sepa Vd., en primer lugar, que no podrá conservados por mucho tiempo y que, además, se convertirá en un ser dependiente de todos aquellos que los distribuyen.» Jesús decía: «El Príncipe de este mundo viene y nada de lo que hay en mí le pertenece.» Esto significa que el Príncipe de este mundo - es decir, en realidad, el Diablo - posee riquezas que distribuye a aquellos que le sirven. Jesús no tenía nada suyo y, por tanto, no le debía nada, era libre. Este pasaje de los Evangelios es muy profundo. Si os concentráis únicamente en las adquisiciones materiales, entráis en relación con el Príncipe de este mundo porque es él quien dispone de estas cosas y las distribuye. Por tanto, directa o indirectamente, se las pedís a él y tratáis con él. Quizás os las dé, pero a cambio deberéis cederle vuestra libertad, vuestra voluntad... Así pues, ¡atención! Lo que también debéis saber es que los pensamientos y los sentimientos nauseabundos que los humanos vierten continuamente a su alrededor, hacen de la atmósfera psíquica de la tierra una verdadera ciénaga. ¿Qué es una ciénaga? Un lugar en el que el agua no se renueva y en donde pululan bichos de todo tipo: toman su alimento y expulsan sus excrementos en la misma agua, absorbiendo las suciedades unos de otros. Eso es la humanidad: gusanos, renacuajos, ranas en una ciénaga, expulsando sus suciedades y tragándose las del vecino: la enfermedad, el odio, la sensualidad, la maldad, los celos, la codicia... No lo ven, pero si fuesen un poco clarividente s verían unas formas horribles, negras, pegajosas que salen de muchas criaturas y que van a acumularse después en las capas de la atmósfera. Eso podemos experimentado cuando nos acercamos a las ciudades después de vivir una temporada en las montañas. Cuando nos hemos acostumbrado a la pureza de las montañas en las que viven entidades muy luminosas, no podemos dejar de sentir, al descender nuevamente, las nubes que flotan por encima de una ciudad. E incluso cuando el tiempo está despejado, vemos, sentimos estas nubes: algo tenebroso, espeso, denso, que cubre la ciudad. Cada vez más la gente se queja de la polución; los científicos' están alarmados y descubren que todo está polucionado: la tierra, el agua, el aire, y - que las plantas, los peces, los pájaros, los seres humanos se están muriendo. Ya no saben cómo remediarlo. Por otra parte, aunque encontrasen el medio, sólo serviría para mejorar la situación externa, lo cual es insuficiente. Porque en el mundo espiritual también se propagan las miasmas que están matando a la humanidad, y si los hombres fuesen verdaderamente sensibles, sentirían que la atmósfera del mundo psíquico es todavía más irrespirable que la del mundo físico. Nos quejamos de los humos de los coches, pero los humanos también envenenan la atmósfera espiritual con gases tóxicos: sus malos pensamientos y sus sentimientos de odio, de celos, de cólera, de sensualidad. Todos los pensamientos y sentimientos impuros que enmohecen y pudren al hombre producen exhalaciones, pestilencias asfixiantes. Acusan a los coches, pero, ¿qué son los coches al lado de cinco mil millones de criaturas ignorantes que nunca han aprendido a dominar su vida interior? Si ahora hay tantas enfermedades, no es sólo a causa de la polución del aire, del agua y de los alimentos; no. Si la atmósfera psíquica no estuviese tan polucionada, los humanos lograrían neutralizar todos los venenos externos: el mal está, en primer lugar, en el interior. Cuando el ser humano vive armónicamente, las fuerzas que posee dentro de él reaccionan, expulsando las impurezas incluso en el plano físico, y así el organismo logra defenderse. Ante todo el hombre es vulnerable internamente, y poco a poco esta debilidad acaba por manifestarse también externamente. Tomad el ejemplo de alguien que tiene una fe extraordinaria y una sangre muy pura: puede vivir entre los apestados, los leprosos, los tuberculosos, y no resulta contaminado. Mientras que otros, aunque huyan para evitar los microbios, ¡son atrapados por éstos! Sí, porque interiormente tienen algo que se está pudriendo, y esta podredumbre es un excelente alimento para los microbios. Ya os lo expliqué: la pureza de la sangre, del pensamiento, suprime todas las condiciones favorables para los indeseables, incluso en el plano físico. Mientras que si el mal ha penetrado ya en los pensamientos, en los sentimientos, en el corazón, en los deseos, hay una puerta abierta, y entonces, ¡es facilísimo que se cuelen en el plano físico las enfermedades, causando todo tipo de estragos! Esto todavía no lo ha comprendido la ciencia; va muy retrasada en este tema. En lo demás está muy adelantada, manda aparatos y hombres a otros planetas, pero en lo referente a la exploración del mundo interno, va muy atrasada. Por eso ya no hay hombres sanos en la tierra. La pureza hay que introducirla, ante todo, en lo interno: en los pensamientos, los sentimientos, los deseos, las miradas, las palabras, los gestos. Todas las emanaciones deben transformarse, mejorarse. ¿Cómo no darse cuenta de que la polución no existe sólo en el plano físico? Hay personas que, sin ni siquiera tocaros, pueden envenenaras sólo con sus emanaciones. Si hubiese laboratorios con aparatos suficientemente perfeccionados, podría constatarse que ciertas emanaciones fluídicas humanas son capaces de asfixiar a algunos animales. Y también podría hacerse la constatación inversa: de cuán benéficas son las emanaciones de un ser espiritual para todas las criaturas, incluso para las piedras, las plantas, y los animales. Su presencia desinteresada, llena de amor, obra tan favorablemente sobre los que le rodean, como puede obrar negativamente la presencia de un criminal. E incluso los espíritus que han dejado la tierra se le acercan para alimentarse de sus emanaciones. Si la atmósfera de la tierra todavía no se ha vuelto completamente irrespirable es gracias a semejantes seres, que sólo piensan en difundir a su alrededor la paz y la luz. ¿Cómo enseñar a los humanos a dominar sus pensamientos y sus deseos para que dejen de polucionar la naturaleza y las regiones etéricas? Ni siquiera están suficientemente atentos como para evitar la polución del plano físico; mucho menos aún la del plano psíquico, que no ven; continúan dejando escapar malos pensamientos, malos sentimientos que penetran en todas las personas que frecuentan. Quizá la conciencia de estas personas no esté lo bastante despierta como para que se den cuenta de la naturaleza de los elementos que les penetran, que les envenenan y les destruyen; pero, aunque no se den cuenta, estos elementos actúan; y aquéllos que los han enviado serán castigados. Sí, porque todo se inscribe: cuántos lugares han polucionado, cuántos seres han ensuciado, todo queda anotado. La naturaleza es un ser vivo del que nosotros formamos parte. Cada ser humano es una célula situada en alguna parte del inmenso organismo cósmico que la soporta, la alimenta y la vivifica. Si se comporta como un malhechor que envenena la atmósfera, se convierte en una especie de tumor dentro de este organismo. Y como la naturaleza no puede soportar a un individuo que está creando sin cesar focos de infección, toma una purga y lo expulsa. ¿Qué os creéis? ¡La naturaleza sabe defenderse! Hay que pensar, pues, en vivir armónicamente con este gran cuerpo universal en el que «estamos alojados y alimentados». Y vivir en armonía con la naturaleza es tomar precauciones para proyectar menos suciedades, producir menos daños, y trabajar para llenar el espacio de pensamientos puros, luminosos, benéficos. Como las cosas nunca permanecen en el mismo sitio, sino que se propagan, estas ondas purificadoras son una bendición para la humanidad. Pero, ¿dónde están los seres iluminados que quieran hacer este trabajo? No hay muchos: cada uno se ocupa de sus propios intereses y procura triunfar a todo precio, a puñetazos, a arañazos, a dentelladas o a patadas... Por todas partes se emplean estas armas para abrirse camino. Pero, ¡cuán costosa es esta actitud para la humanidad!.. Es preciso que en toda la tierra se formen focos espirituales en los que los humanos, instruidos en la Ciencia iniciática, aprendan a purificar la atmósfera, la' interna primero, y luego la externa; y entonces se producirá el advenimiento del Reino de Dios. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV Sobre el tema LA VIDA Y CIRCULACION DE LOS PENSAMIENTOS. Si hay una cosa que debéis saber es que todos los pensamientos, por más débiles e insignificantes que sean, son reales. Hasta se pueden ver; y hay seres que los ven. Evidentemente en el plano físico el pensamiento es invisible e imperceptible, pero es algo real, y en su región, con los materiales sutiles de los que está hecho, es una criatura viva e incluso activa. La ignorancia de esta verdad es la causa de muchas desgracias: los humanos no ven y no sienten que el pensamiento trabaja, construye, o bien que destroza y arruina, y se permiten pensar cualquier cosa sin saber que, de esta manera, se cierran el camino de la evolución. Dios hizo don al espíritu del poder más formidable que podía otorgar. Y como cada pensamiento está impregnado de este poder del espíritu que lo ha creado, evidentemente actúa. Sabiendo esto, podéis convertiros en bienhechores de la humanidad. A través del espacio, cada cual puede enviar sus pensamientos hasta las regiones más lejanas, como si fuesen mensajeros, criaturas luminosas a las que se encarga ayudar a los seres, consolarles, iluminarles, curarles. Aquél que hace este trabajo conscientemente penetra, poco a poco, los arcanos de la creación divina. ¡Si tan sólo la ciencia oficial se decidiese a ocuparse de esta cuestión tan importante del pensamiento! Pero no, de momento fabrica cohetes, fabrica bombas... Sé que, a pesar de todo, algunos investigadores en Estados Unidos y en la Unión Soviética se han ocupado de la cuestión de la telepatía. Tomemos sólo una de las experiencias americanas. Escogieron a dos personas dotadas de facultades mediúmnicas: una de ellas tenía que enviar mensajes con el pensamiento, y la otra captarlos. La persona «emisora» estaba en Washington, vigilada por una comisión de expertos que estaban allí para verificar y controlar; todos los mensajes que enviaba eran anotados y guardados en una caja fuerte para que no hubiera fraude. La persona «receptora» había sido llevada a bordo de un submarino en el Océano Pacífico, por lo tanto se encontraba a miles de kilómetros y a una gran profundidad. Anotaba los mensajes que recibía y también estaba vigilada por una comisión que guardaba en una caja fuerte todo lo que escribía. Después compararon los mensajes enviados y los mensajes recibidos, y constataron que había un porcentaje muy bajo de errores. Esta experiencia demostró que el hombre es capaz de proyectar ondas a una gran distancia en el espacio. No se sabe hasta dónde pueden llegar estas ondas; tampoco se sabe la distancia que recorren los rayos del sol o de una estrella, puesto que los rayos de una estrella apagada desde hace miles de años, todavía continúan recorriendo el espacio. Lo mismo sucede con el pensamiento humano: nuestros pensamientos son los rayos de un sol que es nuestro espíritu. El sol proyecta una quintaesencia de un poder extraordinario que sus rayos - como pequeños vagones cargados de víveres y de tesoros - transportan por el espacio hasta lugares lejanos. Y nuestro espíritu, como el sol, envía sus rayos, los pensamientos, que transportan el bien o el mal de lo que están cargados. Esta experiencia también demuestra que el pensamiento penetra el agua muy profundamente, a diferencia de los rayos ?, ? y ?, de los rayos X, que son detenidos por aquélla inmediatamente. El pensamiento es, pues, más penetrante que estos rayos, y es capaz de producir efectos a gran distancia. Tenéis un pensamiento: sale de vosotros y se va a algún lugar del mundo, accionando sobre los cerebros de otras personas. Con vuestro pensamiento, por tanto, ponéis en acción toda clase de mecanismos que desconocéis. ¿Qué conclusión hay que sacar de esto? La conclusión es que si nos abandonamos a pensamientos negativos, tenebrosos, destructores, por la ley de afinidad desencadenamos estados parejos en la cabeza de miles y miles de personas. Aunque no nos demos cuenta, así es. Y somos responsables de ello... Y seremos castigados porque no tenemos derecho a influir negativamente te en un ser humano o a destruir algo bueno en él. Si los humanos fuesen lo bastante sensibles verían unas nubes flotando alrededor de ciertas personas - unas entidades tenebrosas - y que, pasado algún tiempo, estas entidades se van por el espacio a hacer daño, sin que estas personas sepan que son ellas quienes lo han provocado. Imaginad que detestáis a una persona hasta el punto que pensáis cada día en asesinarla; aunque no lo hagáis porque no os atrevéis, de todos modos vuestros pensamientos criminales corren peligro de realizarse, porque habrá alguien en el mundo que, poseyendo la misma estructura y las mismas disposiciones que vosotros, captará vuestro pensamiento por la ley de afinidad, y cometerá en algún lugar un crimen del que vosotros seréis la causa sin saberlo. Cuántos hombres cometen acciones espantosas, y después dicen: «No sé cómo ha sucedido; nunca había pensado en eso; obedecí a un impulso, era algo más fuerte que yo»"; y ellos mismos están asombrados, no comprenden cómo han podido hacerla. Pues bien, a menudo han sido influenciados a hacerla sin saber por qué. Evidentemente lo que aquí os digo para el pensamiento, también es válido para el sentimiento. Igual que el pensamiento, el sentimiento es una fuerza que sale del hombre y circula por el espacio haciendo el bien o el mal. Decidíos, pues, a no proyectar más que pensamientos y sentimientos que tengan consecuencias benéficas. Cuando sintáis que no sois dueños de la situación, que os dejáis llevar por impulsos negativos, reaccionad, tratad de tomar otra dirección. Si no sois conscientes, si alimentáis malos pensamientos sin prestarles siquiera atención, trabajarán en vuestra contra. Se dice en los Evangelios: « ¡Estad alerta!» Lo que quiere decir alerta ante todo lo que sucede en vosotros mismos, y no ante lo que os puede llegar de fuera. No corréis un gran peligro por lo que os viene de fuera, no es necesario estar siempre en guardia para vigilar que no os asalten en una esquina. « ¡Estad alerta!»... El espíritu, la conciencia, son los que deben estar alerta. Este consejo se refiere a la vida interna mucho más que a la vida externa. Exteriormente estáis tranquilos, no todos los días corréis peligro de que os pongan un cuchillo en la garganta, pero, por dentro, ¡cuántos golpes recibís! Os muerden, os pinchan, os despedazan, os echan agua hirviendo en la cabeza, y después os zambullen en agua helada. ¡Es el infierno de Dante!... Pues bien, todos estos tormentos son los restos de los pensamientos que enviasteis, y que vuelven ahora hacia vosotros. Debéis conocer esta ley y comprender, de ahora en adelante, que nada es más importante que ser conscientes y vigilar los pensamientos. Evidentemente no lo conseguiréis inmediatamente. Todavía pasaréis por tribulaciones, pero tendréis, por lo menos, la posibilidad de llegar a ser un día dueños de la situación. SIGUE POR LA TARDE Según su fuerza, su naturaleza, su calidad, la intención y el sentimiento que el hombre pone en ellos, los pensamientos se dirigen a unos seres o a unos objetos determinados. Algunos pensamientos no viven durante mucho tiempo, mientras que otros subsisten a lo largo de siglos y hasta de milenios. Sí, todavía hay pensamientos que flotan desde las épocas egipcia, caldea, asiria e incluso atlante; algunos de estos pensamientos son tan negativos y venenosos que todavía están causando estragos, mientras que otros, por el contrario, todavía son la fuente de grandes bendiciones. Hay que considerar a cada pensamiento como un individuo que procura vivir el mayor tiempo posible, hasta que, no pudiendo mantenerse por más tiempo, muere. Y todos los pensamientos de la misma naturaleza se juntan, se refuerzan y se amplifican. No estamos acostumbrados a considerar los pensamientos como entidades vivas; no lo dice en ninguna parte la ciencia oficial; se trata de un campo completamente desconocido. Únicamente la Ciencia iniciática, que ha estudiado profundamente esta cuestión, enseña que los pensamientos son entidades vivas, y también afirma que no han sido creadas por los hombres. Pueden instalarse en él para ayudarle o perjudicarle, pero no es él quien los ha creado: él crea solamente las posibilidades para que le visiten. Ocurre con los pensamientos exactamente como con los hijos. El hombre y la mujer nunca pueden crear un hijo, es decir, el espíritu de su hijo: construyen tan sólo su morada, el cuerpo físico, en donde el espíritu vendrá a habitar; y esta morada es una choza, un palacio o un templo, según la calidad de los materiales que hayan logrado procurarse. El hombre no crea, pues, los pensamientos; tan sólo los atrae o los repele, porque también en este terreno hay leyes de atracción y de repulsión. Si fuese él quien pudiese crearlos, también debería poder destruirlos; pero no es éste el caso, vosotros, mismos lo habéis experimentado. ¡Cuántas veces os encontráis con pensamientos que se os echan encima, como si se tratase de avispas o de mosquitos! ¡Y os resulta imposible desembarazaros de ellos! ¿Por qué? Porque habéis creado las condiciones adecuadas para atraerlos; habéis dejado que las impurezas se instalen en vosotros yeso atrae a criaturas que gustan de estas suciedades. ¡Purificaos y veréis qué pensamientos os vienen! Hay pensamientos en todas las regiones del espacio... hasta el mundo de las Ideas del que habla Platón. ¿Qué son las Ideas? Son principios eternos, arquetipos, poderes que trabajan para formar y modelar el universo. Son divinidades. Cada Idea es una divinidad. Diréis: «Pero entonces, ¿cómo y con qué atraemos los pensamientos? ¿Acaso creamos unos pensamientos que atraen a otros?» No, la verdad es que venimos al mundo con unos pensamientos que ya están instalados en nosotros; estos pensamientos son semejantes a obreros que participan en la construcción de nuestra existencia. Y cada uno de nosotros somos, también, un pensamiento. El universo entero no está poblado de otra cosa que de pensamientos del Señor; Él piensa y todas las criaturas visibles e invisibles son sus pensamientos. Podemos decir, pues, que únicamente Dios piensa, y nosotros pensamos en tanto que somos capaces de acercamos a Él y de identificarnos con su espíritu. Mientras no estemos llenos del Espíritu divino, son otros seres los que piensan a través nuestro y disponen de nosotros. Evidentemente estos seres pueden ser de diferentes clases. Cuando estáis sumergidos en el gozo, cuando estáis maravillados, cuando tenéis pensamientos de una gran elevación, de una gran pureza, estos pensamientos son espíritus muy poderosos que vienen a visitaros para recompensaros, para ayudaros a continuar por el buen camino. Su presencia crea en vosotros un estado magnífico, y después se van, con lo cual perdéis este estado. Tratáis de revivirlo y no lo conseguís. Si fueseis vosotros quienes los hubieseis creado, deberíais poder revivirlos cuando quisieseis, como quisieseis y tantas veces como quisierais. Pero no, sólo son visitantes. Tienen su itinerario, su programa, y cuando preparáis en vosotros las condiciones adecuadas, os dan, al pasar, sus bendiciones. Pero como os decía hace un rato, los pensamientos son entidades que están al servicio del hombre y gracias a los cuales éste puede atraer a otras entidades. Imaginad que tenéis servidores en vuestra casa: les encargáis que preparen un festín y que vayan a invitar a talo cual persona. Pues bien, vosotros no sois estos invitados, ni tampoco estos servidores. Sois el dueño o la dueña de la casa, y ellos son vuestros servidores. De la misma manera el hombre tiene dentro de sí, desde su nacimiento, a su servicio, un cierto número de servidores: los pensamientos, pero también los sentimientos y los impulsos, que son entidades independientes. Bien sé que os es difícil aceptar una idea semejante, porque no es así como os han instruido. Incluso hay sabios que dicen que los pensamientos son el resultado de las secreciones del cerebro, ¡exactamente como la bilis es una secreción de la vesícula! Pues no, esto es erróneo. Por tanto, mientras tengamos servidores dentro de nosotros, podemos preparar las condiciones necesarias para que el Cielo venga a visitarnos e instalarse en nosotros bajo forma de dones, de virtudes, de poderes. Y cuando dejamos de ser razonables estas entidades nos abandonan, porque no soportan vivir en semejantes condiciones no soportan la fealdad, los olores nauseabundos, las fermentaciones; y se van. Si pudiésemos crear nosotros mismos nuestros pensamientos, deberíamos fabricamos nuevas facultades o retener nuestros dones, pero no perderlos. Y, sin embargo, ¡cuántos han perdido su talento de cantante, de pintor, de músico, etc.... o sus facultades de sanador, de clarividente! Continuamente las entidades entran en nosotros o nos abandonan. Interiormente hay en nosotros un gran trajín, porque somos como una casa con muchos pisos y habitaciones por donde va y viene una muchedumbre de inquilinos. Sí, y a menudo el dueño de la casa es un pobre hombre que está encerrado en una pequeña celda en alguna parte, y nadie le obedece, ni siquiera le escucha. Son los demás, los inquilinos, los servidores, los que le imponen su voluntad. Han hecho la revolución, lo han encerrado en un calabozo, y apenas le dan un pedazo de pan y un poco de agua para que no se muera de hambre y de sed; y son ellos los que dirigen, los que gobiernan... ¿No me creéis? Sí, hay muchas personas que no son dueñas de la situación, que no son los reyes de su propio reino. Todos los que habitan en ellos comen, beben, disfrutan, y ellos, los pobres, no pueden impedírselo, no pueden hablar, nadie les escucha. ¿Por qué? Porque no han sido razonables: se abandonaron a los placeres más bajos, a sus caprichos, y atrajeron así un número cada vez mayor de entidades inferiores que les tienen atados. Sólo les queda la posibilidad de constatar lo que sucede, sin poder cambiar nada de nada. Así que, ahora, para restablecer la situación, deben buscar ayuda, amigos, a fin de poder expulsar a los enemigos tomar de nuevo la dirección de su reino. No pueden esperar, deben reaccionar inmediatamente; de lo contrario la cosa irá de mal en peor. Evidentemente os resulta difícil comprender que no sois vosotros quienes creáis los pensamientos, pero esa es la realidad. El hombre dispone de muchos pensamientos que son sus sirvientes, exactamente como un padre puede tener una decena de. Hijos que están con él para ayudarle en su trabajo, pero que no han sido creados por él. El padre y la madre han dado el cuerpo físico, pero el espíritu ha venido de otra parte. En tanto que espíritus, también nosotros somos un pensamiento, pero no somos nosotros quienes hemos creado este pensamiento, sino el Señor. Nosotros somos, pues, un pensamiento poderoso, bien armado, y que tiene a su servicio a muchos otros pensamientos. Nosotros somos una creación del Señor, y Él es el único que crea los pensamientos y que los envía. Los ángeles 'y los arcángeles también son pensamientos del Señor; y el universo es el templo que el Señor ha poblado con sus pensamientos, es decir, con servidores, entidades, espíritus. El Señor ha creado los pensamientos, los espíritus; y el universo es la morada que ha sido formada para acogerlos. De la misma manera, el hombre prepara las condiciones, la morada en la que recibirá a los pensamientos. Él no los ha creado, como tampoco crea la vida que da a sus hijos. Los padres son como preceptores, les han enviado criaturas para que las cuiden, para que las eduquen. Ni siquiera saben de dónde vienen ni quiénes son, pero lo que sí deben saber es que un día tendrán que dar cuenta sobre la forma en que han cumplido su tarea. Si han sido descuidados, poco atentos, serán castigados; pero si han sido buenos preceptores, recibirán su recompensa por el trabajo realizado. Reflexionad sobre esta comparación entre los pensamientos y los hijos; quizá os parezca demasiado simple, insuficientemente filosófica; sin embargo, ésta es la verdad. Estáis rodeados por vuestros pensamientos como por vuestros propios hijos. Sí, ¡toda una chiquillería! Hay que alimentarles, lavarles, instruirles. Sin que seamos conscientes de ello, algunos están agarrados a nosotros, toman nuestras fuerzas, nos agotan; otros se van por el mundo a otra parte, para robar y saquear. Pero puesto que en el mundo invisible existe también una especie de policía, ésta viene a buscaros para haceros responsables de las majaderías que cometen vuestros hijos; y entonces os llevará ante los tribunales de arriba, ¡y os condenan a pagar daños y perjuicios! Tenéis penas, tribulaciones, tristezas, ¿y no sabéis por qué? Sencillamente porque en el mundo invisible tenéis deudas que pagar. He ahí por qué siempre he insistido sobre el hecho de que con nuestros deseos y nuestros pensamientos debemos formar hijos angelicales, divinos, los cuales estarán a nuestro alrededor y sólo nos aportarán bendiciones. Centre OMRAAM FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV Sobre el tema COMO SE REALIZA EL PENSAMIENTO EN LA MATERIA Hay que volver una y otra vez sobre la cuestión del pensamiento: qué es, cómo trabaja, cómo se realiza en la materia y cuáles son las condiciones necesarias para que se realice. Muchas cosas en la vida dependen de la correcta compresión de esta cuestión. Si no está clara, un gran número de problemas se quedarán sin solución. Algunos espiritualistas, habiendo leído en alguna parte que el pensamiento es una fuerza todopoderosa, pero sin haber estudiado en qué casos no lo es, se lanzan a hacer ejercicios de concentración para obtener resultados en el plano físico; y, como no los obtienen, se decepcionan. Pero, aunque se concentren durante años no conseguirán nada, porque no han estudiado bien la cuestión. Ciertamente el pensamiento es todopoderoso, pero para saber en qué consiste su poder hay que conocer en qué región y con qué materiales trabaja y también cómo influye en otras regiones, distintas de la suya, hasta descender a la materia. La naturaleza ha establecido leyes. Entonces, ¿por qué debería perder el hombre tanto tiempo y fuerza para conculcar estas leyes? Si queréis atraer un terrón de azúcar desde el azucarero hasta vuestra boca, podéis concentraros todo lo que queráis, no se moverá... y entonces os sentís decepcionados, desanimados. Pero si lo tomáis con la mano y lo metéis en vuestra boca, ¡se acaba el problema! La naturaleza nos ha dado una mano para coger los objetos. Diréis: «Pero entonces, ¿qué debemos hacer con el pensamiento?» Con el pensamiento podemos realizar cosas mucho más importantes, pero hay que conocer su naturaleza, su mecanismo, y saber cómo trabaja. El pensamiento es una fuerza, una energía, pero también es una materia extremadamente sutil que trabaja en una región muy alejada del plano físico. Tomemos el ejemplo de las antenas. Habéis visto antenas de radio o de televisión sobre los tejados o en lo alto de una torre, y sabéis que sirven para captar ondas, vibraciones. Con tanto tiempo como llevan ahí, ¿están acaso recubiertas de alguna materia? ¿Ha quedado en ellas algún poso de lo que han captado? No, no han cambiado en peso ni en volumen; ciertamente que han recibido algo, pero este algo no es material. Para producir ondas siempre se necesita un punto de partida material, pero las ondas en sí mismas no son materiales. Así pues las antenas captan vibraciones, ciertas longitudes de ondas, y luego las transmiten a todo tipo de aparatos, los cuales, a su vez, transmiten estos movimientos a otros aparatos que desencadenan los fenómenos físicos. O bien suponed que hay una bola, ahí, suelo; con la mano, o con la ayuda de un objeto le doy un golpe y, al golpeada, le comunico energía. No le he comunicado nada material, esta bola se pone a rodar porque se ha producido una transmisión de energía que la ha puesto en movimiento, el cual se mantendrá hasta que esta energía se agote o hasta que encuentre un obstáculo. Estos ejemplos pueden haceros comprender que los pensamientos que formamos no afectan todavía a la materia densa, visible; sólo influyen y hacen vibrar aquello que se acerca más a su naturaleza es decir, a los elementos sutiles que existen en nosotros y en los demás. Nuestro pensamiento, por lo tanto, se comunica exactamente de la misma forma que la energía motriz se comunica a la bola. El pensamiento en tanto que energía, vibración o fuerza, es percibido por determinados centros que están provistos de antenas; estas antenas, situadas en el cerebro, o incluso más arriba, en el plano etérico, se ponen a vibrar y a transmitir mensajes a los demás aparatos; entonces se producen grabaciones, se ponen en marcha distintos mecanismos y hay circulación de fuerza, de energía por todo el cuerpo. Evidentemente, no lo vemos; y es inútil esperar resultados en el plano físico. Pero se ha producido un cambio en el plano sutil; y ahora conseguimos que la comunicación se establezca con otras regiones más densas, con otros aparatos mucho más groseros, llegaremos al restablecimiento completo de todo el sistema de comunicaciones. Como en una fábrica, mirad: todo está conectado, todo está preparado; sólo hay un botón, un simple botón que hay que pulsar; como está conectado con muchos engranajes y circuitos de transmisión, todas las máquinas se ponen en marcha... Si llegamos a realizar una conexión análoga en el ser humano, el pensamiento puede producir inmediatamente resultados tangibles en la materia. Pero si la comunicación no se establece de manera correcta de un plano a otro, el pensamiento no puede actuar inmediatamente: hay agujeros, zonas muertas, y la corriente no pasa. El pensamiento que el hombre proyecta actúa ya en su región, arriba, y pone en marcha aparatos de una gran sutilidad, pero no puede producir nada en el plano físico mientras los relés de transmisión no estén instalados. En cuanto se establece la comunicación, las energías circulan y pueden afectar a la materia. Entonces sí, el pensamiento es poderoso, es mágico, se manifiesta totalmente. Ahora, para que quede claro, sabed que cuando decimos que el pensamiento se realiza es absolutamente cierto, pero hay que comprender cómo. Tomemos el ejemplo de un hombre que se convierte en ladrón. Al principio se contenta con imaginar: « ¡Ah! Me bastaría con colarme por allí, alargar el brazo... » Todavía no lo desea suficientemente ni tiene el valor de hacerlo; solamente de vez en cuando se entrega a estos pensamientos, se imagina la escena, las circunstancias: la multitud en el metro o en unos grandes almacenes, y su mano que se desliza en un bolsillo, en un bolso o en un escaparate. Pero todo eso permanece aún en el plano mental; todavía es incapaz de realizarlo. Sin embargo, puesto que este pensamiento se ha grabado, desencadena ciertos engranajes en el plano astral y, desde allí, se franquea el camino para descender hasta la materia. Y la materia, aquí, para nuestro ladrón, es el acto, el gesto, la aplicación. Al principio es como si no ocurriese nada: lo que el hombre trama permanece invisible; en apariencia es un ser honesto, íntegro. Pero su pensamiento ya ha descendido al plano del sentimiento: empieza a desear ardientemente su realización, y esta realización no se demorará. Las comunicaciones, las conexiones se están estableciendo; y he ahí que, un buen día, su mano se apodera con toda naturalidad de un monedero o de un objeto. Ved, pues, que su pensamiento, que estaba muy arriba en el plano mental, descendió al plano astral, al plano del deseo y, desde éste, al plano físico. ¿Cómo podemos decir, entonces, que el pensamiento no se realiza? Tomemos otro ejemplo. Un hombre es tranquilo, pacífico, idealista. Cuando le dan una bofetada, incluso pone la otra mejilla. Pero he ahí que un día, leyendo determinadas obras históricas, reflexiona sobre las ideas de ciertos pensadores, de ciertos hombres políticos del pasado que conmovieron la sociedad y arrastraron a las multitudes a todo tipo de aventuras. Se apasiona por ellos, se nutre con sus obras y se vuelve cada vez más audaz. Finalmente se inscribe en un partido, empieza a actuar, y se vuelve capaz de persuadir, de arrastrar a los demás; y helo ahí a la cabeza de una revolución en su país. Todo empezó con unas ideas, unas teorías, una filosofía. ¿Cómo, pues, negar que el pensamiento es de un poder formidable? Es invisible, no consigue mover un terrón de azúcar, ¡pero puede movilizar a millones de hombres!.. El pensamiento pasa a través de las paredes y de los objetos sin dejar huella, y para que actúe sobre la materia hay que construir puentes, es decir, cadenas de intermediarios. Hacedlo pasar por estos intermediarios y veréis que es capaz de poner en movimiento al universo entero. Éste es el significado de la frase de Arquímedes: « ¡Dadme un punto de apoyo, y moveré la tierra!» El punto de apoyo era este intermediario. Siempre hace falta un intermediario, y el pensamiento sólo es poderoso y activo si se le hace pasar a través de intermediarios que le permitan descender a la materia. Tenéis ideas, ideas magníficas, incluso divinas; de acuerdo, pero, ¿conseguís verdaderamente resultados?.. ¿No? Ello demuestra que debéis trabajar aún para hacer descender estas ideas hasta el plano físico. Sí, ésta es la cuestión, que hay que hacerlas descender. Decís: «Tengo ideas.» ¡Bravo! Esto está muy bien; pero estas ideas no evitarán que os muráis de hambre y de sed si no sabéis cómo plasmarlas en actos. No basta con tener ideas. Muchos las tienen, pero viven de tal forma que nunca se produce una verdadera comunicación entre estas ideas y sus actos. Hace falta un intermediario, un puente; y este intermediario es el sentimiento. A través del sentimiento las ideas toman carne y hueso, conectando con la materia. El sentimiento es, pues, esta palanca capaz de actuar sobre la materia. El pensamiento, demasiado lejano, demasiado sutil, no consigue afectar ni hacer vibrar nada. Sólo puede afectar a nuestras «antenas», a nuestros aparatos más sutiles que están situados muy arriba, en el ámbito del espíritu. Para alcanzar la materia, el espíritu debe pasar a través del alma, es decir, a través del intelecto y del corazón. Puedo explicaros esto por analogía, con la ayuda de un fenómeno que todos vosotros conocéis: la acción del sol sobre el aire, el agua y la tierra. El sol calienta el aire y el vapor de agua, los cuales forman la atmósfera; el aire caliente tiende a elevarse, creando zonas de baja presión, mientras que el aire frío se comprime, se concentra en el suelo, creando zonas de alta presión. Entonces circulan vientos desde las zonas de alta presión hasta las de baja presión. Cuando la diferencia de presión se acentúa, los vientos se hacen muy violentos y pueden producirse tomados y huracanes devastadores. Además, bajo el efecto del calor del sol el agua de los océanos, de los mares, de los lagos y de los ríos se evapora, asciende. Cuando el aire alcanza el estado de saturación, el vapor de agua se transforma en lluvia o en nieve, y los aguaceros y los torrentes actúan- sobre la tierra y modelan el relieve. Estos fenómenos atmosféricos se producen diariamente en toda la superficie de la tierra, y su causa es el sol. En nosotros el sol corresponde al espíritu, el aire al pensamiento, el agua al sentimiento, y la tierra al cuerpo físico. Cuando el espíritu actúa sobre el pensamiento, éste arrastra, a su vez, al sentimiento, y éste se echa sobre el cuerpo físico para hacerle correr, gesticular, hablar. El cuerpo físico se mueve, pues, bajo el efecto del sentimiento; el sentimiento es despertado por el pensamiento; y el pensamiento nace bajo la influencia del espíritu. Este mecanismo está ahí, cada día, ante nuestros ojos: bajo la influencia del aire, el agua modela, da forma, esculpe la tierra. Algunos lugares se llenan de aluviones, otros se erosionan, mientras que sus materiales son arrastrados al mar, y así sucesivamente ... De la misma forma, mediante su espíritu, mediante su pensamiento, el hombre puede actuar sobre el cuerpo físico, siempre que ponga el aire y el agua entre ambos. El aire representa aquí el sistema nervioso, y el agua representa la sangre. El sistema nervioso regula la circulación de la sangre en el organismo, y la sangre deposita ciertos elementos y elimina otros, con lo cual, de esta manera, modela el cuerpo físico. Podemos estudiar este tema de manera más detallada, pero para hoyos indico tan sólo algunas grandes líneas. A mí lo que me interesa es la idea general, y podemos sacar esta conclusión: si el ser humano supiese interpretar y aplicar en su vida interna este proceso natural, normal, de la acción del sol sobre la tierra, por intermedio del aire y del agua, podría obrar grandes transformaciones dentro y fuera de él. ¡En esto consiste el poder del pensamiento! Así pues, ante todo, hay que saber que el pensamiento no puede ejercer directamente su poder en el plano físico. Hacen falta intermediarios. No tomamos los brasas o la sopa con la mano sino con unas tenazas o con un cucharón. Con todo sucede lo mismo. Un brazo, por ejemplo, no es más que un intermediario entre el pensamiento y el objeto .Cuando tomo este terrón de azúcar, ¿quién es el que actúa? Es mi pensamiento. Sí, por intermedio de mi brazo, el que actúa es mi pensamiento. Y suponed ahora que mi pensamiento permanezca inactivo... Tengo el brazo, pero ningún pensamiento, ningún deseo le impulsa a coger este azúcar: pues bien, mi brazo no irá a cogerlo. En este sentido podemos hablar del poder del pensamiento. Siempre es el pensamiento el que hace correr a la gente o el que la detiene, el que suscita las guerras, las devastaciones, o las más nobles empresas ... Sí, el pensamiento es activo, pero siempre que haya brazos para realizarlo. Y el hombre es, también, un ejecutante, un brazo. El brazo del hombre es un símbolo del propio hombre que representa, entonces, otro brazo. Sí, el brazo es un resumen del hombre; el hombre es un brazo para el pensamiento y quizá el pensamiento también sea un brazo para otros pensamientos de regiones cada vez más 77 elevadas, hasta llegar a la Divinidad, que utiliza todos los brazos, es decir, a todas las criaturas. Y he ahí por qué la Ciencia iniciática ha formulado en todo tiempo la idea de que todo lo que vemos en la naturaleza: los animales, los insectos, los árboles, las montañas, los lagos, los frutos, las flores... no son sino pensamientos cristalizados. Sí, pensamientos proyectados por Dios y que se han hecho visibles. Vosotros también sois pensamientos materializados. El hombre es un pensamiento, una idea... y para saber ahora cuál es el pensamiento, cuál es la idea que está en el origen de una criatura, basta con fijarse en la forma de esta criatura. Si un hombre es perfecto, se debe a que el pensamiento que le ha dado nacimiento es perfecto. Cada pensamiento se materializa: el pulpo, el gusano, el escorpión, el tigre, han tomado el color, la forma, el aspecto del pensamiento de maldad, de odio, de astucia, o de sensualidad. Así pues, cada pensamiento, cada idea - aunque estos dos términos «idea» y «pensamiento» tengan un sentido diferente - tiene una forma, un color, una dimensión. Por eso todos los Iniciados ven y consideran al mundo como una creación del pensamiento, como una condensación del pensamiento, del pensamiento divino. Cuando los hombres tienen pensamientos y deseos divinos, éstos se realizan ya en algún lugar del universo, y también en su mismo ser. Y cuando los hombres son negativos, crueles, sus pensamientos y sus deseos se realizan también siempre, bajo una u otra forma, en algún lugar del mundo, y dentro de sí mismos. Evidentemente esto no es inmediatamente visible; pero un buen día todo aparece. Y lo que hay que saber también es que todas las plantas venenosas y todos los animales peligrosos son alimentados, nutridos y sustentados por los malos pensamientos y los malos sentimientos de los humanos. Sí, el veneno que contienen se destila en algún lugar y va a reforzar la nocividad de estos animales y de estas plantas. Mientras que los buenos pensamientos o los buenos sentimientos de todas las criaturas visibles e invisibles van a reforzar todo lo que en la naturaleza es bello, encantador y perfumado. Sin saberlo, pues, participamos en la creación, en lo que tiene de mejor o de peor. Lo que impide a los humanos comprender los efectos de sus pensamientos y de sus sentimientos es el hecho de que estos efectos no son inmediatos. Pero son los efectos inmediatos los que deben convenceros. Algunos dicen: «Puesto que no vemos los resultados, nos es imposible creer.» Pero los Iniciados, que se han tomado el trabajo de observar, de constatar, de verificar lo que sucede en la naturaleza, saben que todo acaba por condensarse. Exactamente como sucede en la cristalización de las sales. Observáis un líquido en el que un químico ha hecho disolver una sal y decís: «En este líquido no hay nada», porque no veis nada. «Espere, dice el químico, vamos a calentarlo.» Y bajo el efecto del calor aparecen los cristales. Si damos a una sal las condiciones adecuadas, cristaliza. También hay muchas cosas en la cabeza de los humanos: si les dais las condiciones adecuadas, veréis cómo se materializan en actos. Os diré ahora que el pensamiento puede realizarse también de otra manera. Alguien quiere, por ejemplo, poner sal en una sopa mediante el pensamiento. En mi opinión, ya os lo dije, es preferible salar la ¡tomando la sal con la mano! Pero, suponed que algunos conozcan las leyes de materialización del pensamiento tal como se practican en las sesiones espiritistas; pueden, entonces, materializar una mano fluídica, y con esta mano, que está ya condensada pero que es invisible, irán a buscar la sal y la pondrán en la sopa. El pensamiento es, pues, capaz de alcanzar la materia, pero por intermedio de otro plano: hay que envolverlo con una materia más densa, con materia etérica, y esta materia etérica es la que alcanzará la materia física, porque ambas pertenecen a la misma región y son, por tanto, afines. Para que el pensamiento pueda actuar sobre los objetos y sobre los seres, hay que condensarlo. Y ello es factible: trabajando durante mucho tiempo sobre determinadas creaciones mentales, y añadiéndoles luego partículas de su propia materia, el hombre acaba por revestir estas formas- pensamiento con materia física. Algunos faquires pueden hacerlo rápidamente, porque conocen las técnicas que permiten materializar una forma-pensamiento para que ésta sea visible y tangible. Pero lo que se puede llegar a obtener de esta manera no es de un grado muy elevado. Realmente es fantástico mandar polvo con el pensamiento o hacer que se materialicen frutos o flores, pero, ¿de qué pueden servir semejantes proezas para la venida del Reino de Dios? Debéis saber que los Iniciados no están interesados en producir fenómenos de este género. Pueden hacerlo, pero conocen muchas otras cosas que les hacen comprender que estas actividades no son muy rentables y que perderían mucha energía y mucho tiempo para nada. ¡Es mucho más fácil servirse de la mano para salar la sopa! Pero entonces, ¿en qué se concentran los Iniciados? En otras actividades mucho más importantes. Trabajan para producir transformaciones positivas en la cabeza de los humanos. Porque una vez producidas estas transformaciones, la cabeza encontrará el medio de comunicar con el sentimiento, y el sentimiento con la acción... y así, de esta manera, los humanos acabarán por tomar la dirección correcta. He ahí, pues, una actividad más útil que la de concentrarse en desplazar, levantar o torcer objetos, porque dedicándose a este género de prácticas no se hace nada en el alma, en el corazón y en el intelecto de los humanos para mejorarles, instruirles y conducirles hacia Dios. Algunos yoguis o magos se han cristalizado en unos fenómenos de escasa importancia, mientras que los verdaderos sabios se dicen: «Es posible, podemos hacerlo, pero perdemos demasiado tiempo y energía y, ¿para conseguir qué? ¡Muy poca cosa! No vale, pues, la pena. Vamos a concentrar nuestra energía para trabajar en otros campos que son infinidad de veces más importantes para el futuro de la humanidad.» Así es como razonan los sabios. Verdaderamente me asombra ver a ciertos faquires, a ciertos yoguis que se han especializado en la ejecución de números inverosímiles, encandilando a los papanatas. Aquél que posea dones psíquicos excepcionales, capacidad de concentración, y un poder del pensamiento fuera de lo común, debe usarlos para la búsqueda del Reino de Dios, no para exhibiciones circenses. Por lo tanto, no os aconsejo que os embarquéis en estos ejercicios de magia, El saber que poseemos únicamente debemos aplicarlo en un trabajo que valga la pena y que sea, verdaderamente, de la mayor importancia para el futuro de la humanidad. Y puesto que ahora sabéis que el pensamiento tarde o temprano se realiza, debéis estar más esperanzados, más animados, sin esperar obsesivamente resultados inmediatos. Si esperáis resultados inmediatos os decepcionaréis, os desanimaréis y lo abandonaréis todo; y sería una lástima. ¿Qué hacemos, pues, en la Fraternidad Blanca Universal? Trabajamos para construir puentes. Os he dicho hace mucho tiempo, que sois obreros de Puentes y Caminos. Sí, construís puentes entre vosotros y el sol, entre vuestro pensamiento y la materia, ni más ni menos; pero debido a que esta instalación es delicada y complicada, hace falta mucho tiempo. Sin embargo, una vez que la instalación esté terminada, ¡veréis qué bien funciona todo! Pulsaréis un botón en la fábrica, y todas las máquinas se pondrán en marcha... siempre y cuando todo esté bien conectado. Fijaos en los relojes: poseen un resorte que pone en movimiento el engranaje, es decir, un sistema de ruedas que transmiten el movimiento desde las más grandes a las más pequeñas, hasta aquéllas que están en contacto con las agujas y las hacen avanzar. El resorte no está directamente conectado con las agujas porque les daría un impulso demasiado brusco. Hay intermediarios entre ambos para controlar el movimiento, para dosificarlo y regularlo con precisión. Y así las agujas avanzan. Ved que también ahí existen intermediarios entre el principio que da el impulso y los órganos que ejecutan una orden o señalan un resultado. Y todavía hay otros muchos mecanismos en un reloj que encontraréis también en el organismo humano. El que observa y razona correctamente verá en todas partes esta gran verdad; en física; en química, en biología, en geografía, en historia, en sociología, en psicología, en todo. Para que el cuerpo físico o la tierra se transformen, hay que establecer primeramente las comunicaciones con el mundo del espíritu, con el Cielo... Podemos también decir con el mundo de las Ideas de que hablaba Platón, es decir, con el mundo inteligible, con el mundo de los arquetipos, que para mí no es otro que el mundo divino. Estas vías de comunicación pasan por el alma: el espíritu no llega a alcanzar la materia sino a través de este intermediario que es el alma, a la que corresponden, en el organismo humano, el sistema nervioso y el sistema circulatorio. El sistema nervioso está más ligado al espíritu, y el sistema circulatorio lo está más a la materia. El sistema nervioso es análogo al aire, que alimenta al fuego, es decir, al espíritu; el sistema circulatorio es análogo al agua que nutre a la tierra, es decir, al cuerpo físico. Hay que estudiar estos intermediarios, el aire y el agua, a los que corresponden en el plano psíquico el pensamiento y el sentimiento. En lo alto, por consiguiente, está el espíritu que influye en el pensamiento. El pensamiento es más material que el espíritu y está siempre conectado con el sentimiento. Si pensáis, por ejemplo, que un amigo resulta verdaderamente dañino y peligroso para vosotros, vuestros sentimientos cambian, y dejáis de amarle. Inversamente, si descubrís que un ser por el que no sentíais ningún aprecio puede ser benéfico para vosotros, que es la Providencia quien ha dispuesto que lo encontrarais para vuestro bien, empezáis a amarlo. El sentimiento varía según la naturaleza de los pensamientos, ¡cuántas veces lo he verificado! Y cuando el sentimiento existe impulsa al hombre a actuar, porque el sentimiento quiere expresarse a través de la acción. Pensáis en una mujer: si no sentís nada por ella sólo pensáis que es bonita, que es hermosa, y la dejáis en paz. Pero aparece el sentimiento, y entonces, de golpe, os mostráis emprendedores. El sentimiento no espera, os pone en movimiento, y corréis a comprarle flores, a cortejarla o a besarla. Cuando no hay sentimiento, aunque la encontréis encantadora, maravillosa, pensáis: « ¡Bah! No me dice nada.» Pero en cuanto el sentimiento está presente ya no es lo mismo; se realiza inmediatamente en la materia porque se desencadena un mecanismo que está ligado a ella. No tratéis de alcanzar la materia directamente con vuestro pensamiento; no lo conseguiréis. El pensamiento sirve, sobre todo, para conocer, para comprender, para orientarse, pero no puede actuar sobre la materia si el corazón no interviene. En tanto que el deseo y el sentimiento no estén despiertos en vosotros, no hacéis nada. Quizá actuéis por determinadas razones, pero lo hacéis sin convicción, sin gusto. Algunas personas no experimentan ningún sentimiento, y entonces actúan, pero como autómatas. Mientras que si el sentimiento está presente... ¡Oh! Evidentemente, eso no quiere decir que uno se comporte mejor. A menudo se comporta peor, puesto que ignora absolutamente por qué actúa. Pero por lo menos sabe que se siente impulsado, y va directamente al grano. He dejado de lado muchos detalles y me he detenido solamente en lo esencial para que todo resulte más claro. Retened, pues, que el pensamiento es un poder, pero que hay que comprender este poder de una manera correcta. Mientras no hayáis preparado el instrumento, el intermediario, la palanca, el brazo, no creáis que vuestros pensamientos van a realizarse; se quedarán en lo alto, flotando en el plano mental. Se grabarán, desde luego, pero no producirán resultados tangibles en la materia. Mientras que si los hacéis descender hasta el plano del sentimiento, se producirán resultados visibles. Consideremos ahora la cuestión del hipnotismo. Dais, por ejemplo, un trozo de papel a alguien, diciéndole: «Es una rosa, huélela, ¿cuál es su perfume?» Y os explica qué tipo de perfume exhala esta rosa. Eso se debe a que la persona está en un estado hipnótico en el que el pensamiento se realiza instantáneamente, no en el plano físico, sino en el plano mental. Este hombre ha captado vuestro pensamiento. Vuestro pensamiento, con las palabras que habéis pronunciado, ha formado ya la rosa en el plano mental; y como el hombre no se encuentra en el plano físico, respira con un olfato más sutil, en el plano mental. Huele, pues, el perfume de la rosa; no se engaña. O bien, si por ejemplo dais agua a alguien diciéndole: «Es coñac, vas a emborracharte», entonces bebe, y verdaderamente se emborracha. ¿Qué ha sucedido? También en este caso está en otra región, en la cual esta agua ya no es agua, sino alcohol. Esto demuestra que el poder del pensamiento es absoluto e inmediato, pero, ¿dónde? En el plano mental. Sabiendo esto podéis construir, realizado todo de un solo golpe, pero en lo alto, no en la materia. ¿Queréis palacios, queréis parques, jardines, coches, bailarinas, pájaros cantores?.. Los tendréis inmediatamente. Si fueseis un poco más clarividentes, los veríais porque son reales. Decís: «Pero no hay nada, no los toco.» Bien, para eso, para poder tocarlos, ¡quizá necesitéis siglos! Así es como debemos comprender esta cuestión. Podéis hacer toda clase de experiencias. Por ejemplo, supongamos que sopla un viento muy desagradable. Pronunciad unas palabras para amansarlo, diciéndole: « ¡Que amable eres! ¡Qué dulce! No eres malo, al contrario, me agradas.» Y unos minutos después... ¡Oh! Evidentemente no es el viento el que ha cambiado, sino vosotros. Algo en vosotros se ha transformado y el viento se convierte en algo semejante a una caricia. Pero hay que saber pronunciar ciertas palabras y la gente se olvida de pronunciarlas para sugestionarse. Diréis: «Pero cuando uno se sugestiona, todo son mentiras, ilusiones.» ¡Ah, no! Son creaciones. Las sugestiones son creaciones sutiles; hemos captado algo con nuestras antenas y éstas lo han transmitido hasta la epidermis o hasta las papilas, es decir, hasta las células más sensibles. Así es como mucha gente puede ser sugestionada, incluso gente normal. ¡Infinidad de veces se ha sugestionado a la gente! ¡Es increíble! Sí, multitudes enteras. Un hombre dotado de un pensamiento fuerte y de un cerebro muy poderoso dice ciertas cosas, y todo el mundo empieza -a sentidas. ¡La historia está llena de casos parecidos! De todo ello sacad una conclusión. Trabajad con el pensamiento, pero no os imaginéis que el pensamiento se realizará inmediatamente en el plano físico. Decid: «Sí, a veces basta con pronunciar unas palabras para sentirse inmediatamente en otro estado.» Sí, pero como acabo de explicaros, esto no se produce en el plano de la materia y de las formas cristalizadas, sino en el plano astral y en el plano mental; es ahí donde habéis captado algo. El cambio, pues, puede ser inmediato, pero en lo alto. Si estáis arriba, vuestro pensamiento se realizará inmediatamente. Por otra parte, también en el mundo físico el pensamiento puede realizarse inmediatamente. Algunos magos o hechiceros son capaces de hacer que estallen tempestades o de calmarlas, de provocar enfermedades o curaciones... Sí, pero han trabajado con los intermediarios, con los «puentes y caminos». Pero a vosotros, en todo caso, no os aconsejo que os lancéis a ejercitar el poder dé vuestro pensamiento sobre la materia. Trabajad con el poder del pensamiento, pero en lo alto, pidiendo lo mejor para vuestra evolución y la del mundo entero. Allí, siempre obtendréis resultados... y luego, armaos de paciencia y esperad... Mi fe, mi confianza, no están fundadas en el vacío, en ilusiones, sino en una ciencia. Todo lo que creo, todo lo que espero, todo lo que hago está fundado en un saber, y vosotros podéis penetrar tranquilamente en este saber. Si no obtenéis resultados no podéis decir que todo lo que os han enseñado es mentira, sino que debéis revisar de nuevo vuestras instalaciones, porque posiblemente en ellas falten algunas piezas. Resulta imposible saber la hora si hay polvo en vuestro reloj: tenéis que llevarlo a limpiar. Así pues, si algo no funciona en vosotros, no culpéis a la ciencia; quizá vuestro saber no esté completo. Una vez hayáis comprendido esto, tenéis todas las posibilidades de crear. Porque las criaturas del espíritu son las verdaderas creaciones. ¿Que no las veis? Esto no tiene ninguna importancia; no os paréis en la cuestión de ver o no ver. Debéis saber que se trata de realidades, y con eso basta. Creyendo en su realidad, ayudáis a que estas creaciones se encarnen mucho más rápidamente en: la materia. Sí; si conocéis perfectamente estas verdades podéis facilitar el trabajo de todos los espíritus luminosos en el mundo, y en este trabajo todos vosotros estáis destinados a participar un día plenamente, conscientemente... Si hasta ahora vuestro trabajo ha sido ineficaz, se debe a que no estabais preparados; los intermediarios todavía no estaban preparados, no habíais trabajado aún suficientemente con ellos, ni siquiera les conocíais; y, ¿cómo trabajar en algo que no se conoce? Sin embargo, puesto que ahora conocéis su existencia y su importancia, con la plenitud de la fe llegaréis a trabajar con estos intermediarios, y después podréis lanzaros en la realización de fantásticas creaciones. Algunos de vosotros ya están empezando a realizar estas creaciones, pero todavía son híbridas, endebles e inestables, porque no estáis muy convencidos ni sois muy conscientes. Y una parte de vuestros pensamientos va por un lado y la otra por otro... Unos días sois más conscientes, estáis de acuerdo con vuestro ideal divino, estáis más decididos, por fin, a poneros en armonía con él. Pero otros días decís: «Bueno, bueno, hoy me dejo llevar y mañana ya veremos... Hoy me hago una pequeña concesión, pero mañana me recuperaré.» Bien, como queráis, pero no os extraviéis si vuestro pensamiento sigue siendo ineficaz. «Ahora bien, diréis, ¿cómo ponerse en contacto con el mundo del espíritu?» Os hablaba hace un rato de las antenas que captan las ondas, las vibraciones. El hombre posee antenas parecidas, antenas espirituales. Pero mientras que las antenas materiales de radio y de televisión son fijas, las antenas espirituales son móviles, extremadamente móviles, porque están vivas. Estas antenas son comparables a una serie de diapasones, los cuales, según su longitud, vibran para determinadas longitudes de onda con las que están en resonancia, en afinidad. Podéis hacer la siguiente experiencia: colocáis sobre unos soportes varios diapasones de longitudes desiguales y tocáis diferentes notas en el piano: do... mi... la... Para cada nota oís un diapasón que responde: es aquél que se encuentra en perfecta afinidad con la onda que le llega. Lo mismo sucede en el hombre. Si quiere captar las ondas del Cielo, tiene que acortar sus antenas; cuanto más las alarga, tanto más recibe las ondas de abajo, hasta llegar a las del mundo infernal. Así pues, el ponerse en contacto y vibrar con tal o cual longitud de onda en función de la longitud de sus antenas, es algo que depende del hombre. Digo «alargar» o «acortar» las antenas, pero esto no es más que una forma de hablar; podemos emplear también otras expresiones que significan que el hombre se materializa o se espiritualiza. Cuanto más se materializa, más comunicaciones recibe de las regiones inferiores; cuanto más se afina y se espiritualiza, más intensa se hace su vida y más recibe del Cielo. Todo depende de él, porque internamente posee todas las posibilidades. He ahí un campo inmenso para todos aquellos que quieran llegar a ser verdaderos creadores. Así pues, acordaos de que el pensamiento es todopoderoso, pero sólo en su región, es decir, en el plano mental, porque al estar construido de una materia extremadamente sutil, sólo puede actuar instantáneamente sobre una materia tan sutil como la suya, modelándola. Si queréis un palacio, una montaña, un río, un hijo o una flor, este pensamiento se realiza, se materializa inmediatamente, pero en su propio plano. Para poder concretarse, tiene que descender. Y como el pensamiento tiene siempre, efectivamente, tendencia a materializarse, desciende hasta el plano astral, se cubre con unas vestiduras un poco más densas, y trabaja en él. Después de algún tiempo, desciende hasta el plano etérico y se hace todavía más denso; hasta el día en que se realiza en el plano físico. Este funcionamiento de nuestra vida psíquica está expresado idealmente por la imagen del sol, que sólo puede actuar sobre la tierra y modelarla por intermedio del aire y del agua. Si llegáis a comprender este proceso seréis capaces de hacer maravillas. Toda la ciencia de la magia blanca y de la telúrica está ahí, condensada en esta imagen de los cuatro elementos: el sol, el aire, el agua y la tierra. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : BUSCAR EL EQUILIBRIO ENTRE LOS MEDIOS MATERIALES Y LOS MEDIOS ESPIRITUALES. El hombre cuenta con enormes posibilidades en el plano físico, y todavía más en el psíquico, pero no sabe servirse de las posibilidades del pensamiento porque nunca se ha ejercitado en ello. ¡Cuántos al encontrarse ante una dificultad imprevista, se azoran y lamentan inmediatamente! No se dan cuenta de que su pensamiento, su espíritu, son los resortes capaces de remediar la situación, y entonces huyen, se tiran de los pelos, lloran, toman medicamentos... o calmantes; y, de esta manera, todo va de mal en peor. Ante cualquier dificultad, lo primero que hay que hacer es concentrarse, recogerse y conectarse con el mundo invisible para recibir la luz y saber cómo actuar. Sólo así podemos actuar con lucidez, de forma organizada y ser eficaces. Naturalmente también podemos emplear medios materiales, pero debemos empezar por los medios psíquicos. ¿Cómo queréis resolver la situación cuando estáis azorados y habéis perdido el rumbo? Precisamente entonces se están dando las condiciones apropiadas para que las cosas se -enreden o se destruyan. Y eso es lo que sucede a menudo: que la gente actúa precipitadamente, a ciegas; en un incendio, por ejemplo, la gente está tan alocada que, en vez de alejarse del fuego, ¡se arroja a él! No podéis encontrar ninguna solución sin la luz. Ved el siguiente ejemplo: os despierta un ruido por la noche, algo que se ha caído o que se ha roto, o alguien que entra... ¿Vais a precipitaras, acaso, así como así, en la oscuridad? No; sabéis que es demasiado arriesgado. Lo primero que hacéis es encender una lámpara para poder ver, y después actuáis. Pues bien, ante cualquier emergencia en la vida, necesitáis, en primer lugar, encender la luz para estar alumbrados, es decir, necesitáis concentraras, recogeros para saber cómo actuar. Sin esta luz iréis de un lado para otro, llamaréis a distintas puertas y ensayaréis todo tipo de medios que resultarán ineficaces. ¿Por qué? Porque os falta la luz. Lo esencial es la luz: gracias a ella nos evitamos muchas pérdidas de tiempo y de dinero, nos evitamos muchos perjuicios. Los seres que han dado preponderancia a la vida interna, al pensamiento, a la voluntad, al espíritu, superan a todos los demás en autodominio, en poder, en serenidad, en plenitud. Se trata de hechos comprobados, pero nunca han sido estudiados desde un punto de vista científico; se ha dejado esta cuestión a los psicólogos o a los místicos. La ciencia oficial hubiera debido ocuparse de esta cuestión desde hace mucho tiempo, porque todo lo que sucede en el hombre es demasiado importante para ser descuidado. Habría que haber estudiado con qué medios lograron triunfar en todas las pruebas los sabios y los Iniciados; de qué se sirvieron, y en dónde encontraron estos elementos. Pero no, nada de eso. Se trata de una laguna inmensa. Algún día se le reprochará a la ciencia el haber dejado de lado esta cuestión. Los humanos poseen dentro de sí unos factores extremadamente eficaces: el pensamiento, la imaginación, la voluntad... pero, por estar acostumbrados a recurrir preferentemente a los medios externos, sus facultades psíquicas no se desarrollan. No tienen fe, o no tienen suficiente paciencia, y entonces buscan algo externo, material, tangible. «El pensamiento, el pensamiento» - dicen - « ¡Lo he intentado y no ha dado resultado!» Y, ¿por qué? Suponed que tenéis una debilidad física o psíquica: para formarla quizá hayan pasado siglos; ¿cómo podéis imaginaras que ahora, en dos minutos, vais a desembarazaras de ella? ¡Quizá también necesitéis siglos! En el universo hay una justicia. En realidad, está bien combinar ambos medios, los internos y los externos, para acelerar las cosas, pero hay que empezar por trabajar con el alma, con el espíritu, con el pensamiento, y luego añadir algún elemento físico para facilitar el proceso. De momento, ocurre todo lo contrario: la ciencia hace descubrimientos, la técnica y la industria los aplican, ello pone en marcha la economía de un país, y entonces, en interés de la economía, se envenena y debilita a la especie humana. Para que la ciencia crezca, ¡la especie humana debe fenecer! ¿Encontráis que exagero? No, de ninguna manera. Se trabaja para el progreso de la ciencia, pero no para el progreso humano. Para mantener el fuego de vuestro horno debéis echarle combustible. Pues bien, aquí los combustibles para la ciencia son los seres humanos... ¡Vamos al horno! Y el horno sigue funcionando gracias a estas víctimas. Dentro de cincuenta años ya no quedará ni un hombre sano; y cuando digo cincuenta años, soy generoso. Os dicen: «Tome esto, tome aquello», y os intoxicáis. Yo digo: no toméis nada de nada, pero comed bien, respirad bien, trabajad bien, dormid bien, y sobre todo, ¡pensad bien! Pero sé que aunque os hablase durante siglos sobre este tema, muy pocos me seguirían. La mayoría dirá: «Recurrir al mundo interno, al pensamiento, ¡qué tontería! ¡No, no, nosotros ya sabemos lo que nos conviene!» y seguirán buscándolo todo externamente. Sí, podemos afirmar que a causa de todos los aparatos, de todas las máquinas que la ciencia ha puesto a disposición del hombre, éste está perdiendo poco a poco sus facultades, porque ya no hace ningún esfuerzo, ningún trabajo interno. Así nunca conseguirá nada. Los medios externos, en realidad, no hacen otra cosa que debilitarlo, mientras que internamente, las fuerzas del espíritu siguen somnolientas o están paralizadas. Aparentemente hay un progreso en la forma de vivir, pero, en realidad, se produce un debilitamiento de la voluntad, de la vitalidad. Por lo demás, desde hace algún tiempo, algunos pensadores, algunos sabios están empezando a dudar, por fin, que el progreso técnico contribuya verdaderamente al bien de la humanidad. ¿Debemos ahora detener el progreso? No; la propia naturaleza es la que impulsa a los seres humanos a investigar. Nunca hay que dejar de buscar, nunca hay que dejar de profundizar en los misterios de la naturaleza. Pero estas investigaciones deben orientarse de forma distinta; tienen que tomar otra dirección, la dirección hacia arriba, es decir, hacia el espíritu, hacia la vida interna. Realmente los hombres nunca han comprendido la verdadera razón del progreso técnico. Los utensilios, los aparatos, las máquinas, los medios de locomoción, ¿acaso existen para que los humanos no hagan nada - ni tan siquiera caminar- porque esos objetos lo hacen todo en su lugar? No, estas mejoras vienen para que puedan dedicarse, por fin, a actividades espirituales, divinas. Éste es el verdadero significado del progreso técnico: liberar al hombre, pero con vistas a otros trabajos. De lo contrario, sería algo muy negativo; porque si el hombre no tiene otra cosa que hacer que tumbarse sobre la arena o la hierba, estancarse y enmohecer, mientras las máquinas trabajan, entonces hemos dado un paso hacia atrás. Hay que comprender ahora que la Inteligencia cósmica ha permitido todos estos progresos materiales para que el hombre, liberado, por fin, de las tareas prosaicas, pueda consagrarse a actividades sublimes. Quiero llevaros ahora a explorar vuestro mundo interno. Cuando tengáis dificultades, penas, tristezas, decíos: «Voy a remediarlo, voy a recobrar de nuevo la sonrisa, el gozo, la alegría», y los recobraréis, siempre y cuando os deis cuenta de que podéis hacerlo. Hay momentos en la vida en los que os sentís felices, colmados, nada os falta... y, al momento siguiente, de repente, tenéis la impresión de ser pobres, seres desheredados. Diréis: «Es porque lo de antes era una ilusión.» No, se trataba de una realidad, pero de una naturaleza diferente; una realidad que no habéis apreciado. Quizás ahora seáis unos ilusos, pensando que todo os falta; quizás os equivocáis. Estáis ciegos y no veis todo lo que hay a vuestro alrededor, en vosotros... La cuestión estriba en descubrir qué es lo que os falta, y veréis que, en realidad, lo tenéis al alcance de la mano. Os daré una imagen: alguien, en una pequeña buhardilla, se queja de ser pobre, de sentirse agobiado, de que le han abandonado y yo le digo: «Pero, ¿sabe Vd. acaso quiénes eran sus padres y qué herencia le han dejado? ¿Por qué se queda encerrado aquí? Mire estos campos, estos lagos, estos bosques, estas casas, son suyos. ¡Vamos, muévase!» Entonces empieza a explorarlos, y ¿qué descubre? Que posee algo estupendo. ¡No sabía que había una herencia y que le pertenece! Pues bien, lo mismo sucede cuando empezáis a explorar vuestras posibilidades: estas posibilidades son infinitas; pero no lo sabéis y en eso reside el problema. Evidentemente no os hablo del mundo externo. Éste no os pertenece, de acuerdo, pero internamente todo os pertenece. Sí, internamente el universo os pertenece, nada os falta, todo es vuestro. Id a verlo, recorredlo, visitadlo, porque todos vosotros sois herederos del Padre Celestial y de la Madre Naturaleza. ¿Cómo podéis pensar que sois pobres? Fijaos en que no os digo que descuidéis completamente el lado material. No os recomiendo que lo abandonéis todo para meditar y rezar, como han hecho los yoguis o algunos ascetas cristianos que siguieron este camino. Nuestra meta es diferente, nuestra tarea es distinta porque no consiste en captar a algunas personas y llevarlas por un camino puramente espiritual y místico. Nuestra tarea consiste en atraer al mundo entero, y no podemos llevar al mundo entero por un camino que tan sólo es para algunos. Y puesto que nuestra meta es diferente, también lo son nuestros métodos. Estamos de acuerdo en que algunos ascetas y eremitas, en otros tiempos lo abandonaran todo para retirarse a los bosques y a los desiertos, pero es insensato repetir ahora lo mismo en todos los países, buscando un espacio para cada cual bajo un árbol, o en una gruta para rezar y meditar. ¿Quién trabajaría? ¿Quién se ocuparía de suministrar los víveres indispensables? ¡Tendrían que prepararse todos para morir de hambre o de frío! Yo quiero dar un sistema filosófico que sea aplicable a todos: que todos puedan trabajar, ganar dinero, casarse, formar una familia, pero que, al mismo tiempo, tengan una luz, una disciplina, un método. La cuestión radica en impulsar a la vez el lado espiritual y el lado material, porque lo que se ha conseguido hasta ahora, en general, no es lo ideal. Algunos, unos pocos, para acabar con el mundo, con sus tentaciones y sus dificultades, se fueron a meditar, a vivir en soledad, mientras que los demás seguían sumergidos en los negocios sucios, en el engaño. Hay que estar en el mundo y, al mismo tiempo, vivir una vida celestial. En mi caso estos dos aspectos están armonizados, y de ahora en adelante también deben estarlo en vosotros, porque aún os encontráis en una situación en la que, si os lanzáis a la vida espiritual, abandonáis vuestros negocios, y si os ocupáis de vuestros negocios, renunciáis a la vida espiritual. No; ambas cosas son necesarias. Y podéis conseguirlo... Con todas las precisiones que os doy, sentís que vuestra vida empieza, por fin, a tener sentido, que está orientada, determinada, que sabéis a dónde vais. De esta manera, paulatinamente, se hará la luz en vosotros y, al mismo tiempo, aparecerán el gozo y la felicidad, porque ambos van juntos. Mientras os creáis pobres y desheredados seréis desgraciados, pero si de repente descubrís en vuestra morada tesoros escondidos, ¿acaso no os daréis cuenta? ¿Acaso os dejará fríos e indiferentes? No. Pues bien, lo mismo sucederá cuando descubráis vuestras riquezas, vuestras posibilidades, vuestro poder interno. De pronto, empezaréis a sonreír. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : LA FUERZA DEL ESPIRITU. La mayoría de los seres humanos necesitan imponerse, dominar, y por eso buscan el poder, la fuerza. Sí, pero, ¿dónde lo buscan? En las máquinas, en los aparatos, en las armas, en todo lo externo. Aparentemente lo consiguen: se imponen, violentan, destruyen. Pero la verdadera fuerza no es ésa. ¿Os sentís fuertes porque tenéis dinero, porque tenéis máquinas, aviones, cohetes, ametralladoras? No; estas posesiones están fuera de vosotros: si os las quitan, ¿dónde estará vuestra fuerza? Si os creéis fuertes en razón a lo que poseéis, vuestra fuerza no es más que una ilusión; en realidad no sois capaces, por vosotros mismos, de llevar una carga más pesada ni de tirar una piedra más lejos o de libraras de ciertas dificultades o sufrimientos. La fuerza, por tanto, no os pertenece. Ciertamente disponéis de medios externos, pero, ¿qué haréis si los perdéis? Los Iniciados han comprendido desde hace mucho tiempo que en lugar de desperdiciar la vida buscando poderes que nunca poseerán realmente, es preferible trabajar para la obtención de verdaderos poderes dentro de sí mismo. Y en esto se ejercitan, en esto trabajan. Saben que la verdadera fuerza está dentro, en este ser interno que piensa, que siente, que actúa. Por eso han establecido reglas y han dado métodos para permitir la manifestación completa, perfecta, absoluta, de este ser que dispone de todo: el espíritu. En el espíritu debe el hombre buscar la fuerza. La verdadera fuerza está en el espíritu, en la voluntad y en la inteligencia del espíritu. Tomemos un ejemplo. Todo el mundo se maravilla ante un microscopio electrónico que puede aumentar un objeto más de 0.000 veces. Pero olvidan lo esencial: olvidan que no pueden ver nada sin sus propios ojos y que, si no tuviesen ojos, todos los microscopios del mundo no les servirían para nada. ¿Por qué se maravillan de los instrumentos externos, cuando todo el mérito, toda la gloria corresponde a aquél que ve? ¿Y quién es éste que ve? Es el espíritu, que ve a través de nuestros ojos; por tanto, ni siquiera nuestros ojos son esenciales. Lo esencial es este ser, el espíritu. Pero no lo tenemos en cuenta, nos olvidamos de él. Esta actitud errónea es una consecuencia de la filosofía materialista que ha extraviado a los humanos: les ha obligado a salirse de sí mismos, llevándoles muy lejos, hasta las brumas de la materia, donde se encuentran perdidos e incapacitados para encontrar las verdades fundamentales que les permitirían resolver sus problemas. Debéis comprenderlo: todo lo que está fuera de nosotros no nos pertenece; nos ha sido prestado por muy poco tiempo y ahí no se encuentra la verdadera fuerza. La verdadera fuerza se encuentra en el creador de todas las cosas, es decir, en el espíritu que se manifiesta. La prueba de ello está en que cuando el espíritu abandona el cuerpo, nada funciona ya, aunque el hombre todavía posea todos sus órganos; el estómago ya no digiere, el corazón no late, los pulmones no respiran y el cerebro no razona. Si lo pesáis, veis que el hombre pesa lo mismo que antes, nada ha cambiado; pero está muerto, porque este ser que vivía, que pensaba, que sentía, se ha ido. Pues bien, él era lo esencial. Lo esencial es la vida, el espíritu. ¿Por qué, entonces, buscar lo que no es esencial? Podemos decir que la única verdadera diferencia que hay entre un Iniciado y un hombre normal es que el Iniciado se ocupa, precisamente, de lo esencial. El Iniciado busca el espíritu, procura darle todas las posibilidades de alcanzar su plenitud, de manifestar todo lo que contiene, todas las riquezas que ha acumulado. Observad la célula: está constituida por la membrana, el citoplasma y el núcleo. De la misma manera, nuestro ser se compone de cuerpo, alma y espíritu. Por eso, en la Ciencia iniciática, se puede considerar el cuerpo como la «piel» del alma; el alma como el citoplasma, por donde circulan las fuerzas, las energías, la vida; y finalmente al espíritu como el núcleo, el lugar en donde se encuentra la inteligencia que crea, que ordena, que organiza. El núcleo es el que crea por medio del citoplasma, porque éste sirve de materia al núcleo. La fuerza se encuentra en el núcleo. Y también es el espíritu quien quiere manifestarse en nosotros y crear, con su impulso, nuevas formas, modelando la materia. Si el hombre ha llegado a su actual grado de desarrollo, es debido a los esfuerzos que el espíritu ha hecho sobre la materia para manifestarse. Cuando estáis inspirados, cuando sentís que una fuerza os impulsa a actuar noblemente, a ayudar a los demás, a fusionaros con el alma universal, entonces el espíritu se manifiesta. Por el contrario, cuando os sentís vacíos, desanimados llenos de dudas, cuando tenéis ganas de abandonarlo todo, entonces la materia ha tomado el mando y se opone a los esfuerzos del espíritu ¿Qué podéis hacer entonces? Pedir ayuda al intelecto para remediar la situación. En el hombre, el intelecto está situado entre el espíritu y la materia, o más precisamente, entre el espíritu y el corazón; por eso puede intervenir. Cuando ve que la materia consigue dominar, bloquear los impulsos divinos del espíritu, el intelecto puede entrar en acción para ayudar al espíritu y abrirle las puertas. Desde dentro, el espíritu siempre empuja, pero el hombre no es consciente de ello, y no sabe que puede facilitar su trabajo o, por el contrario, oponerse al mismo dando más posibilidades a la materia. Si los Iniciados han fundado escuelas, ha sido, precisamente, para incitar a los humanos a hacer un trabajo sobre sí mismos, a dominarse, a purificarse, permitiendo así la manifestación del espíritu. Si el hombre no tuviese ninguna posibilidad de actuar, con su intelecto o con su voluntad, los Iniciados no habrían hecho nada para empujarle a tomar conciencia de su papel en el universo, y todo se habría hecho, por tanto, sin su participación. Sin embargo, el hombre tiene un papel que desempeñar en la evolución de la creación, y Dios tiene en cuenta su existencia. Si Dios ha creado al hombre, es para que éste contribuya a la realización de la obra cósmica. Dios ha dado la inercia a la materia, y el impulso al espíritu, mientras que el hombre está situado entre ambos. Externamente está envuelto de materia, pero internamente está sumergido en la inmensidad del espíritu. Recibe, por tanto, esta doble influencia: unas veces es el espíritu el que se manifiesta a través de él, y otras la materia la que quiere aprisionarle y devolverle el caos primordial. El hombre está siempre obligado a luchar, y si no es instruido y está activo, se deja llevar por la inercia. Esto es lo que les sucede a aquellos en quienes predomina la materia, porque no hacen ningún trabajo intelectual, espiritual, divino; se vuelven como ciénagas infectadas de renacuajos, de ranas y de mosquitos, cloacas de olor nauseabundo. El discípulo instruido, guiado, no se opone al espíritu sino que le abre todas las puertas. Y el espíritu, que entonces es rey, se dispone a trabajar en él para armonizarlo, embellecerlo, iluminarlo, vivificarlo y resucitarlo. Estas transformaciones pueden producirse rápidamente siempre que se dé la primacía al espíritu. La materia sólo sabe engullir, absorber, mortificar, mientras que el espíritu sabe organizar, vivificar, resucitar; no sabe hacer otra cosa, por eso hay que darle prioridad. ¡Cuántos han acabado petrificándose porque impidieron que el espíritu se manifestase en ellos! Pero vayamos más lejos. Puesto que todos los poderes se encuentran en el espíritu, aunque se manifiestan a través de la materia, no podemos concebir al espíritu en estado puro, completamente liberado de la materia. Si existe, el espíritu puro no pertenece a nuestro universo, y no podemos conocer la región en la que se encuentra. En nuestro universo, el espíritu y la materia están unidos, y todo lo que vemos, todo lo que tocamos, está constituido de espíritu y de materia, combinados de una u otra forma. Tomemos el ejemplo de la fisión del átomo. Nos imaginamos que la materia es la que produce la explosión; no, la materia sólo es la forma que contiene, retiene y comprime al espíritu. La explosión atómica es, en realidad, una erupción del espíritu que se manifiesta como fuego, como calor. Para que la explosión tenga lugar, es preciso que el espíritu esté ahí, comprimido en la materia, porque la materia por sí sola no es capaz de nada; es tan sólo un vehículo, un recipiente. Si no hubiese materia para contenerlo, el espíritu escaparía, porque es volátil. Los sabios se maravillan del poder de la materia; no han comprendido que las fuerzas que de ella se desprenden son las fuerzas del espíritu. Si están ahí encerradas durante un cierto tiempo, es para que no se pierdan; están esperando el momento de manifestarse. La prueba está en que, una vez liberadas, ya no podemos recuperarlas; cuando el espíritu ha podido escapar, ya es imposible capturarlo de nuevo; y regresa a las regiones de donde procede. En cuanto a la materia, resulta pulverizada, no queda nada de ella, porque el poder del espíritu es tal que - si se le da la posibilidad-lo destruye todo, incluso la materia. Y, ¿qué es un árbol? Un depósito, un formidable depósito de energías que provienen del sol. Basta con quemarlo para comprobarlo. Cuando quemamos un árbol, no hacemos sino desencadenar un proceso ininterrumpido de liberación de energías. Desde este punto de vista, se trata del mismo fenómeno que la fisión del átomo. Las energías que estaban en el árbol escapan, y como prisioneros que se liberan de sus cadenas y de sus cerraduras, estallan produciendo un chisporroteo. Este chisporroteo es la liberación de las energías solares; se liberan bajo forma de calor aprovechable. El vapor de agua, el aire y el gas se van hacia arriba; en el hogar sólo queda un poco de ceniza, que no es otra cosa que tierra propiamente dicha, y cuyo volumen es verdaderamente pequeño en comparación con la cantidad de agua y de gas que se han escapado. Esto demuestra una vez más de que la materia tenía aprisionado al espíritu dentro de ella. ¿De dónde procede la energía que libera el árbol al quemarse? No es del propio árbol, tan sólo se encuentra almacenada en él. Proviene del sol. La materia no puede producir la fuerza; la fuerza proviene de otra región y la materia está ahí únicamente para mantenerla y conservarla. Los Iniciados, que han estudiado en profundidad las diferentes manifestaciones de la vida, han querido dar métodos a los humanos para que puedan recobrar su fuerza primordial. Porque, al principio, el hombre poseía esta fuerza, y toda la naturaleza le obedecía. La perdió, dejándose arrastrar por el peso de la materia, y a esto se le ha llamado la caída. El ser humano cometió, pues, una falta: perdió su fuerza dejándose engullir por una materia más densa, más grosera. Antes también vivía en la materia, pero se trataba de una materia etérica, gracias a la cual podía obrar maravillas. Por eso se dice en la Biblia que Adán y Eva vivían en el Paraíso, en el jardín del Edén, desnudo, puro y luminoso, sin conocer la enfermedad ni la muerte. Al tratar de penetrar en una materia más densa para explorarla, los humanos perdieron la liviandad, la libertad y la inmortalidad. Entonces empezaron a padecer enfermedades y la muerte se apoderó de ellos. Y desde hace miles de años, todo sigue igual: el sufrimiento, la enfermedad, la muerte... Y así seguirá, hasta que los hombres vuelvan a encontrar el camino que les conduzca al restablecimiento de su vida primordial. Los Iniciados llaman a esto «la reintegración de los seres», el retorno a la primera gloria. Y éste es el compendio de la filosofía de los Iniciados Nos dicen: «Estáis situados entre el espíritu y la materia; así que, reflexionad, estudiaos, observad en cada momento de la existencia qué lado es el que prevalece en vosotros. Si sentís que se despiertan pensamientos y sentimientos que os abruman, que os atormentan, en vez de dejaros arrastrar, tratad de neutralizarlos. Los seres que se dejan subyugar por la materia pierden su luz, su libertad y su belleza; mientras que aquellos que logran despegarse de ella para dar la primacía a la actividad del espíritu, se vuelven libres, fuertes y luminosos.» La verdadera fuerza se encuentra en el espíritu. En consecuencia debéis penetrar cada vez más dentro de vosotros mismos, recogiéndoos para llegar hasta el principio divino que hay en vosotros. Un día empezará a brotar un manantial, y os sentiréis sustentados, inundados por una fuerza inagotable. Pero si os olvidáis del espíritu y sólo contáis con las cosas externas - dinero, casas, máquinas, armas - entonces la fuerza, la verdadera fuerza del espíritu os abandonará. ¿Por qué? Porque no la apoyáis, no pensáis en ella, no os dirigís a ella, no comulgáis con ella. Con los recursos que os queden, seguiréis andando un trecho; pero no iréis muy lejos. Os creéis muy fuertes, pero si perdéis el contacto, el manantial dejará de manar, ¡y entonces veréis lo fuertes y poderosos que sois!... ¡Seréis barridos, borrados del mapa! La mayoría de los humanos sólo cuentan con lo externo, pero, ¿por cuánto tiempo pueden contar con ello? Durante su existencia gozaron de dinero y de armas; bueno, está bien. Sin embargo, al morirse no pueden llevárselo consigo y como que aquí, en la tierra, no han trabajado para fortalecer su espíritu, ¡no les queda nada! Así comprenden que el considerarse fuertes era fruto de su imaginación, y entonces se lamentan y sufren. Y en eso consiste, precisamente, el Infierno. Entonces tratan de hablar con los vivos, con su mujer, con sus hijos, pero nadie les oye. Algunos van a las sesiones espiritistas y se introducen en un médium para decir: «He llevado una vida estúpida; no sigáis mis propios pasos.» Pero nadie les cree. Un día reencarnarán y tendrán que volver a empezar desde cero, porque los ladrones les habrán arrebatado todas las riquezas que habían amontonado. ¡Ved, pues, qué desilusiones se procuran aquellos que no han conocido la Iniciación!; verdaderamente son dignos de compasión. Y, sin embargo, ¡qué riquezas poseen aquellos que han trabajado para adquirir facultades, virtudes y cualidades! Aunque externamente no tengan nada, son ricos en conocimiento y en fuerza, y cuando parten para el otro mundo, se llevan consigo todas estas riquezas. Puesto que se han ejercitado aquí para desarrollarlas, les pertenecen, y nadie podrá quitárselas. E incluso aquello que deseaban en la tierra, lo encontrarán allí plenamente. Aquellos que se deleitaban con la luz y el color, podrán contemplarlos sin fin. Para aquellos cuya alma está henchida de música y de sinfonías, las estrellas y el universo entero cantarán. Y a aquellos que soñaban con saber y conocer, les serán revelados todos los secretos de la creación. La verdadera fuerza se encuentra en el espíritu, porque las cualidades del espíritu están particularmente relacionadas con la fuerza. La inteligencia, la sabiduría y la pureza os dan grandes poderes. El amor también. Si tenéis mucho amor, conseguiréis superar vuestros estados negativos: la pena, la tristeza, la cólera, el odio... porque el amor es un alquimista que lo transforma todo. Pero la verdadera fuerza se encuentra en la verdad, porque la verdad es el campo privilegiado del espíritu. Jesús dijo: «Buscad la verdad y la verdad os hará libres.» Para liberarse hay que tener la verdadera fuerza que la sabiduría no posee por sí sola; muchos sabios no pudieron liberarse. Ni siquiera el amor puede, por sí solo, liberarnos enteramente. Únicamente la verdad puede hacerlo, es decir, la unión del amor y la sabiduría. Esto es lo que enseña la Ciencia iniciática. Pero los hombres descuidan el amor, descuidan la sabiduría, y se imaginan que el dinero les va a liberar... ¡De ninguna manera! El dinero les esclaviza, porque les da la posibilidad de alimentar su naturaleza inferior, de lanzarse a los placeres, de satisfacer todos sus caprichos, y hasta de vengarse, eliminando a los demás si es preciso... es decir, ¡el dinero les abre el camino que conduce directamente al Infierno! Evidentemente, si son prudentes y dueños de sí mismos, el dinero puede permitirles liberarse y hacer mucho bien. ¡Pero dad dinero a los débiles y veréis si les libera! Externamente, quizá se desembaracen de alguna persona fastidiosa y escapen a las persecuciones, pero internamente no se liberarán de sus debilidades, de sus vicios, ni de sus angustias. Viajarán, pero transportando consigo todos sus males. A menudo los más ricos son aquellos que viven más encadenados, mientras que los que son pobres, pero inteligentes, son mucho más libres. Para comprender hay que poner, en primer lugar, cada cosa en su sitio; y esto es, precisamente, lo que os enseña una Escuela iniciática. Una Escuela iniciática no os enseña zoología, botánica, etnología, ni geografía o historia, sino la ciencia de la vida... Verdaderamente no existe cuestión más descuidada que ésta. Para todo lo demás hay escuelas, pero, ¿dónde se enseña cómo vivir, es decir, cómo pensar, sentir y actuar? Desgraciadamente son pocos los que comprenden su valor; los demás lo comprenderán cuando tengan que abandonar la tierra. Pero ya será demasiado tarde. Por el momento los humanos aún son víctimas de esta filosofía materialista que les mantiene alejados de la verdadera fuerza, debilitándose cada vez más. Pero vais a ver cómo dentro de algunos años el materialismo será excluido, expulsado, desterrado, y en las universidades, en las escuelas, en las familias, en todas partes se instruirá a los humanos sobre la ciencia del espíritu. Entonces verán que habían estado perdiendo el tiempo durante siglos y que todos los descubrimientos técnicos y científicos todavía no eran realmente «progreso». El verdadero progreso es el progreso del espíritu, y no hay otro progreso que no sea éste. Inscribid estas palabras, porque ésta es la fórmula del futuro. Cada vez se hacen más descubrimientos, pero las adquisiciones que se limitan al bienestar físico y al confort material no pueden mejorar a los humanos. Por el contrario, éstos se vuelven cada vez más egoístas, más rencorosos, más vulnerables, más enfermizos y, al mismo tiempo, más orgullosos, más vanidosos y más desvergonzados. Esto es lo que ha aportado el progreso; no se trata, pues, de un progreso espiritual. El progreso espiritual consiste en mejorar a las criaturas, en mejorar sus pensamientos y sus sentimientos para mantener las siempre en buena salud física y psíquica, mientras que, por el momento, lo que llamamos progreso, ¡consiste, a menudo, en abrir hospitales, clínicas y cárceles cada vez más perfeccionadas! En vez de buscar un remedio en el espíritu, de enderezar algo ahí dentro, internamente, todo el mundo busca las cosas fuera. Nadie piensa en buscar dentro de sí mismo; nadie, salvo estos pobres místicos, estos pobres espiritualistas de los que se burla la gente. Sí, la verdadera fuerza viene del interior, del espíritu, es decir, del centro. Naturalmente, también existen algunos elementos eficaces que" están situa dos en la periferia, no podemos negarlo; pero son los menos. Lo que es auténtico está situado en el centro, en el espíritu; todo lo demás está más o menos adulterado, mezclado, siendo más o menos impuro. Hasta el oro y las piedras preciosas, que son lo más puro que existe en la naturaleza, deben ser extraídos de su ganga. Todo lo que encontráis lejos de la fuente está mezclado con impurezas y, por tanto, hay que limpiarlo, decantarlo. Únicamente los que beben en la fuente absorben un agua de una pureza absoluta. Por todas partes, en el universo y en el hombre, se manifiestan los principios de vida y de muerte. Cuando la vida quiere desarrollarse, se despiertan fuerzas contrarias para reprimirla y aniquilarla; por ello la vida siempre tiene que defenderse. Acción y reacción, no hay más que eso. Y si el hombre no está atento, puede ser que prevalezca el poder de la muerte. ¡Cuántas lecciones podemos sacar de esta verdad! Una persona viene a verme y se queja de que nada le va bien, de que está desanimada, decepcionada de la existencia. Yo la miro y le digo sencillamente: «Se debe a que Vd. está inscrito en la escuela de la debilidad. - ¿Qué escuela? Claro que fui a la escuela cuando era joven, pero ahora no estoy inscrito en ninguna escuela.» Yo respondo: «Sí, está Vd. inscrito en la escuela de la debilidad.» No me comprende, y le explico: «Sí, en esta escuela de la debilidad no se hace ningún esfuerzo, ningún ejercicio físico o espiritual, todos se refugian en los sillones, en el confort, en la pereza. Está bien, es estupendo, pero, ¿qué sucede entonces? Provocamos una mayor lentitud del movimiento interno, disminuye la intensidad de la vida, del espíritu, del pensamiento, y el lado negativo se infiltra, dejando huellas e impurezas de las que uno ya no sabe cómo desembarazarse. Así pues, Vd. debe vivir una vida intensa para repeler todas las suciedades que quieren deslizarse dentro de Vd. Y que van a provocarle todo tipo de trastornos. Así pues, inscríbase ahora mismo en la escuela de la fuerza, es decir, mantenga siempre en Vd. el ánimo, el entusiasmo, la actividad, la vigilancia, el dinamismo.» Sabiendo que los dos principios de vida y de muerte están luchando de esta forma, no debéis ceder ni dejar que las fuerzas negativas os invadan y os opriman. De momento uno se siente bien dejándose llevar, pero luego se queda paralizado: ni la sangre ni las células, nada vibra para la lucha, para el combate, y entonces se produce la invasión del polvo, del moho de los hongos. Cuando una rueda gira rápidamente, el barro no puede pegarse a ella porque sale despedido; pero cuando el movimiento se hace más lento, el barro se adhiere. ¿Lo habéis comprendido? En eso que os digo hay una filosofía y una ciencia extraordinarias. Así pues, a vosotros os corresponde esforzaras, porque vosotros sois quienes estáis verdaderamente interesados en no dejaras llevar por la desidia, por la pereza. Hay que hacer ejercicios para todo: para los miembros, para los pulmones, para el pensamiento, para el alma y para el espíritu. De esta manera estáis en un estado de vibración que repele todas las impurezas y podéis seguir caminando durante mucho tiempo. Desde hace años os digo: «Vamos, inscribíos en la escuela de la fuerza, esforzaos», porque no hacer nada significa la muerte. Un día comprenderéis cuán necesaria es la vida intensa. He ahí porqué hay que estar bajo el signo del entusiasmo, por qué no hay que abandonar el amor, el amor espiritual, puesto que él es quien crea en nosotros este grado de irradiación que repele todo lo que es negativo y tenebroso. Aquellos que se consideran inteligentes y sabios pensando que el amor y la bondad son cosas inútiles, han firmado su sentencia de muerte... de su muerte espiritual ante todo, aunque la otra no se hará esperar. Así que, decidíos hoya comprender dónde está el, sentido de la vida, dónde la salud y la fuerza. La fuerza está en la actividad del espíritu. Centre OMRAAM FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : ALGUNAS LEYES DE LA ACTIVIDAD HUMANA. Lo que cuenta para el Cielo no son los éxitos que obtengáis, sino los esfuerzos que hacéis, porque únicamente los esfuerzos os mantienen en el buen camino, mientras que los éxitos os inducen, a menudo, a relajar vuestra atención. Aunque no hayáis tenido éxito, aunque no hayáis obtenido ningún resultado, no importa: por lo menos habéis trabajado. No pidáis, pues, éxitos, ya que éstos no dependen de vosotros, sino del Cielo, que os los dará cuando lo estime oportuno. Lo que sí depende de vosotros es el esfuerzo, porque el Cielo no puede hacerlo por vosotros. De la misma manera que nadie puede comer por vosotros, tampoco el Cielo puede hacerlo, es decir, que no puede esforzarse en lugar vuestro; sois vosotros quienes debéis hacerlo. Y los éxitos los determina él, cuando quiere y como quiere, según sea o no conveniente para vuestra evolución. ¡Cuántos santos, profetas e Iniciados dejaron la tierra sin haber alcanzado ningún éxito! A pesar de su luz, de su integridad, de su pureza, no lograron hacer triunfar su ideal, lo cual demuestra que el éxito no dependía de ellos. A menudo, algunos de vosotros se lamentan: «Rezo, medito y, sin embargo, no cambia nada. ¿Por qué?» En realidad se están produciendo grandes transformaciones, pero son de una sutileza tal que no podéis verlas. Así que, reanimaros. Se dice en los Libros sagrados que Dios es fiel y verídico. Todos los esfuerzos que hacéis para trabajar sobre vuestra naturaleza interna, para dominarla y espiritualizarla a fin de transformaros en una presencia cada vez más benéfica para el mundo entero, quedan grabados y un día percibiréis los resultados. ¿Cuándo? Esto es lo único difícil de saber, pero no debéis preocuparos por ello; a vosotros sólo os incumbe trabajar, dejando que el Cielo determine cuándo, dónde, y de qué manera vuestros esfuerzos serán recompensados. Por lo demás, los esfuerzos llevan en sí mismos su recompensa. Después de cada esfuerzo, después de cada ejercicio mental, la vida toma otro color y otro sabor. Y, precisamente, si los Iniciados experimentan tanta alegría y tanta felicidad por cualquier cosa, se debe a este trabajo espiritual que han hecho previamente. Si no hubiesen hecho este trabajo se comportarían como esas personas hastiadas que no tienen interés por nada. Lo tienen todo, no les falta nada, pero han perdido el gusto por las cosas, porque internamente no tienen ninguna actividad, ninguna vida intensa. Aunque no produzca inmediatamente resultados visibles, hay que saber que nada es tan eficaz como este trabajo. Si los resultados se hacen esperar es porque el mundo espiritual, divino, no es tan accesible como el mundo material; pero no hay que abandonar. Si abandonáis, demostráis no tener ni ciencia ni discernimiento. ¿Cuánto tiempo se necesita para hacer crecer una lechuga?.. ¿Y para hacer crecer una encina?.. En la vida interna encontramos exactamente las mismas leyes: si queréis una lechuga - simbólicamente hablando - la tendréis muy pronto, pero inmediatamente se marchitará; mientras que si queréis una encina, deberéis esperar mucho tiempo, pero vivirá durante siglos. Trabajad, pues, sin más, sin fijar nunca plazos para la realización de vuestras aspiraciones espirituales. Si fijáis una fecha para obtener talo cual resultado interno, el control sobre talo cual de vuestros defectos, sólo conseguiréis crisparos, y vuestro desarrollo no se producirá de forma armónica. Debéis, pues, trabajar en perfeccionaros sin fijar fecha, pensando que tenéis la eternidad ante vosotros, y que un día u otro llegaréis a alcanzar esta perfección que deseáis. Debéis fijaros solamente en la belleza del trabajo que habéis emprendido, y deciros: «Puesto que es tan hermoso, no me preocupa saber si necesito siglos o milenios para conseguirlo.» Muchos espiritualistas creen que cuando han tomado tal o cual resolución las cosas van a desarrollarse exactamente como ellos desean, que todos los instintos vayan a someterse y que la sabiduría y la razón vayan a triunfar. No sospechan que otras fuerzas puedan despertarse y oponerse a la realización de sus proyectos; y entonces, al ver que no han obtenido el éxito que esperaban, y en el tiempo deseado, se amargan, se ponen furiosos e importunan a los demás con sus ambiciones frustradas. No hay que lanzarse a la vida espiritual sin conocer sus leyes, porque entonces los resultados son relativamente peores que si se hubiese seguido ocupado en las preocupaciones rutinarias. Además, hablando en general, no hay que lanzarse nunca a una actividad espiritual estando demasiado seguros de nosotros mismos, porque con esta seguridad provocamos a otras fuerzas que se oponen a nuestra realización. Lo habréis observado. Os comprometéis a hacer tal cosa, tal día y, llegado el momento, no tenéis ningunas ganas de hacerlo. Sin embargo, en el instante en que os comprometisteis, erais sinceros, estabais decididos a mantener vuestra resolución. Así pues, de ahora en adelante, no prometáis demasiadas cosas, no anunciéis vuestros proyectos a todo el mundo, guardad vuestros anhelos y vuestros deseos para vosotros mismos, con lo cual habrá menos obstáculos que se opongan a su realización. He ahí una cuestión muy importante que hay que conocer. El discípulo no debe adentrarse en la vida espiritual sin poseer previamente ciertas nociones, porque se arriesga, entonces, a encontrarse con sorpresas muy desagradables. Se puede comparar al ser humano con un árbol. Sí, al igual que el árbol tiene raíces, un tronco, y ramas en las que crecen hojas, flores y frutos. Cuanto más crece el árbol, tanto más se hunden las raíces en la tierra, es decir, cuanto más se eleva el ser humano, tanto más amenazan despertarse en él las fuerzas instintivas: la sensualidad, la cólera, el orgullo... Hay que conocer la naturaleza humana y comprender que un mecanismo que hemos desencadenado en una parte de nuestro ser implica el desencadenamiento de otro mecanismo en otra parte. Diréis: «Pero entonces, no debemos consagramos a la vida espiritual, ya que ello supondría reforzar nuestros instintos.» En realidad hay medios para dominar estas fuerzas y conseguir, gracias a ellas, grandes realizaciones internas. Sí, ¡cuántas cosas hay que conocer para no extraviarse! Por lo demás, cuando obtengáis una victoria no os durmáis; estad todavía más atentos, porque el otro lado puede atacaros y, si os dejáis sorprender, podéis perder de golpe todo aquello que habéis adquirido. Se trata de leyes; como todo está conectado, cualquier movimiento producido en una región determinada, desencadena otro movimiento en la región opuesta. Por eso, cuando un Iniciado trata de hacer un trabajo muy luminoso para toda la humanidad, despierta, activa sin quererlo, el lado tenebroso. Pero como lo sabe, toma precauciones. No hay que renunciar a trabajar para la luz porque se despierte la hostilidad de las fuerzas tenebrosas. También ahí hay que saber cómo defenderse, continuando el trabajo hasta conseguir la victoria, y aprendiendo a utilizar, al mismo tiempo, las dificultades como algo estimulante. Pero, por encima de todo no olvidéis jamás que en la vida espiritual no le corresponde al discípulo fijar plazos para la realización de las cosas. Si no, cuando ve que sus mejores aspiraciones no se realizan, se desmorona, o bien se amarga y renuncia. ¡Es una lástima renunciar sólo porque los éxitos no han llegado en la fecha prevista! Hay que continuar en paz, plenamente, espléndidamente, porque sólo de esta manera llegaréis un día a la perfección. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : LAS ARMAS DEL PENSAMIENTO. Existen todo tipo de ejercicios a realizar con el pensamiento. Tenéis, por ejemplo, una dificultad: en vez de dejaros aplastar por ella, tomadla, ponedla al lado de todo lo que ya poseéis, de todas vuestras riquezas y posibilidades, y empezad a compararla con ellas. Veréis que la dificultad no podrá resistir, desapareciendo ante la grandeza y la inmensidad de lo que habéis adquirido. Sí, aprended a poner vuestras penas y vuestras tristezas enfrente de vuestra riqueza, de vuestro futuro, de vuestro ideal... y veréis que no quedará ni rastro de ellas. He ahí un método eficaz que hay que saber practicar: la confrontación. En la vida vemos a menudo este tipo de debates. Poco a poco, aquél de los contendientes que no tiene razón se siente atrapada, disminuido, y entonces titubea, se eclipsa, y finalmente capitula. Y su adversario, que parecía más pequeño, más enclenque, pero que lleva razón, toma fuerzas y se yergue. ¿De dónde le vienen estas fuerzas? De que se siente en su derecho. Y cuanto más fuerte se siente, más se inquieta el otro. Al principio, naturalmente, levanta la voz, grita para camuflar su turbación ante la verdad, y después, de repente, se deshincha como un globo. Y a todos los que os importunan en el mundo invisible, que quieren turbaros, decidles: «Venid, venid, que os voy a mostrar algo.» Les ponéis, entonces, frente a vuestras riquezas actuales y a todas las que os esperan en el futuro. Al principio van a fanfarronear y a presumir, pero pronto no quedará ni rastro de ellos, y os daréis cuenta de que, de esta manera, podéis transformar y mejorar muchas cosas. ¿Por qué no os ejercitáis? La vida está llena de experiencias a hacer; nunca podemos aburrirnos; siempre hay cosas interesantes que aprender, que verificar, que crear. Si se presentan ante vosotros entidades maléficas que quieran convenceros de que os equivocáis de camino al abrazar la vida espiritual, enfrentad a estos enemigos internos ante la belleza y la profundidad de las experiencias que habéis vivido, y ya no sabrán qué decir; se irán y os dejarán en paz y si vuelven, adoptad de nuevo la misma actitud; recibidles con dulzura, amigablemente: «Sí, comprendo vuestros argumentos; pero explicadme cómo pude vivir tal minuto sublime, comprender todas estas verdades ... », y numeráis en detalle todo aquello que habéis recibido. Se sentirán completamente desorientados. Estas entidades se han presentado ante los más grandes genios, artistas, pensadores y filósofos, e incluso ante los más grandes santos o los más grandes Iniciados para desquiciarles y hacerles abandonar su trabajo. Y a menudo lo consiguieron. ¡Ni siquiera perdonaron a Jesús! Acordaos de las tres tentaciones en el desierto. Sin embargo, como sabéis, Jesús no se dejó persuadir, replicó a Satanás mencionando grandes verdades de la Biblia, y éste tuvo que capitular. Y en el huerto de Getsemaní, cuántas entidades tentaron a Jesús, en el último momento, diciéndole: «No, tú no estás obligado a sufrir este destino; puedes escapar a la muerte. ¡Vamos! ¡Ya has hecho bastante! ¿Vale la pena hacer este sacrificio? Además, fíjate cómo son los hombres: no te aprecian, te han traicionado. ¡Vamos! ¡Sálvate! ¡Vete!»Y Jesús estuvo muy cerca de ceder a la tentación. Pero después, de pronto, se irguió y dijo: « ¡Fuera! He venido a cumplir esta misión; tengo que hacer mi trabajo», y los espíritus malignos se fueron, vencidos. Pero, ¡qué angustia acababa de pasar! Sí, estos espíritus vienen a tentar a todo el mundo, y no sólo a vosotros sino también a los más grandes profetas, a los más grandes santos. La duda, el miedo a la muerte, la sensualidad, el orgullo, ¡cuántas tentaciones! Muchos santos han sufrido la tentación del orgullo. El Enemigo les decía: « ¡Es formidable, me has vencido, qué poder, qué voluntad tienes! ¡De qué extraordinarias armas dispones!» Porque esperaba, precisamente, que le respondiesen: «Si, te he vencido, he vencido al demonio; soy muy fuerte», y que de esta manera, se manifestase su orgullo. Pero aquellos que conocían la Ciencia iniciática permanecían vigilantes y respondían: «No, yo no soy quien te ha vencido, sino Cristo en mí.» Y así habían triunfado de la tentación. ¿Veis? Siempre hay que saber responder, replicar. La palabra diálogo está actualmente de moda, pero continuamente se producen diálogos internos con estas entidades inferiores... ¡verdaderas trifulcas! Y, si sabéis responder, es decir, hacer un verdadero trabajo con el pensamiento, salís vencedores; si no sabéis, sois vencidos. Aprended, pues, a responder tal como lo hacía Jesús: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»... «No tentarás al Señor tu Dios» ... «Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás» ... Buscad estas verdades; son verdaderas armas para repeler a los espíritus del mal. Encontradlas y lanzádselas. Únicamente la verdad es omnipotente para vencerles, y nada pueden contra ella. II sigue por la tarde Si os asaltan imágenes que vienen a atormentaros, debéis saber que tenéis la posibilidad de cambiar estas imágenes, de concentraros en ellas para darles otras formas, otros colores; y acabarán por ceder a vuestra voluntad. Supongamos que antes de dormiros, en esta zona que atravesamos entre la vigilia y el sueño, os veis caminando en una carretera llena de barro o en un bosque repleto de peligros. ¿Qué debéis hacer? ¿Dejar que se desplieguen estas imágenes? ¿Soportarlas pasivamente?.. En el momento en que vais a dormiros, estáis en la frontera entre el plano físico y el plano astral, estáis penetrando ya en la región astral, y estos clichés que os invaden tienen un sentido, predicen algo, os advierten que en vuestro camino se producirán determinados acontecimientos desagradables. También puede suceder lo contrario: os veis en un jardín maravilloso, lleno de flores, de pájaros y de música; y estas imágenes anuncian un buen período para vosotros. Pero volvamos al caso en que sois visitados por imágenes tenebrosas. Aunque estéis cayendo en la inconsciencia, podéis mantener una cierta lucidez y reaccionar: os esforzáis por penetrar con el pensamiento en una región superior, y allí se os comienzan a aparecer imágenes luminosas. Eso no quiere decir que vayáis a cambiar verdaderamente el curso de los acontecimientos: las dificultades y las pruebas vendrán a asaltaros puesto que, a menudo, dependen de condiciones exteriores a vosotros. Pero, como habéis cambiado estas imágenes dentro de vosotros, habéis desencadenado en vuestro fuero interno otras corrientes, otras fuerzas que vienen a vuestro socorro. No podéis impedir que se produzcan los acontecimientos externos, pero podéis ponerles remedio internamente preparando en vosotros las fuerzas que os permitirán hacerles frente. El invierno es un período difícil, pero si tenéis con qué calentaros, todo va bien. Lo mismo sucede en la vida interna; tenéis que ser conscientes de lo que se produce en vosotros. Fatalmente os asaltarán imágenes tenebrosas y sensaciones penosas; vivimos en un mundo agredidos por todo tipo de violencias; es normal que repercutan en nosotros; no podemos evitarlo. La cuestión estriba, no en cambiar el mundo, lo cual es imposible, sino en mejorar nuestro estado interno. Nosotros no podemos transformar al mundo, pero podemos transformamos a nosotros mismos. Transformar al mundo es asunto de Dios, y nunca nos pedirán responsabilidades por no haberlo hecho. Pero lo que se nos pide a nosotros es que nos decidamos a transformar por lo menos a una criatura en la tierra, y esta criatura somos nosotros mismos. Así pues, en cuanto sintáis dentro de vosotros corrientes nocivas, deseos primitivos, groseros, sensuales, en vez de dejaros llevar por estas corrientes y de no hacer nada, porque creéis que nada se puede hacer, debéis reaccionar. Cuándo logramos mejorar nuestro estado interno, el mundo entero se transforma, porque lo vemos a través de otras «gafas». ¿Por qué los enamorados ven el mundo tan hermoso? Porque dentro de ellos todo es hermoso, poético. Llueve, nieva, pero tienen una cita, y para ellos luce un sol espléndido, el cielo es azul, los pájaros cantan y las flores exhalan su perfume, porque en su corazón es primavera. ¡Los enamorados son una magnífica enseñanza para los espiritualistas! El verdadero espiritualista tiene la convicción de que el pensamiento es una realidad y de que todos los poderes están en el pensamiento. Sabiendo esto, aprovecha cualquier momento en la vida para trabajar con su pensamiento, y hasta en las circunstancias más desfavorables, cuando todo el mundo se siente desgraciado, abrumado e indignado, el espiritualista consigue encontrar la luz y la paz. Está por encima de las circunstancias, mientras que aquellos que no saben trabajar con su pensamiento pasan el tiempo quejándose, y finalmente resultan vencidos. No saben que poseen un instrumento que puede situarles por encima de las circunstancias y debido a esta ignorancia se limitan, se debilitan, se mortifican. El hombre tiene el poder de neutralizar las circunstancias para que dejen de obrar negativamente sobre él. Pero debe trabajar para conseguirlo. Si espera que las circunstancias mejoren, sin hacer nada, evidentemente será aplastado. Hasta los más grandes Maestros, cuando encarnan en la tierra, deben a menudo afrontar las peores condiciones: privaciones, enfermedades, persecuciones... pero logran superarlas porque han adoptado la filosofía del espíritu. Así pues, de ahora en adelante, suceda lo que suceda, decíos: «Sí, es cierto, las condiciones son malas, pero tengo dentro de mí la posibilidad de desencadenar unas corrientes reales, poderosas, que darán sus frutos.» Entonces os situáis por encima de las circunstancias; de lo contrarió estáis por debajo de ellas, y os aplastan. Si todos los días pensáis así, dentro de algún tiempo, en todas las circunstancias de la vida, incluso en las más desfavorables, en las más terribles, triunfaréis. Porque, interiormente, sabéis poner en acción unas fuerzas que están por encima de las circunstancias. El espíritu está por encima de todo, y cuando lográis uniros a él, identificaros con él, recibís fuerza, sosiego, iluminación, pero, ¿cuántos han captado esta filosofía? No trabajan con el espíritu, y sin embargo esperan ser favorecidos con circunstancias propicias; por eso son tan vulnerables. Si consiguen algunos éxitos o tener un poco de felicidad es sólo porque les han ayudado, o gracias a alguna circunstancia externa pasajera, y no porque su filosofía sea verídica. Diréis: «Sí, pero lo que nos aconseja es que vivamos en un mundo subjetivo.» Pues, justamente, sí, comencemos por explorar el mundo subjetivo. En el mundo subjetivo ha escondido Dios todo el poder. Los materialistas no tienen ningún poder consciente en el dominio de los pensamientos y de los sentimientos porque cuentan demasiado con el mundo objetivo, físico, material, y han perdido la fe en las posibilidades del mundo interno; tratan, incluso, de borrar las huellas de este mundo. Evidentemente hay un peligro para los espiritualistas: que, sabiendo que pueden modificar dentro de sí mismos las corrientes de sus pensamientos y de sus sentimientos, y de cambiar su tristeza en gozo, su desánimo en esperanza, se imaginen, luego, que también pueden cambiar fácilmente el mundo externo. ¡No! La ventaja del mundo subjetivo está en que os pone en contacto con las fuerzas invisibles y sutiles de la naturaleza. Este mundo es una realidad, pero no una realidad concreta, material; y si estáis tan convencidos de lo que sentís que queréis convencer a los demás, os esperan graves decepciones. Ambos mundos existen, el objetivo y el subjetivo, pero hay que conocer las correspondencias y las relaciones que existen entre uno y otro para ajustarlas. Si el mundo interno lo es todo para vosotros, el mundo externo acaba por dejar de existir, y sobrevienen, entonces, todas las anomalías, las ilusiones y los errores: os convertís en algo grotesco. En cuanto a los materialistas, que descuidan el mundo sutil, evidentemente se desenvuelven mucho mejor en el plano físico, pero pierden, por otro lado, sus posibilidades de llegar a ser internamente creadores. El verdadero creador es el hombre de pensamiento; las cosas se crean con el pensamiento. En el plano físico no creamos, copiamos, imitamos, hacemos chapuzas. La verdadera creación tiene lugar en el mundo espiritual. Por tanto, aunque gobiernen la materia, si la dirigen y la obligan a trabajar para ellos mismos, los materialistas pierden la realeza del espíritu: se sitúan al mismo nivel que la materia, descienden a su nivel y pierden así su poder de gobernar, pierden su fuerza mágica. Por eso os digo: si sabéis serviros de vuestra voluntad, de vuestro pensamiento, de vuestro espíritu para modelar todos los impulsos que provienen de vuestro interior, os convertís en creadores, en unas potencias formidables. Pero, ¡no os hagáis ilusiones! No os imaginéis que porque vuestro pensamiento os obedece, porque sois capaces de hacer un trabajo de transformación interna, el plano físico os obedecerá también. Mucha gente no ve la diferencia y pierde la cabeza porque ha mezclado los dos mundos. Os hablaba de los enamorados, para quienes, cuando se ven, el invierno se transforma en primavera. Esta primavera es real para ellos, aunque externamente siga siendo invierno. Si se imaginan que les basta con tender la mano para que los pájaros canten, la nieve se funda... ¡Qué larga espera! Pues bien, esto es lo que les sucede a los espiritualistas... ¡imaginan! E incluso algunos creen que cuando pronuncien ciertas palabras mágicas, la roca se abrirá, como en el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones, y que sólo con decir: « ¡Sésamo, ábrete!», encontrarán tesoros para vivir holgadamente hasta el fin de su vida. No; es mucho más razonable trabajar que esperar enriquecerse de esta manera. Evidentemente si un discípulo se ejercita cada día en transformar y embellecer el ámbito interno de sus pensamientos y de sus sentimientos, las corrientes generadas pueden acabar por influir en la materia física, y entonces sí que le es posible producir fenómenos objetivos: puesto que todo está conectado, las vibraciones, las partículas, las ondas, las emanaciones se proyectan e impregnan el mundo objetivo que puede volverse tan radiante y luminoso como el mundo subjetivo. Pero para conseguirlo, ¡cuánto tiempo y cuántos ejercicios! Dad pues siempre la preponderancia al espíritu, y no sólo estaréis por encima de las circunstancias, sino que incluso éstas empezarán a cambiar: porque las circunstancias son algo muerto, inanimado, y gracias al espíritu, que está vivo, podéis cambiarlas. La vida no permanece inmóvil, estancada, sino que desplaza las cosas sin cesar. Utilizad su poder de renovación y hacedla intervenir, porque de lo contrario, las circunstancias os impedirán moveros. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : EL PODER DE LA CONCENTRACION La concentración es una de las facultades más necesarias para un gran número de actividades. Los grabadores, los cirujanos, los acróbatas, etc...Lo saben muy bien. Todos se concentran para no hacer un gesto equivocado que podría ser catastrófico. Hasta los obreros necesitan concentración para evitar que las máquinas les corten un brazo o una pierna. ¡Cuántos accidentes ocurren por una simple distracción! La concentración constituye el pilar de la seguridad, del éxito. En general los hombres han comprendido su importancia sirviéndose de ella en el ejercicio de su profesión; a pesar de ello, están lejos de sospechar su importancia en el campo psíquico, espiritual. Quizá alguna vez, jugando, hayáis concentrado con una lupa los rayos de sol para inflamar un trozo de papel... ¿Por qué no habéis traspuesto este fenómeno al campo psíquico, a fin de comprender que también el pensamiento, si se concentra en un punto y se mantiene en él durante un tiempo suficiente, puede inflamar - simbólicamente hablando - determinados materiales? La lupa ya es un ejemplo evidente del poder de la concentración. Pero los físicos han ido aún más lejos al proyectar el láser. Puesto que la luz tiende por naturaleza a dispersarse, se trataba de lograr concentrarla; consiguiéndolo han obtenido todo tipo de aplicaciones técnicas, médicas, estratégicas... Puesto que ahora está demostrado que la luz física es todopoderosa, ¿por qué no creer también en la omnipotencia de la luz espiritual, del pensamiento? Uno de los mejores ejercicios de concentración que os he dado es la meditación a la salida del sol: os concentráis en el sol sin dejar entrar en vosotros ningún otro pensamiento, y permanecéis así, durante un buen rato, en una actitud sagrada. Si llegáis a hacerlo correctamente, pronto os sentiréis fortalecidos, iluminados, colmados. Y si, por ejemplo, tenéis un órgano enfermo, podéis contribuir a mejorar su estado proyectando sobre las células rayos solares..., rayos de luz, de amor, de bondad, de vitalidad y de gozo. Sí, realmente podéis contribuir a mejorar vuestra salud gracias a la concentración del pensamiento. Naturalmente algunos pensarán que esto es perder el tiempo. Cuando existen tantos medicamentos, píldoras y remedios, y no hay que hacer más que abrir la boca, ¿por qué concentrarse? Pues bien, éste es un mal razonamiento, porque de esta manera pasiva no conseguiréis desarrollaros, y aún menos desencadenar fuerzas internas formidables que puedan serviros cuando hayáis abandonado la tierra. Porque, sabedlo, una sola cosa es verdaderamente importante para el hombre: la capacidad de concentrarse en las cosas divinas. Esta capacidad le permitirá proseguir apaciblemente su camino durante toda la eternidad. Suponed que, al dejar este mundo, estáis rodeados de una atmósfera oscura, a través de la cual no podéis contemplar a vuestros amigos, ni a los ángeles... En esta soledad, en esta oscuridad, ¿quién vendrá a salvaros? Vuestra capacidad de concentraros en las cosas divinas. Esta capacidad subsiste después de vuestra muerte, porque no proviene del cerebro sino del espíritu, que es inmortal. Cuando el hombre abandona su cuerpo físico, esta capacidad subsiste en su espíritu, Porque es el espíritu quien piensa, quien siente, quien actúa. Lo hace a través de la materia del cuerpo físico, pero cuando se libera de éste, no hay que creer que ya no puede sentir, pensar, ni actuar; al contrario, es entonces cuando puede verdaderamente hacerlo con potencia. Por eso, el discípulo que está acostumbrado a concentrarse en algo luminoso será muy poderoso en el otro lado: le bastará concentrarse en el Señor o en la luz para disipar la turbación y las tinieblas. Pero si no ha desarrollado este poder en la tierra, no puede utilizarlo en el otro mundo. Por eso debéis acostumbraros a concentraros cada día en los temas más elevados. El espíritu es un poder formidable, pero nadie cree en este poder, y ¿sabéis por qué razón? Porque lo han ensayado una vez, durante un minuto, y cuando al cabo de un minuto han visto que no sucedía nada, se han dicho: « ¿Por qué perder el tiempo? El espíritu nada puede, el pensamiento es ineficaz.» En realidad, no han comprendido nada de nada. Hay que saber que si el pensamiento no puede nada ni el espíritu tampoco, es porque la materia se ha vuelto tan opaca, tan dura y tan inerte que, para cambiarla, para que se vuelva sensible y sutil, se necesitan miles de años. Y como todavía no han empezado el trabajo, la materia opone una gran resistencia. Si el hombre ya hubiese trabajado en este sentido, su cuerpo físico sería ahora mucho más flexible, permeable al pensamiento, fácil de educar. Este trabajo habría permitido a la luz, al espíritu, penetrar la materia. Pero, por el momento, las realidades físicas, las condiciones materiales continúan siendo poderosísimas, porque los humanos, inducidos a error, se fijan en las apariencias y no saben ver ni sentir el mundo del espíritu, el Cielo, la Divinidad. Volviendo a los poderes de la concentración, se cuenta que existen en la India faquires que, después de haberse ejercitado en concentrarse durante muchos años, consiguen actuar tan poderosamente sobre la quintaesencia etérica - llamada, en sánscrito, «akasha» - que son capaces de conseguir que germinen las semillas a ojos vistas: en unas horas la planta crece, florece, fructifica, y se pueden comer unos frutos maduros y deliciosos. Esto parece imposible, pero se trata de una realidad que podemos explicar perfectamente. Los faquires han trabajado con el akasha para hacerle actuar en los clichés contenidos en la semilla. Porque cada árbol deja en sus semillas una especie de cliché etérico que representa la síntesis de sus diferentes características. En una semilla están sintetizadas y grabadas todas las cualidades del árbol. La forma, la talla, los colores, las propiedades nocivas o curativas existen en potencia en la semilla, pero para hacerlas aparecer hay que plantar la semilla, regarla y, poco a poco, con los años, la naturaleza misma, lenta y suavemente, lleva al árbol hasta la madurez. Pero se puede acelerar esta evolución. Si mediante la concentración llegamos a intensificar las fuerzas de la luz, del calor y de la vida que provienen del sol, de la atmósfera y de la propia tierra para alimentar a la semilla más rápidamente de lo que normalmente hace la naturaleza, logramos acelerar el crecimiento de la planta. Ved que se trata de algo evidente, sencillo. Por tanto, aquél que sabe cómo actuar con la fuerza akáshica, con esta quintaesencia que contiene todos los elementos que necesita la planta para crecer - vitalidad, calor, luz, magnetismo, electricidad - intensifica esta fuerza que acelera el desarrollo de los clichés y si se tratase de un hueso de mango, por ejemplo, pocas horas después nos encontraríamos ante un mango cargado de frutas que todo el mundo puede degustar. Pero lo más interesante es saber que el mismo proceso se da en el plano espiritual: también ahí podemos desarrollar mucho más rápidamente ciertas posibilidades que hay en nosotros. Aunque no hagamos nada, estas posibilidades se desarrollarán, de todos modos, por la fuerza de los hechos, pero dentro de unos millones de años, y es una lástima esperar tanto tiempo. Existen en nosotros muchas semillas depositadas por el Creador, gérmenes de todo tipo, es decir, cualidades, facultades, dones que todavía no se han manifestado. Son como gérmenes que todavía no han sido iluminados, calentados, regados. Mirad, durante el invierno, aunque la tierra esté llena de semillas de todo tipo, nada crece, porque no hay suficiente luz ni calor. Están aletargadas... Pero con la llegada de la primavera se produce nuevamente una concentración de calor y de luz, y todas estas semillas que permanecían escondidas e invisibles germinan, crecen ... Diréis: «Todo el mundo sabe eso, hasta los niños.» Sí, pero cuando se trata de trasponer estos fenómenos al terreno espiritual, la gente continúa mostrando una ignorancia tremenda. Y si preguntáis: « ¿Cómo podemos ver que las semillas, las cualidades que Dios ha depositado en nosotros, son algo real?», os responderé: Yendo al sol. Él las calentará y las hará visibles a pleno día. Cuando hablo del sol, me refiero, en primer lugar, al sol espiritual, y después al sol físico. El sol del mundo físico nos muestra cómo suceden las cosas en el campo espiritual. Pero, puesto que los huma nos no creen en el poder del sol espiritual para conseguir que se manifiesten las facultades y las virtudes que tienen enterradas dentro de sí, piensan que no tienen necesidad de ir a exponerse a su luz ya su calor. No es, pues, raro que nada crezca en su «tierra». Siguen ahí, a oscuras, en el frío, tiritando, y sintiéndose desgraciados. ¿Por qué no se acercan al sol espiritual, al Señor, para gozar viendo germinar y crecer todos estos pequeños retoños en su jardín? Tratad, desde hoy, de aprender a concentraras para desencadenar una fuerza espiritual, divina, poderosa. Debéis empezar desde ahora el trabajo si queréis que vuestras realizaciones prosigan en el mundo espiritual. Y allí, como ya os he explicado, la materia no es tan densa ni opaca; es una materia flexible, dócil, que se somete, tomando la forma, la dimensión y los colores del pensamiento; con esta materia sutil, 'todo puede realizarse. Así pues, tomad la concentración como un ejercicio extremadamente importante y entrenaos todos los días con los temas más espirituales. Rápidamente sentiréis los efectos, porque en vez de estancaras en los mismos sufrimientos y las mismas dificultades, creceréis cada vez más, os liberaréis, y viviréis una vida armónica, luminosa y pacífica. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : LAS BASES DE LA MEDITACION. En general la meditación es un hábito poco frecuente en el hombre. De vez en cuando, cuando se encuentra en dificultades y tiene problemas que resolver, cuando sufre, el hombre se concentra y reflexiona porque necesita encontrar una solución. Pero a esto todavía no se le puede llamar meditación; se trata tan sólo de una reacción instintiva natural frente al peligro o la desgracia. Sí, en estos momentos, instintivamente, el hombre, que necesita de un refugio, se recoge en sí mismo, e incluso puede ser que empiece a rezar, dirigiéndose hacia un Ser al que había descuidado, porque hasta entonces todo marchaba bien. Así pues, ahora se vuelve hacia este Ser, Le busca, porque recuerda que, cuando era niño, sus padres le habían dicho que era todopoderoso, omnisciente y amoroso; se dirige a Él para pedirle ayuda y socorro con la mayor humildad, con un sentimiento poderosísimo. Sí, pero para eso tienen que darse circunstancias excepcionales: un peligro, una guerra, una enfermedad, la muerte. En la vida corriente, cuando están tranquilos y dichosos, los hombres no tienen ningunas ganas de rezar o de meditar, y no consideran en absoluto este ejercicio como necesario e indispensable; ni siquiera ven su utilidad. Cuando todo va bien piensan que no tienen por qué perder el tiempo en las regiones vagas y nebulosas de la meditación. Pero cuando sobrevienen las desgracias, cuando arrecian las grandes dificultades, cuando se dan cuenta de que nada de lo que es concreto y material puede ayudarles, entonces buscan internamente un apoyo, un socorro, una protección en las regiones celestiales. Eso está bien, pero hubieran encontrado más fácilmente este apoyo si no hubiesen esperado el advenimiento de circunstancias excepcionales para recurrir al Cielo, si hubiesen aprendido a hacer de la meditación una práctica cotidiana. Sin la meditación no es posible que uno se conozca, que sea dueño de sí mismo, ni que desarrolle cualidades y virtudes. Y precisamente porque no han dado un lugar preponderante a la meditación, los humanos se muestran débiles en su vida interna, en sus sentimientos y en sus deseos. Naturalmente que no hay que hacerse ilusiones, porque es muy difícil meditar. Mientras estemos comprometidos en ocupaciones prosaicas o sumergidos en las pasiones, no podemos meditar. Hay que tratar de liberarse interiormente para poder proyectar el pensamiento hasta el Eterno. He visto a algunos meditar durante años, pero perdían el tiempo o incluso se desequilibraban, porque no sabían, o no querían saber, que para meditar hay que cumplir ciertos requisitos. Mientras no seamos libres interiormente, no podemos meditar. Pero, ¡cuántos especulan, roban, beben, o se acuestan con cualquiera, y después...«meditan»! No, así no es posible meditar, porque estas personas retienen el pensamiento en las regiones inferiores, y la naturaleza de estas actividades no lo permite. Ya sé que la meditación se está poniendo de moda, pero no me alegra en absoluto, porque únicamente veo a unos cuantos pobres desgraciados que se están aventurando en un terreno que no conocen. ¿Cómo queréis meditar si no tenéis un ideal elevado que os libere de vuestros caprichos, desenfrenos, veleidades, deseos, y os conduzca hasta el Cielo? No podéis meditar si no habéis vencido ciertas debilidades, si no habéis comprendido determinadas verdades; y no sólo no podéis, sino que aún es peligroso intentarlo. Algunos cierran los ojos o adoptan determinadas posturas, pero, ¿qué sucede interiormente? ¿Dónde están? Sólo Dios lo sabe. Si entráis en su cabeza para ver lo que pasa, veréis que los pobres ¡están durmiendo! En eso consiste la meditación profunda... Por lo demás, actualmente, ¡se han llegado a realizar demostraciones públicas de meditación! Eso es ridículo. ¿Qué meditación puede realizarse ante un público? En realidad, sí es posible hacerla; pero hay que estar muy avanzado, muy liberado para ser capaz de meditar en cualquier lugar y en cualquier momento, puesto que el espíritu está continuamente conectado con el mundo divino. Pero tener este amor para con el mundo divino presupone una evolución excepcional, y éste no es el caso de los que hacen estas demostraciones de meditación. Si queréis tener una idea de la forma en que meditan la mayoría de la gente, observad al gato: el gato medita delante de una ratonera durante horas; medita cómo atrapar al ratón. Para la mayoría de la gente la meditación consiste en eso: meditan sobre algún ratón que está ahí, en alguna parte... ¡un ratón con dos piernas, naturalmente! La meditación no es un ejercicio tan sencillo como se imagina la gente. Hay que estar muy avanzado para meditar y, sobre todo, hay que tener un amor formidable para con el mundo divino. De ser así, sin que os tengáis que esforzar, vuestro pensamiento ya está concentrado, y aunque no queráis, meditáis; vuestro pensamiento está tan liberado que puede hacer su trabajo independientemente de vosotros. Algunos me dicen: «Desde hace años trato de meditar, pero mi cerebro se bloquea y no consigo nada.» ¿Por qué? Porque no han comprendido que cada momento de su vida no está aislado, sino que está conectado con todos los momentos que le preceden, con lo que se llama el pasado. No han comprendido que su pasado les entorpece, les estorba, y como quieren meditar a pesar de todo, fuerzan su cerebro, y entonces éste se bloquea. No hay nada que hacer... No se les ha ocurrido decirse: «Quiero meditar, así que debo preparar mi cerebro y mi organismo; debo ponerlo todo a punto para tener la posibilidad de trabajar correctamente.» Suponed que hayáis discutido con alguien. A la mañana siguiente, cuando queréis meditar, este recuerdo os persigue, y no dejáis de pensar: « ¡Ah! Me ha dicho esto o aquello... si le encuentro, ¡va a pasar un mal rato!» Y éste es el tema alrededor del cual va a girar la meditación. ¡Un barullo, un caos! En vez de elevarse hasta las regiones divinas, cada cual remueve todo lo que ha vivido en el pasado, y éste pasa una y otra vez ... un verdadero cortijo de rostros y de acontecimientos que se van presentando, con lo cual resulta imposible salirse del atolladero. La misma historia se repite durante años, y así, evidentemente, no se obtienen resultados positivos. El hombre puede llegar a ser todopoderoso, pero únicamente si sabe un cierto número de cosas y, en particular, que cada momento de la existencia está conectado con los que le preceden. Esto es lo que quería decir Jesús cuando aconsejaba no preocuparse por el mañana. Sí, porque si ordenáis vuestra vida hoy, el mañana os encontrará libres: podréis disponer de vosotros como queráis y concentrar vuestro pensamiento en el tema que deseéis, porque lo habréis arreglado todo el día anterior. Mientras que si no habéis arreglado nada, al día siguiente os encontráis con obstáculos, debéis afanaras a diestra y siniestra para remediar las lagunas o los errores del pasado y no sois libres para trabajar en el presente ni para crear el futuro. Por tanto, cuando quiere meditar, el discípulo instruido se prepara de antemano; se purifica, no se sobrecarga con todo tipo de preocupaciones inútiles, sino que desea ardientemente perfeccionarse para ayudar a los demás, para ser un modelo, un ejemplo, un hijo de Dios, y le anima el deseo sublime de cumplir la voluntad de Dios, tal como Jesús nos lo pide en los Evangelios. Pero para realizar lo prescrito por Jesús no basta con desearlo; hay que poseer determinados conocimientos. Muchos lo desean, pero no logran nada porque no saben cómo hacerla. Alguien ha dejado el grifo o el gas abierto, o se ha olvidado al bebé en la bañera, ¡y se acuerda de ello en el momento de meditar!.. ¿Cómo queréis que medite? Debéis, pues, prepararas de antemano, y cuando seáis libres en vuestro cuerpo, en vuestros pensamientos y en vuestros sentimientos, cuando hayáis escapado, por fin, de esta prisión que es la vida cotidiana, empezaréis a elevaros internamente: sentiréis que existe una nueva vida, vasta, amplia, profunda; y os sentiréis tan dilatados, tan extasiados, que os elevaréis hasta otra región... Una región que, en realidad, está dentro de vosotros: sí, esta vida divina fluye dentro de vosotros. Y entonces, por fin, llegáis a vivir, por un momento, la verdadera vida. Así es como el mundo divino empieza a despertarse en vosotros, y luego ya no podéis olvidado; tenéis la certeza de que el alma es una realidad, de que el mundo divino existe y de que está poblado por innumerables criaturas. ¿Por qué esta certeza? Porque habéis logrado desencadenar unas fuerzas todavía desconocidas, unas fuerzas mucho más poderosas y benéficas, mientras que antes estabais atrapados en un engranaje de fuerzas hostiles que os carcomían hasta aniquilaras. Esto es lo que los Iniciados saben y nos han enseñado siempre. La meditación es una cuestión psicológica, filosófica, un acto cósmico de la mayor importancia. Y una vez que el discípulo ha paladeado el sabor de este mundo superior, su convicción se refuerza y siente que sus facultades empiezan a obedecerle: cuando quiere poner su pensamiento en marcha, éste fluye; cuando quiere detenerlo, se detiene; es como si las células del organismo entero hubiesen decidido someterse. Por el contrario, cuando no ha conseguido este autodominio, necesita horas y horas para serenarse, porque sus células continúan agitándose, no le escuchan y le dicen: « ¡Si crees que nos das miedo! Me río de ti. No te temo, no te tengo ningún respeto porque me has demostrado que eres demasiado tonto, demasiado ignorante», y hacen lo que les viene en gana. Todos sabéis a qué me refiero, ¿verdad? Pero hay días en que os obedecen porque, por casualidad o conscientemente, habéis ido más allá, habéis desencadenado fuerzas superiores, habéis adquirido autoridad y, puesto que las células reconocen la jerarquía, obedecen a su jefe, a su amo. Por lo demás, así es como sucede todo en la vida. En las oficinas, en la administración, en el ejército, todo el mundo quiere subir al escalón superior para conseguir ser directores, presidentes, jefes de gabinete, generales, porque entonces, y sobre todo cuando tienen sus galones y sus condecoraciones, los demás les obedecen y se inclinan ante ellos. Aunque se trate de un imbécil o de un verdugo, no importa, le obedecen. ¿De dónde procede este sentido de la jerarquía? No son los humanos quienes lo han inventado, porque éstos no pueden inventar absolutamente nada. Por intuición, por ensayo o por instinto, tan sólo pueden descubrir aquello que ya existe en la naturaleza. En la naturaleza existe una jerarquía en todo; en el cielo - en las estrellas, en las constelaciones - en la tierra _ en los ríos, las montañas, los árboles, los animales - e incluso en el hombre, todo está jerarquizado. Y ahora, puesto que sabemos perfectamente que hay que subir siempre unos escalones más para llegar a ser jefes e imponemos a los demás, ¿por qué no comprendemos que en el terreno espiritual, de la misma manera, hay que subir un grado más para que los habitantes que están dentro de nosotros también nos obedezcan? Se trata del mismo principio, de la misma regla. Y lo que persiguen los Iniciados, precisamente, es que todo dentro de ellos les obedezca. No piden dominar las montañas, las estrellas, los animales o los hombres, sino dominarse a sí mismos, ser dueños de su cuerpo, de pensamientos y de sus sentimientos; y trabajan para conseguirlo. Todos los ejercicios espirituales, al igual que la meditación, permiten al hombre escapar a estos obstáculos, a esta prisión, a estas cadenas que lo han sometido completamente al mundo subterráneo. ¡Cuántos seres han sido atrapados! No estaban instruidos y se han dejado absorber por este mundo terrible. Se ha llamado a esto Infierno o Diablo. Llamadlo como queráis, pero se trata de un mundo real en el que muchos se pierden por no haber querido servirse de los medios de salvación que la Ciencia iniciática enseña. Se creían muy inteligentes, pero en realidad eran orgullosos y obstinados y, ¡mirad hasta dónde han caído! El único medio de escapar a los tormentos y a las angustias es la meditación. Pero, como ya os he dicho, para poder meditar hay que haber arreglado previamente un cierto número de cosas. Cuando una madre quiere hacer un pastel, por ejemplo, si todos sus hijos están ahí llamándola, agarrándose a ella y tirando de su delantal, no puede hacer nada. Para estar tranquila tiene que ponerles primero en la cama para que se duerman. Lo mismo sucede en nosotros. Dentro de nosotros están nuestros hijos, una gran prole, ¡es algo fantástico! Así pues, hay que conseguir que estos hijos revoltosos se duerman para que podamos realizar el trabajo, y luego, cuando el trabajo esté terminado, ¡les damos el pastel! Para meditar hay que conocer la naturaleza del trabajo psíquico. Por ejemplo, nunca debemos exigir del cerebro que se concentre bruscamente en un tema, porque violentamos las células nerviosas, las bloqueamos y tenemos dolor de cabeza. Lo primero que hay que hacer es relajarse y permanecer en cierto modo pasivo, pero controlando, al mismo tiempo, que todas las células se relajen. Claro que, sin entrenamiento, no se conseguirá con rapidez, pero a la larga, bastará con unos segundos. Primero, pues, hay que trabajar con dulzura, con amor, en paz, y sobre todo sin forzar las cosas. Éste es el secreto de una meditación correcta. Y cuando sentís que vuestro sistema nervioso está bien dispuesto y recargado - porque esta actitud pasiva permite recobrar las fuerzas al organismo - podéis orientar vuestro pensamiento hacia el tema que hayáis escogido. Para que podáis trabajar todos los días sin fatiga, para que podáis estar todos los días activos, dinámicos, dispuestos para realizar grandes trabajos, tenéis que saber utilizar correctamente el cerebro. Esto es muy importante. Si queréis continuar durante mucho tiempo vuestras actividades espirituales, tened cuidado, de ahora en adelante, y no os precipitéis de golpe sobre un tema, aunque os guste, porque provocáis una reacción violenta. Empezad con suavidad, tranquilamente. Sumergíos en el océano de la armonía cósmica para llenaros de fuerza. Y cuando os sintáis henchidos, adelante, lanzaos a un trabajo en el que participe todo vuestro ser. Sí, porque no es sólo el intelecto sino todo vuestro cuerpo, toda la muchedumbre de vuestras células que deben ser utilizados para realizar el trabajo espiritual. Durante los primeros instantes, procurad no pensar; echad solamente una mirada en vuestro fuero interno para constatar que todo funciona bien. Pero ocupaos también de la respiración: respirad regularmente, no penséis en nada, sentid solamente que respiráis, tened solamente la conciencia, la sensación de respirar... Veréis cómo esta respiración introducirá un ritmo armonioso en vuestros pensamientos, en vuestros sentimientos, y en todo vuestro organismo; y os será muy benéfico. Algunos dirán: «Pero yo no sé lo que es la meditación, ni quiero saberlo. Me sacrificaré, seré caritativo, haré el bien a los demás, y con eso bastará.» No, no bastará, porque si no empezáis por meditar, actuando podéis transgredir las leyes, embrollándolo y destruyéndolo todo. ¿Por qué? Porque únicamente la meditación os permite tener una visión clara de las cosas: a quién ayudar, cómo, a qué nivel... Podemos meditar sobre todo tipo de temas: la salud, la belleza, la riqueza, la inteligencia, el poder, la gloria... los ángeles, los arcángeles y todas las jerarquías. Todos los temas de meditación son buenos, pero lo mejor es meditar sobre Dios mismo, para impregnarnos de su amor, de su luz, de su fuerza, para vivir un momento en su eternidad... y meditar con el objetivo de servirle, de someternos a Él, de unimos a Él. No existe meditación más poderosa ni más benéfica. Todas las demás tienen como móvil el interés, el provecho, la voluntad de utilizar las fuerzas ocultas para enriquecerse o para esclavizar a los demás. Los Iniciados han comprendido que lo mejor es, precisamente, no buscar lo más ventajoso para ellos, sino buscar solamente ser servidores de Dios. Todo lo demás es, de alguna forma, magia negra y brujería. Por eso, sin darse cuenta, la mayoría de los ocultistas se enfangan en la brujería. Porque se sirven de las fuerzas invisibles para tener más, para dominar, para subyugar a las mujeres, y no para servir a Dios. Ved que en la meditación hay grados y grados... Evidentemente hay que empezar, de todos modos, a meditar sobre temas accesibles. El ser humano está creado de tal manera que no puede vivir naturalmente en un mundo abstracto. Por consiguiente debe asirse primero a lo que es visible, tangible, próximo a él, a lo que ama. Es muy fácil concentrarse en la comida cuando no se ha comido nada desde hace tiempo. Sin quererlo, somos como el gato que se concentra en el ratón. No necesitamos esforzamos, la cosa anda sola. ¡Ved, también, cómo el chico se concentra en la chica que quiere! Sí, durante horas, durante días enteros. Porque la quiere; y tampoco necesita esforzarse. ¡Qué meditación! No puede liberarse de ella... Comenzad, pues, por meditar sobre aquello que amáis; más tarde lo dejaréis de lado, pero empezad con lo que os gusta, con lo que os atrae... escogiendo siempre, claro está, un tema espiritual. Comenzando con los temas que os atraen, desarrolláis en vosotros mismos un método de trabajo, y luego podéis abandonar estos temas para proyectaras hacia regiones más elevadas, más abstractas. Evidentemente si empezáis por concentraras en el espacio, en el tiempo, en la eternidad... no llegaréis muy lejos. Más tarde podréis concentraras en el vacío, en el abismo, en la nada, pero empezad con temas más accesibles, e id progresivamente introduciéndoos en temas más abstractos. Sin embargo, lo repito, la meditación más sublime consiste en entrar en comunión con Dios, en sometemos a Él, en querer servirle para llegar a ser un instrumento en sus manos. En esta fusión, todas las cualidades del Señor, su poder, su amor, su sabiduría, su inmensidad, se precipitan en vosotros, y de esta manera llegaréis un día a convertiros en una divinidad. Algunos dirán: « ¡Qué orgullo, querer convertirse en una divinidad!» ¡Qué lean, entonces, los Evangelios! «Sed perfectos - dijo Jesús - como vuestro Padre Celestial es perfecto.» No existe ideal más elevado; es Jesús quien nos lo dio, pero los cristianos lo han olvidado. Muchos creen que basta con ir de vez en cuando a encender una vela en la iglesia, volver después a su casa para ocuparse de su reducido gallinero, y que eso ya basta para ser buenos cristianos. ¡Qué fantástico ideal! Gracias a él, el Reino de Dios vendrá pronto, seguro. ¡Pobre cristiandad! En ella rige la regla razonable de no exigir demasiado al ser humano, porque lo contrario denota orgullo, ¿comprendéis? Pues bien, yo digo en cambio que hay que poseer el ideal más elevado en el corazón, en el alma, en el espíritu. Y este ideal debe ser el de convertimos en instrumentos absolutos en las manos de Dios, a fin de que Dios piense, sienta y actúe a través nuestro. Os abandonáis a la voluntad de la sabiduría, estáis al servicio de la luz, y la luz, que lo sabe todo, os guiará. Pero el hombre también se encuentra en la tierra y, ¿qué debe hacer en ella? Jesús dijo... Ved que siempre me refiero a lo que dijo Jesús. Si todo está dicho, ¿para qué inventar otra cosa? Dijo: «Hágase en la tierra como en el Cielo.» En la tierra como en el Cielo, significa que la tierra debe reflejar el Cielo. Y esta tierra es nuestra tierra, nuestro cuerpo físico. Por tanto, después de haber hecho un trabajo para alcanzar la cima, hay que descender para organizarlo todo en el cuerpo físico. La inmortalidad está arriba, la luz está arriba, la armonía, la paz, la belleza, todo lo sutil está arriba; y todo lo que hay arriba debe venir a encarnarse abajo, en el plano físico. Pedid que consigáis convertiros en servidores de Dios, y al mismo tiempo trabajad para formar en vosotros este otro cuerpo que se llama el cuerpo de luz, el cuerpo de gloria, el cuerpo de inmortalidad, el cuerpo de Cristo. También este cuerpo se menciona en los Evangelios; sin embargo los cristianos no se han fijado en él porque no profundizan en los Evangelios, eso no les interesa; y pueden jactarse de muchas cosas, excepto de ser cristianos de verdad. Diréis que ocuparse de la tierra no es un ideal extraordinario, mientras que los hindúes... Sí, los hindúes y los budistas sólo piensan en abandonar la tierra, esta tierra de sufrimientos, de guerras, de miserias ... Lo sé, ésta es su filosofía, pero no la filosofía de Cristo. La filosofía de Cristo consiste en hacer que descienda el Cielo a la tierra, es decir, en realizar el Reino de Dios y su Justicia. Jesús trabajaba para este Reino, y les pedía a sus discípulos que trabajasen también para este Reino. En eso, pues, debemos trabajar, empezando por nuestro cuerpo físico. Ésta es la verdadera filosofía. No me interesa lo que hayan entendido los demás. «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo»... Pero, ¿dónde están los obreros? Los hombres tienen otra filosofía en su cabeza, por eso volverán a esta tierra hasta que lleguen a hacer de ella un jardín paradisíaco. Entonces la abandonarán para ir a otros planetas y dejarán la tierra a los animales los cuales, a su vez, evolucionarán. Estáis asombrados, ¿verdad?.. Los hombres han sido enviados a la tierra como obreros a un tajo, pero no se preocupan de ello y, en vez de trabajar, se divierten. No deberían olvidarse de esta tarea, sino pensar todos los días en transformar la tierra en un paraíso. Después, el Señor decidirá. Dirá: «Habéis sido buenos obreros en mi campo. Así que entrad, obreros míos, en el Reino de mi gozo y de mi gloria.» En los Evangelios, Jesús habla de unos obreros que fueron enviados a trabajar a un campo. Pues bien, estos obreros, precisamente, somos nosotros. ¿Y qué hemos plantado? ¿En qué hemos trabajado?.. También conocéis la parábola de los servidores y de los talentos. Se trata de la misma idea. El servidor fue castigado porque había enterrado sus talentos. Este mal servidor representa a aquellos que nunca han hecho ningún trabajo, que se divierten, que sólo piensan en enriquecerse y en pasarlo bien en la tierra. Esto no tiene ninguna relación con la filosofía de Cristo. Nos han enviado a la tierra para realizar un trabajo; luego el Señor nos lo dará todo, y el universo entero nos pertenecerá. Por eso me entristece ver cómo transcurre la existencia en la tierra de muchos de los que se dicen espiritualistas, ocultistas y místicos. Se casan, tienen hijos, dan fiestas, comen y beben exactamente como hacen los hombres vulgares. Y, ¿qué hacen respecto al trabajo para el que han sido enviados a la tierra? Nada. En cuanto a vosotros, interiorizaos y veréis que lo que hacéis no tiene relación alguna con la filosofía de Cristo. Hoy os he dado dos temas estupendos de meditación: cómo consagrarse enteramente al servicio de la Divinidad, y cómo realizar, concretar y materializar en la tierra el Cielo que está en lo alto. El sentido de la vida está contenido en estas dos actividades, y lo que queda fuera de estas dos actividades tiene un significado, desde luego, pero no una significación divina. Dios creó al hombre a su imagen, creó al hombre para que llegase a ser como Él. Si no me creéis, ¡id a preguntárselo! Toda mi vida he buscado lo mejor de la existencia, y lo he encontrado. Pero «encontrar» no significa que después debamos cruzamos de brazos sin hacer nada. Al contrario, precisamente entonces hay que empezar a trabajar, porque lo que hemos encontrado debemos realizarlo también aquí, en la tierra, como ha sido realizado en lo alto. No basta el que muchas cosas ya estén realizadas en el pensamiento. Hay que realizarlas también en el plano físico, y esto es largo y difícil. Evidentemente habría que añadir todavía muchas cosas, pero ya basta por hoy. Hay que comprender la importancia de la meditación y, sobre todo, que para conseguir resultados debéis vigilar vuestros pensamientos, sentimientos y acciones, es decir, toda vuestra manera de vivir. Empezad por meditar sobre temas sencillos, accesibles, para llegar poco a poco hasta los temas más sublimes, y así algún día sólo trabajaréis para convertiros en instrumentos en las manos de Dios, y para realizar el Cielo en la tierra. No existe nada más grandioso, más divino. Éste es el cumplimiento de todas las leyes divinas, de toda la sabiduría. No olvidéis nunca que gracias a la meditación os es posible abrir camino a vuestro ser interior, a este ser misterioso y sutil, para que pueda aflorar, desarrollarse, echar una mirada en el espacio infinito para apreciar todas las maravillas, y realizarlas seguidamente en el plano físico. Evidentemente la mayoría de las veces lo que ve, lo que contempla este ser que hay en nosotros, no alcanza nuestra conciencia, pero repitiendo a menudo estos ejercicios, poco a poco, los descubrimientos que realice llegarán a ser conscientes, y entonces se instalará en nosotros un tesoro que se convertirá en una adquisición permanente. Hay que tomar gusto por la meditación; ésta tiene que penetrar en el pensamiento, en el corazón, en la voluntad como una necesidad, como un placer sin el cual la vida ya no tiene ni sabor ni sentido. Debéis esperar con impaciencia este momento en el que, por fin, vais a sumergiros en la eternidad, bebiendo el elixir de la vida inmortal. Todavía no veo este gozo y esta impaciencia en vosotros. Debéis ser como los borrachos que sólo piensan en el vino y, en el momento de la meditación, tenéis que deciros: «Por fin mi alma, mi espíritu, mi corazón van a poder abrazar el universo, al menos por unos instantes, encontrándose cara a cara con la inmensidad.» Sigue por la tarde II El Señor ha dado a cada ser vivo que creó la posibilidad de encontrar el alimento que le conviene. Fijaos en los animales; existen innumerables especies: insectos, pájaros, peces, mamíferos... y para cada una la naturaleza ha dispuesto un alimento diferente, particularmente adaptado. ¿Por qué los humanos son los únicos que no encuentran lo que necesitan? En cuanto al alimento físico, todos saben, desde luego, dónde y cómo encontrarlo. Pero cuando se trata del alimento psíquico, espiritual, no lo saben. Y, sin embargo, también está repartido por todas partes en el universo. Sólo hay que saber en qué región se encuentra lo que buscamos. Si os aventuráis en una región pantanos a, infestada de mosquitos, avispas y serpientes, evidentemente os encontraréis con esos animales. Pero para encontrar águilas tendréis que ir a las montañas. Tenéis necesidad de contemplar la belleza y os encontráis en una buhardilla: debéis salir e iras a pasear por el bosque, por un jardín, o por la orilla del mar. Si queréis instruiros, debéis ir a las universidades o a las bibliotecas. Para cada cosa hay que encontrar la región correspondiente. Esto es así en el plano material y también en el plano espiritual. Por eso los discípulos de una Escuela iniciática consagran todos los días un cierto tiempo a las tareas de meditación, visitando las regiones del mundo invisible, porque saben que en él encontrarán todo lo que necesitan para su equilibrio, su elevación y su progreso espiritual. Diréis: «Pero, ¿cómo encontrar estas regiones? ¿Quién puede indicárnoslas? En el plano físico, por lo menos, tenemos libros de geografía con mapas y todo tipo de información: atlas, enciclopedias... Pero, en el plano invisible, ¿cómo orientarnos?» ¡Ah! ¡Esto es, precisamente, lo que no sabéis! En el terreno psíquico se produce un fenómeno análogo al que le permite a un radiestesista encontrar, por ejemplo, a una persona gracias a un «testigo» - un mechón de cabello o ropa que haya pertenecido a la persona. La radiestesia está basada en la ley de afinidad. Aquí lo que sirve de testigo es vuestro pensamiento, el cual, por afinidad, encontrará en el espacio los elementos que le corresponden. El plano espiritual está organizado de tal manera que el solo hecho de pensar en tal persona, en tal región, o en tal elemento, permite alcanzar directamente a esta persona, o a este elemento, cualquiera que sea el lugar donde se encuentren. Así pues, no es necesario conocer exactamente el lugar, como sucede en el plano físico, en el que necesitamos mapas e indicaciones precisas. En el plano espiritual, en el plano divino, no es necesario que hagáis pesquisas; basta con que concentréis con fuerza vuestro pensamiento para que éste os conduzca exactamente a donde queréis. Pensáis en la salud, y estáis ya en la región de la salud... Pensáis en el amor, y estáis en la región del amor... Pensáis en la música, y estáis en la región de la música. E incluso, si sois sensibles, si estáis dotados, captáis los ecos de esta música celestial. Porque no creáis que los grandes compositores «inventaban» la música que componían. No; transcribían lo que oían arriba, y a menudo ni siquiera podían transcribir lo que habían oído, porque no existen en la tierra sonidos o acordes capaces de reproducir verdaderamente la música de las regiones sublimes. Los pintores, los poetas, todos los artistas en general, se encuentran con la misma dificultad, porque el hombre no está preparado aún para captar y transmitir la belleza del mundo divino. No está preparado, pero puede llegar a estarlo si emprende un verdadero trabajo espiritual para reemplazar todas sus partículas añejas, caducas, gastadas, por otras partículas celestes, puras, luminosas. Diréis: «Pero, ¿cómo y dónde encontrar estas partículas?» Como os acabo de explicar, el propio pensamiento se encarga de encontrarlas. En cuanto pensáis en estas nuevas partículas, en cuanto os las imagináis con toda su sutileza, su pureza, su luminosidad, las atraéis, y las antiguas, efectivamente, son expulsadas y reemplazadas. Naturalmente esto no se produce de inmediato, todo depende de la intensidad de vuestro amor, de vuestra fe, de vuestro trabajo; pero algún día todas estas partículas que no vibraban en armonía con las regiones celestiales son reemplazadas, y llegáis a captar las realidades más sutiles y más sublimes del universo. Desde que la ciencia descubrió que las ondas atraviesan el cosmos y que nos traen mensajes sonoros, está tratando de poner a punto aparatos cada vez más sensibles para captarlas. Lo que desconoce es que estos aparatos existen desde siempre en el ser humano. Porque el Creador, que ha dispuesto para el hombre un futuro de una riqueza indescriptible, puso en él unos aparatos, unas antenas capaces de captar y de transmitir toda la inteligencia y el esplendor de su creación. Si de momento el hombre no lo consigue es porque no ha hecho ningún trabajo en este sentido, porque no se ejercita y ni siquiera conoce que existen todas estas posibilidades. Pero estas posibilidades existen; todos los aparatos están ahí, esperando el momento de ser activados. Estos aparatos son las chacras, y también ciertos centros del sistema nervioso, del cerebro, del plexo solar. Pero, de momento, todos estos aparatos tan perfeccionados están dormidos; y el hombre es incapaz de captar los mensajes' que llegan de todos los puntos del universo, desde las constelaciones más lejanas. Por otra parte, es mejor así, en cierto modo, porque estos mensajes son tan numerosos que, tal como están las cosas, quién llegara a recibirlos se volvería loco o moriría fulminado. Desaparecerá el peligro cuando el hombre se haya fortalecido interiormente lo suficiente para poderlos resistir. Tomemos una imagen. ¿Habéis visto cómo se desarrolla la calabaza? Al principio está suspendida de un tallo diminuto que podéis quebrar fácilmente. Pero, a medida que la calabaza crece, el pequeño tallo se fortalece, hasta el punto de resistir un peso de varios kilogramos. El mismo fenómeno se produce en el ser humano. A medida que en sus meditaciones llega a captar estas corrientes cósmicas, trabaja en él algo que le permite resistir todas las tensiones. Pero el proceso debe desarrollarse progresivamente. Algunos, que quieren aprenderlo todo de golpe, que quieren desarrollar todas sus facultades a la vez, están preparándose desequilibrios muy graves. Un médico había recetado un medicamento a un enfermo: debía tomar diez gotas cada día de este medicamento durante un mes. «Un mes - se dijo el enfermo - ¡es demasiado tiempo!» Absorbió todo el contenido del frasco en un solo día... y se murió. No; hay que tomar las cosas con paciencia, regularmente, y entonces el organismo se va fortaleciendo, se vuelve más capaz de resistir las tensiones. He ahí, pues, lo esencial de lo que debéis saber: que tenéis las posibilidades de captar, gracias a la meditación, todos aquellos elementos del universo que necesitáis. Es el pensamiento el que, por la ley de afinidad, se encarga de ir al encuentro de estos elementos. Además, sucede exactamente lo mismo en los seres humanos: cuando pensáis en una persona, aunque ésta esté en el otro confín del mundo, vuestro pensamiento irá exactamente hacia esta persona en la que pensáis, y no hacia algún otro de los cinco mil millones de individuos que hay en la tierra. Es como si vuestro pensamiento estuviese magnetizado para alcanzar directamente a esta persona. De ahora en adelante, pues, cuando queráis obtener un elemento del universo o contactar con una entidad, pensad en este elemento o en esta entidad, sin preocuparos del lugar en que se encuentren; vuestro pensamiento llegará exactamente a ellos. Lo mismo sucede con ciertos perros a los que se da a oler una ropa o un pañuelo perteneciente a una persona. Al estar este objeto impregnado de las emanaciones de esta persona, el perro es capaz de descubrirla a kilómetros de distancia... Un olor, [es algo tan sutil!, pero el perro se orienta infaliblemente entre cientos de individuos y sólo se para ante la persona que debe encontrar. Esto es exactamente lo que hace el pensamiento, que encuentra a través del espacio no sólo a los elementos, sino también a los seres visibles o invisibles que pueden fortaleceros, iluminaras o socorreros. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : LA ORACION CREADORA Pueden trituraros de tal forma que creáis que ya no queda nada de vosotros. Un átomo vuestro, sin embargo, subsistirá siempre; y podrá reconstruir para vosotros el universo entero. Este átomo es el don de orar, de suplicar. Es el don más grande que Dios ha hecho al hombre porque, de no existir, el ser humano habría desaparecido hace tiempo. Esta idea de la existencia de un «átomo de oración», del que nadie habla, debe pareceros totalmente inaceptable, imposible de creer... Sin embargo, ya sabéis que la Ciencia iniciática afirma que hay un átomo en el corazón, cuya función consiste en grabar lo que el hombre piensa, siente y vive a lo largo de toda su vida. Este átomo no tiene el poder de intervenir para modificar absolutamente nada; sólo graba. En realidad se trata de una bobina minúscula que se desenrolla sin, cesar, desde el principio hasta el fin de la existencia, y que, en el momento de la muerte, se detiene y se desprende. Pues bien, también existe en el hombre un átomo que tiene la propiedad de pedir ayuda cuando nos encontramos con problemas. Si este átomo no está desarrollado porque el hombre no reza, todo ocurre para éste exactamente en función de lo que ha sido determinado por el destino. Naturalmente este átomo no puede alterar las grandes líneas de la vida, que son muy difíciles de modificar, pero puede provocar cambios en el ámbito sutil, etérico. Por eso, las personas que están acostumbradas a rezar, sufren menos. Cuando los acontecimientos difíciles arrecian, interiormente sienten menos el desánimo, la amargura, la desolación. A menudo los acontecimientos penosos están ligados a la colectividad y nos es imposible evitados: la guerra, por ejemplo. Durante una guerra, no podemos evitar que haya privaciones y desgracias, pero interiormente, el que reza, el que actúa con su alma y con su espíritu, transforma todas estas dificultades. Y aunque externamente las circunstancias sean las mismas, allí donde los demás flaquean, se desaniman, o incluso se suicidan, él se muestra fuerte, enérgico, animoso. No hay que sufrir pasivamente, no hay que dejarse llevar, sino tratar de encontrar soluciones. No podéis resolverlo todo, todavía no sois capaces, pero, de todos modos, lo que hacéis equivale a una diminuta semilla que dará sus frutos. Y si os corresponde estar al 100% en el frío o en las tinieblas, i lo estaréis sólo en un 99%! Habéis pronunciado unas palabras, habéis rezado, os habéis concentra do en una imagen luminosa, y eso es como si hubieseis gritado para que vengan a salvaras. No observáis la vida a vuestro alrededor y, sin embargo, siempre os estoy diciendo que tenéis que tomar lecciones de ella. Fijaos en el niño: ¿quién le ha instruido?, ¿quién le ha revelado que la palabra era un poder? Cuando se siente en peligro, grita: « ¡Mamá!» ¿Cómo ha aprendido este niño a servirse de esa palabra mágica? Si no hubiese gritado, la madre no habría sabido que estaba sucediendo algo. Pero le oye, y se precipita para salvarlo. Entonces, ¿por qué los humanos no gritan, aunque sólo sea una vez, pidiendo ayuda al Cielo? Actualmente se está perdiendo cada vez más la costumbre de rezar, y es una lástima. ¿Por qué rezar - piensa la gente - cuando tenemos en casa todo lo que necesitamos?.. En realidad, la oración pertenece a otro orden de cosas. Aunque lo poseáis todo, aunque no os falte nada, debéis rezar. ¿Por qué? Porque la oración es una creación. ¿Os extraña?.. Todos los seres tienen necesidad de crear. Pero si no han desarrollado ciertas facultades, la inteligencia, la luz, no crean; sólo copian las cosas, no hacen sino reproducirlas. Lo mismo sucede con los padres y las madres que no han hecho ningún trabajo interno antes de la concepción de su hijo: reproducen sus propias debilidades y enfermedades en sus hijos. Creen que son creaciones, pero en realidad no son más que reproducciones. La verdadera creación está más arriba. Sabiendo eso, el hombre que quiere crear se supera captando los 179 elementos de las regiones celestiales, con su alma y con su espíritu. Luego, haga lo que haga, todas sus creaciones poseerán unos elementos que estarán por encima de los del mundo ordinario, porque consiguió elevarse, acercarse hacia el Cielo, atrayendo hacia sí algo muy elevado. La verdadera oración es una creación. Cuando rezáis no os dirigís solamente a algún hombre porque es jefe, director o banquero, y os puede dar o prestar algo, o a alguna mujer para que se fije en vosotros. No, con este tipo de oración no obtenéis gran cosa, porque aquellos a quienes os dirigís son como vosotros, están a vuestro nivel, y tienen las mismas debilidades. La verdadera oración crea un lazo con el Ser más sublime, con el Creador del Cielo y de la Tierra. Rezándole os conectáis con este Ser sublime que es la inmensidad, el infinito, y gracias a esta conexión, precisamente, el hombre tiene la posibilidad de captar, de atraer algo de los mundos superiores y traerlo aquí, a este mundo en donde vive, para que se beneficien todas las criaturas. Porque, debéis saberlo: los elementos, las partículas y los «electrones» que provienen de esta región poseen tal poder, que si podéis capturar tan sólo uno, ¡se producirán grandes transformaciones! Lo sentís vibrar dentro de vosotros: purifica, ilumina, cura, restablece la armonía, y este estado benéfico, armonioso, radiante, actúa sobre todos los que os rodean, los cuales también son influenciados y se transforman. Hasta los seres más débiles, los más desheredados, poseen este átomo de oración gracias al cual pueden trabajar. Aunque les falte todo, dinero, comida, ropa, aunque estén en la cárcel, se vuelven poderosos. Las facultades, el dinero y la fuerza no se dan a todo el mundo, pero cualquiera puede utilizar el poder de este átomo para pedir, para insistir, a fin de que los espíritus luminosos que están arriba vengan en su ayuda. Cuando debáis afrontar grandes dificultades, si no pedís nada, seguiréis siendo impotentes. Este átomo de oración es el único que puede solucionarlo todo; pero, si no lo activáis, padeceréis internamente todo lo que estaba previsto que padecieseis. El poder de este átomo se encuentra en el dominio psíquico, es decir, en vuestros pensamientos, en vuestras emociones. Al rezar, aunque nada cambie exteriormente, no podéis seguir en el mismo estado. Si hay guerra, ésta continúa; si hiela, tenéis frío; si llueve, os mojáis, pero la oración produce cambios en vosotros mismos. Un hombre va a morir y se encuentra solo, abandonado, en la miseria. Pero gracias a la oración se va al otro mundo con gozo, en paz, iluminado; mientras que en las mismas condiciones, el que no reza se sentirá invadido por sentimientos de rebeldía y de odio. La mayoría de la gente ignora porqué la religión trata siempre de convencer a un criminal o a un incrédulo de que se arrepienta y pida perdón al Señor antes de morir. Se debe a la importancia que tiene este último minuto. Si alguien que ha sido - bueno, virtuoso, creyente durante toda su vida, se rebela o deja de tener fe en el último minuto, está destruyendo el bien que hizo durante toda su vida... Porque el último minuto es el que cuenta. Ved cuán importante es conocer las leyes y adaptarse a ellas. Así pues, no es de una importancia decisiva que no hayáis podido cambiar nada en esta vida; si habéis vivido bien el último minuto de vuestra vida vuestro destino futuro habrá cambiado, y vuestra próxima encarnación será mejor. No olvidéis esto jamás. SIGUE POR LA TARDE «Cuando oras, decía Jesús, entra en tu cámara, cierra la puerta, y reza a tu Padre que está allí, en el lugar secreto.» Pero, ¿qué es esta cámara secreta de la que hablaba Jesús?.. Ni más ni menos que un estado de conciencia. Cuando el discípulo logra crear dentro de sí el silencio y la paz, cuando necesita expresar al Señor su amor por Él, está ya en esta cámara secreta. Os preguntáis dónde se encuentra esta cámara. Puede estar en el corazón, en el intelecto, en el alma... en realidad es une estado de conciencia superior hasta el que habéis conseguido elevaros. Meditáis, por ejemplo, sobre verdades sublimes que no podéis comprender... y he ahí que al cabo de algún tiempo llegáis a comprenderlas. ¿Qué ha sucedido? ¿De dónde os ha venido esta comprensión? Vuestro espíritu la poseía en sí mismo desde toda la eternidad, pero vuestra conciencia todavía no había tenido acceso a ello. Porque el hombre que no sabe lo que sucede en su subconsciente, tampoco sabe lo que sucede arriba, en el cielo, en su cielo, en su espíritu, en la supra consciencia. Podéis encerraros tanto cuanto queráis entre las cuatro paredes de una habitación para rezar, sin embargo, si no llegáis a alcanzar este estado de fervor que es el de la oración, no podréis encontrar esta cámara secreta ni entrar en ella. La cámara secreta es este estado de gran concentración, de paz, de silencio interior, en el que todo lo demás se extingue, en el que no existe otra cosa que vuestra oración, que vuestra palabra interior que recorre el espacio. Entonces, aunque no lo sepáis, estáis ya en esta cámara secreta. La cámara secreta es un símbolo magnífico y de una gran profundidad que era conocido mucho antes de Jesús. Todos los Iniciados saben que para rezar hay que entrar en esta cámara, porque externamente el Cielo no os oirá. ¿Por qué? Suponed que estéis en la calle y queráis hablar con un amigo que se encuentra en otra ciudad. No podéis hacerlo, a menos que entréis en una cabina telefónica, porque allí hay un aparato en el que marcaréis un número y comunicaréis con él. Si os quedáis en la calle, podéis chillar cuanto queráis que vuestro amigo no os oirá. Para que el Cielo os escuche hay que entrar en esta cámara secreta de la que habla Jesús, porque también ella está provista de aparatos «telefónicos» que os permiten comunicar con los mundos superiores. Y fijaos en algo importante: cuando entráis en una cabina telefónica, cerráis la puerta para poder oír y hablar sin interferencias. Por eso también esta cámara debe ser silenciosa: porque este trabajo interno no se puede hacer en medio del ruido. Debemos, pues, llegar a comprender que existe internamente un lugar muy silencioso en el que debemos penetrar, cerrando, después, la puerta. Cerrar la puerta significa no dejar que penetren otros pensamientos, otros deseos; de lo contrario habrá interferencias en vuestra comunicación con el Cielo, y entonces no recibiréis ninguna respuesta. Sólo en esta cámara secreta se puede desarrollar todo correctamente: habláis y oís, dirigís una súplica al Cielo y recibís la respuesta. Si no llegáis a captar bien lo que os dicen, se debe a que os habéis olvidado de cerrar la puerta. La cámara secreta es un lugar de silencio y de secreto. Los demás no deben darse cuenta de lo que decís, de cómo lo decís, ni a quién os dirigís. Naturalmente que, a veces, no podéis impedir que se den cuenta de que rezáis. Pero cuanto menos cuenta se den, mejor. Los Evangelios hablan de aquel fariseo que había subido al templo de Jerusalén, ¡y que rezaba de forma ostentosa!.. Pues bien, esto es exactamente lo opuesto a la cámara secreta. Podemos decir que esta cámara secreta es el corazón, el silencio del corazón. Pero, evidentemente, no se trata del corazón que corresponde al plano astral, que es la sede de los deseos inferiores y de los apetitos. La cámara secreta es el corazón espiritual, es decir, el alma. Mientras que no consigamos el verdadero silencio: no habremos logrado aún penetrar en esta cámara. ¡Hay tantas «cámaras» en el hombre! Y entre todas ellas, muy pocos han encontrado, precisamente, aquella que ama el silencio. La mayoría se han extraviado en otras cámaras, y allí están rezando; pero como no hay aparatos apropiados, el Cielo no recibe sus pensamientos y sus oraciones. Para que la oración sea recibida, tienen que darse ciertas condiciones. ¿Por qué, por ejemplo, en el pasado, los Iniciados enseñaron este gesto de juntar las manos al rezar? Se trata de un símbolo. Porque la verdadera oración consiste en juntar los dos principios: el corazón y el intelecto. Si es solamente vuestro corazón el que pide, mientras que vuestro pensamiento no participa, y no se une a él, sino que se queda aparte, vuestra oración no será recibida. Para que sea recibida, tiene que emanar del corazón y del intelecto, del pensamiento y del sentimiento, es decir, de los dos principios masculino y femenino. ¡En cuántos cuadros se ha representado a personas rezando, incluso a niños, con las manos juntas! Pero nunca se ha comprendido la profundidad de este gesto. Eso no quiere decir que para rezar haya que juntar necesariamente las manos físicamente; no, no es la actitud física lo que cuenta, sino la actitud interna. Hay que juntar el alma y el espíritu, el corazón y el intelecto, porque su unión produce el poder de la oración. Es algo formidable que se proyecta: al mismo tiempo dais y recibís, sois activos y receptivos. Todavía hay mucha incomprensión en la cabeza de la gente con respecto a la oración. Se imaginan que lo esencial está en las palabras de la oración. Pues no, a menudo las palabras no pueden subir hasta el Cielo. La boca masculla algo, pero el hombre no reza: no hay nade que vibre dentro de él. Naturalmente que, para ayudar a la realización, la palabra pronunciada es muy importante; sí, pero sólo si vuestro deseo y vuestro pensamiento son ya poderosos en el plano espiritual; la palabra es, entonces, como una firma que permite el desencadenamiento de las fuerzas de arriba. Supongamos que queráis despertar en vosotros un sentimiento de amor hacia Dios. Por ser el entendimiento algo puramente psíquico, no necesitáis emplear la palabra para ello; lo podéis conseguir con la sola fuerza de vuestro deseo. Pero supongamos que queráis conseguir una realización en el plano físico, material; entonces la palabra pronunciada es necesaria. Sin embargo lo esencial continúa siendo la intensidad del pensamiento y del sentimiento; de lo contrario, aunque pronunciéis palabras durante horas enteras, no obtendréis ningún resultado ni seréis atendidos. Por otra parte, vosotros mismos sentís cuándo ha sido oída vuestra oración y cuándo no. Hay días en que sentís una fuerza tal, que sabéis que, por fin, el Cielo os ha oído. Ello no significa que de golpe se consigan resultados en el plano físico, no; la realización no se producirá inmediatamente, pero os han oído, han tomado en consideración vuestra petición, y eso es lo esencial: ¡sentir que vuestra oración ha sido escuchada! Todo depende, pues, de la intensidad, y ésta siempre va ligada al poder que tenemos de liberar los pensamientos y los sentimientos de todas las preocupaciones ajenas a la oración. Por eso la actitud es muy importante; llegar a sentimos liberados., Dejar, durante una hora o dos, todo lo demás a un lado para sumergimos en el trabajo espiritual intenso, porque sólo así seremos atendidos por el Cielo, Como existe una correspondencia entre el mundo sutil de la conciencia, del pensamiento, del sentimiento, de las energías, y del mundo de la materia, cada vez que alcanzáis estados de conciencia elevados, éstos atraen del cosmos materiales de una gran pureza, gracias a los cuales podéis construiros un cuerpo luminoso, un cuerpo glorioso. Hay que empezar a trabajar en el plano espiritual: el plano material se transformará, entonces, automáticamente. Cada cosa espiritual tiene una correspondencia material, y cada partícula de materia tiene su correspondencia en el plano espiritual. Sólo hay que trabajar espiritualmente, con el pensamiento, con la oración, porque estas corrientes invisibles atraen a los elementos de las regiones sublimes. Todos los Iniciados han basado su trabajo en esta ley de correspondencia, y si tienen una confianza absoluta en la sabiduría divina, es porque saben que lo que es divino dentro, será divino fuera. Toda su preocupación consiste en preguntarse si lo que hacen es correcto y armonioso. Por lo demás, están absolutamente convencidos que hay una fidelidad en las leyes de la naturaleza y que lo que ya está realizado en el mundo espiritual algún día se realizará en el plano físico. FIN DE LA CONFERENCIA. Conferencia del Maestro OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV TITULADA : EN BUSCA DE LO MÁS ELEVADO. Desde luego, la búsqueda de Dios es dura y lleva tiempo. A veces resulta decepcionante, a semejanza del que excava en la tierra para encontrar agua... Todavía no encuentra agua pero la siente en su cabeza, en su corazón, en su alma. Vive con la idea, con el pensamiento, con la esperanza de encontrarla. Y aunque esta agua no brota aún físicamente, ya mana dentro de él. De la misma manera, el que busca a Dios, aunque en apariencia no encuentre nada, trabaja con una realidad muy poderosa que vive en Él. Puede decirse: «No he encontrado a Dios, desde luego, pero Dios se ha reflejado a través de mis pensamientos y de mis sentimientos, porque esta esperanza y esta fe ya son Dios mismo.» Os mostraré otra imagen. Un buscador de oro se ocupa de tamizar pacientemente la arena de un río, y así, pepita a pepita, se va enriqueciendo. Durante este tiempo un alquimista está buscando la piedra filosofal que transforma los metales en oro... durante mucho tiempo no encuentra nada, y por tanto sigue tan pobre como siempre. Pero un día, después de varios años... ¡o de siglos!, encuentra la piedra filosofal - pues, si trabaja de acuerdo con las reglas, debe encontrarla - y entonces, de golpe, el alquimista se convierte en el hombre más rico del mundo, e incluso puede transformar las montañas en oro. El que busca a Dios es como el alquimista que todavía no ha encontrado la piedra filosofal y, al mismo tiempo, se asemeja a aquél que en la orilla del río tamiza la arena y encuentra algunas pepitas de oro. Porque buscando a Dios obtenemos necesariamente cada día unas partículas de su luz, de su amor, de su poder, de su belleza. Esto es lo que yo hago; al igual que el alquimista, realizo un trabajo cuyos resultados no veo; pero no me desanimo por esto, porque al igual que el buscador de oro, me alegro por las pepitas que recibo todos los días, porque éstas ya son un reflejo de la piedra filosofal, de la presencia de Dios. A menudo digo: buscad lo inaccesible, buscad aquello que no podéis conseguir ni realizar. Porque, gracias a esta búsqueda, obtendréis cada día algo más. Desde luego nunca lo tendréis todo, pero cuando os concentráis en una meta aparentemente inaccesible, os veis obligados a recorrer nuevas regiones, a franquear nuevas etapas, y esta progresión es la que cuenta. No pedís la ciencia, la bondad, la salud, ni la felicidad; pedís a Dios, al Absoluto... pues bien, tendréis todo lo demás, porque para ir hasta Dios necesitáis pasar por la luz, la belleza, la salud, la ciencia, la riqueza, el amor, la felicidad, y todas las maravillas que jalonan este camino. ¡Bienaventurados aquellos que pueden comprenderme! ¿Por qué fijaros en algo nimio que no puede satisfaceros? Aunque lo obtengáis, os decepcionaréis. Lo limitado nunca podrá colmar la inmensidad de vuestra alma y de vuestro corazón. Únicamente el Absoluto, Dios mismo, puede colmaros, y solamente buscándole, sin deteneros en el camino, podréis obtenerlo todo, incluso lo que no hayáis pedido. Ya sabéis que no es la primera vez que os hablo así. Desde hace mucho tiempo os he instruido sobre este tema, pero me veo obligado a repetirme, porque veo que os interesáis por cosas nimias con la esperanza de que colmarán este espacio inmenso que hay en vosotros... No, no lo creáis. En realidad tenéis ante vosotros dos caminos: uno, aparentemente no aporta nada excepto desilusiones, aunque en realidad os lo dará todo, hasta tal punto que un día podréis decir: «No tengo nada y, sin embargo, el universo me pertenece»; mientras que el otro camino, a pesar de todo lo que os aporte, os dejará siempre insatisfechos, porque sentiréis que, aunque poseáis algo, os falta lo esencial. Todos aquellos que conocen bien la naturaleza de sus actividades, dicen, con respecto a ciertos obstáculos: «Sí, son gajes del oficio», y ello no les impide continuar. Todo el mundo sabe que cada oficio tiene sus inconvenientes. ¿Y por qué los espiritualistas no conocen los inconvenientes de su oficio? Puesto que se desaniman, puesto que quieren abandonarlo, ello indica que no han comprendido los inconvenientes de su oficio; si los hubiesen conocido de antemano, habrían continuado con renovado ardor. Cuando estáis desanimados, ¡este desánimo debería servir para animaros mucho más! Veo que no llegáis a comprenderme; y, sin embargo, ésta es la verdadera alquimia, la piedra filosofal. Cada día, pues, debéis acostumbraros a ascender, a ir muy arriba con el pensamiento. Sí, muy arriba, hasta el Trono de Dios... El que no obtengáis inmediatamente- resultados positivos no significa que no se produzca verdaderamente nada. Debido a la opacidad de la materia que os envenena, no llegáis a percibir el más mínimo cambio. No sentís nada, no veis nada, y os imagináis que no hay nada. Pero sí que hay algo: a medida que os esforzáis, el camino se abre ante vosotros, se restablece un puente entre vosotros y las regiones celestiales, y un día os bastará con concentraros unos minutos en estas regiones para sentir, inmediatamente, el gozo, la felicidad y la fuerza. Ninguna práctica espiritual supera al hábito de concentrarse en la imagen de lo más elevado, Dios. Evidentemente los cristianos aún no han aprendido a dirigirse al Ser más sublime; se dirigen a los santos y a los profetas, y no osan ir más lejos. Sin duda está bien concentrarse en los santos, los apóstoles y los mártires; pero es mejor acostumbrarse a concentrarse en el punto más elevado, en la cúspide. Entonces llegáis a desencadenar determinadas fuerzas, creándose un movimiento: desde esta cúspide se dan órdenes que os afectan, y los que las ejecutan pueden ser Iniciados, santos, profetas, personas de vuestro entorno, e incluso animales o pájaros... Sí, la ejecución puede realizarse a través de los animales o incluso a través de los espíritus de la naturaleza de los cuatro elementos. Algunos dirán: «Pero es demasiado largo llegar hasta la cúspide, es demasiado difícil, no es práctico. Yo prefiero rezar a Santa Teresita o a San Antonio, porque he perdido algo y me va a ayudar.» Podéis hacerlo, desde luego, pero ello no debe ser un impedimento para que os concentréis, también, en la cúspide, en el Señor. ¿Por qué? Porque Él lo dirige todo; todo depende de Él. La Ciencia iniciática nos explica que estamos construidos como el universo: también tenemos una cúspide o un centro - se trata de lo mismo y este centro, que representa al Señor, es el Yo superior. Por tanto, cuando os concentráis en la cúspide del universo, en el Señor, cuando le rezáis, cuando le suplicáis, llegáis a alcanzar esta cúspide de vuestro ser; y ello desencadena unas vibraciones tan puras y tan sutiles que, al propagarse, producen en vosotros transformaciones extremadamente benéficas. Y, entonces, aunque no os concedan lo que pedís, ganáis un elemento espiritual. Porque, ciertamente, a menudo no os dan lo que pedís, porque según la Inteligencia cósmica lo que pedís puede haceros más daño que provecho, y en consecuencia se niega a concedéroslo. Pero la utilidad de esta petición consiste en que habéis alcanzado la cúspide que está dentro de vosotros mismos y habéis desencadenado una fuerza, la más elevada, la cual, al propagarse, produce sonidos, perfumes, colores e influye en todas vuestras células, en todas las entidades que habitan en vosotros. Y, de esta manera, lográis adquirir unos elementos preciosísimos. Para obtener verdaderas realizaciones hay que alcanzar el centro, el punto que lo organiza todo, que lo ordena todo. Tomemos un ejemplo: ocupáis algún lugar en la sociedad, sois insignificantes, nadie os conoce; no podéis, por tanto, intervenir en modo alguno en el destino de un país. Para cambiar algo debéis ir hasta el centro, donde está el presidente o el rey. Entonces lo podéis todo en este país, porque habéis alcanzado el centro. Si os quedáis en la periferia nadie os obedecerá. Así pues, aquél que únicamente ordena sus asuntos en la periferia, no puede cambiar el destino de su país, ni en bien... ni en mal, lo cual evidentemente, es preferible en este último caso. Encontramos de nuevo la misma ley en el mundo interno. Mientras no os concentréis en lo más elevado, podéis obtener algunas migajas, desde luego, pero lo esencial no depende de vosotros. Mientras que si estáis en el centro podéis conmover el mundo entero, porque este centro os da todas las posibilidades y todo depende de vosotros. Ved que los hombres verdaderamente inteligentes no se ocupan de realizaciones pasajeras y fútiles. Trabajan y se dirigen hacia lo más alto, sin ocuparse del tiempo que necesitarán para conseguido, aunque se trate de siglos. Un solo ser puede cambiar el destino del mundo, pero solamente si ha sido capaz de alcanzar lo más alto. Cuando llegáis hasta la cima, que vive en vosotros como un estado de conciencia, poseéis los mismos poderes que el Señor, y nadie se os pueden resistir. Sí, y a través de todo lo que existe en el mundo, puedo probaros que la Inteligencia cósmica ha dispuesto todo para que la verdadera fuerza y el verdadero poder sólo se encuentren en la cúspide. Si dudáis de ello, realmente no habéis comprendido nada, y cuando uno no comprende nada, no le queda sino sufrir. Yo no lo deseo, sino que, por el contrario, deseo que no sufráis nunca. Pero, cuando uno no comprende gran cosa, no puede dejar de sufrir. El sufrimiento está ahí para obligar a los humanos a comprender... Por tanto, ¡ es una bendición! Os revelaré ahora una de las verdades más esenciales que hay que conocer; todos los Maestros la han enseñado y la Ciencia iniciática la subraya: y es que cada uno irá un día a vivir a aquella región a la que haya dirigido sus pensamientos. Por tanto, cuando os vayáis de este mundo, iréis a la región de vuestros pensamientos. Si estos pensamientos eran elevados, iréis a la región más sublime, e inversamente, si vuestros pensamientos se dirigían al Infierno, iréis al Infierno. ¡Ésta es la gran verdad! Así pues, si pedís únicamente la inteligencia, el amor, o la belleza, estad absolutamente seguros de que ninguna fuerza de la naturaleza podrá nunca impediros que habitéis en vuestra región predilecta, esa región en donde se encontraban vuestros pensamientos y vuestros deseos. Centre OMRAAM Institut Solve et Coagula Reus. Primer Centro De difusión de la obra Del Maestro OMRAAM En lengua Española. FIN DEL LA SERIE DE CONFERENCIAS SOBRE LOS PODERES DEL PENSAMIENTO.